miércoles, 9 de diciembre de 2020

Acerca de la Liturgia


La liturgia, como enseña el mismo Concilio, no agota toda la actividad de la Iglesia, pero es la cumbre hacia la cual tiende y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (Sacrosanctum Concilium, 9.10). Esta importancia, esta centralidad, no siempre se reflejan en la organización pastoral, en el tiempo y la preparación que se dedican a las celebraciones sagradas en las que se actualiza y ejerce el misterio de la redención, en el estudio y consideración de los sacerdotes, en el aprecio del pueblo cristiano. Benedicto XVI ha señalado recientemente que la Iglesia no es una ONG, un centro de beneficiencia: es preciso, pues, recentrar como corresponde la misión eclesial en el mundo de hoy, y para que la comprensión de esa misión no se extravíe, hace falta volver incesantemente a las fuentes de la fe. La centralidad de la liturgia, su eficacia salvífica y pedagógica, son una expresión de la primacía de la gracia, principio fundamental de una sana y católica orientación pastoral.

La forma que la liturgia ha asumido, forjada por una venerable tradición, no se puede disociar del contenido sin ponerlo en riesgo, sin someter a la ambigüedad la regla de la fe, sin menoscabar el valor formativo del culto y su influjo en la cultura del pueblo. La liturgia es la matriz en la que se plasma la mente cristiana. En las últimas décadas ha ocurrido un lamentable deslizamiento de las formas litúrgicas en el rito romano; quizá lo peor ha sido el daño infligido a la belleza, que es el rostro visible del misterio. En su caída, la belleza ha arrastrado consigo la dimensión contemplativa de la liturgia. Las causas de este fenómeno son múltiples: pérdida del sentido de lo sacro, ignorancia histórica y teológica, populismo, desprecio y abandono del latín y del canto gregoriano –en contra de la decisión conciliar de mantenerlo–, una concepción errada de la inculturación y de la participación activa de los fieles. En la Argentina se suma a estos factores negativos una generalizada decadencia de la cultura nacional; la Iglesia no ha hecho gran cosa por frenarla; hasta podrían acusarnos de habernos plegado a ella. Por todas estas razones, la liturgia debe ser señalada nuevamente y con urgencia como una prioridad pastoral. Tenemos al respecto ejemplos notables en la Iglesia platense; para citar un solo nombre, menciono a Monseñor Enrique Rau, que fue pionero de la pastoral obrera y a la vez de la auténtica renovación litúrgica. Pudo abarcar ambos campos porque fue, sobre todo teólogo, un buen teólogo.


Mons. Héctor Aguer , junio de 2009

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