miércoles, 25 de enero de 2023

En el centenario de la muerte del Beato Columba Marmión

El lunes próximo se cumplen cien años de la muerte del Beato Columba Marmión, cuya Memoria, el mismo 3o de enero, es así recogida en el Martirologio Romano: En el monasterio de San Benito de Maredsous (...) en Bélgica, Beato Columba (José) Marmión, el cual, nacido en Irlanda y ordenado sacerdote, llegó a ser abad de aquel monasterio benedictino, donde se distinguió como padre del cenobio, guía de almas en el camino de la santidad, así como por su riqueza en doctrina espiritual y elocuencia.



José Marmión nació en Dublin, Irlanda, el 1° de abril de 1858. Tres de sus hermanas se consagraron a Dios en la congregación de Hermanas de la Misericordia. Él ingresó en el seminario diocesano de su ciudad natal a los 16 años, y terminó sus estudios de teología en el colegio «De Propaganda Fide», en Roma. Fue ordenado sacerdote el 16 de junio de 1881. Soñaba con ser misionero en Australia, pero cuando, de camino a Irlanda, pasó por Bélgica para visitar a un ex compañero de estudios, se vio cautivado por la atmósfera litúrgica de la abadía de Maredsous, que había sido fundada en 1872. Quiso enseguida ingresar en ese monasterio, pero su obispo le pidió que esperase. Ejerció de diversas maneras el ministerio sacerdotal, desde 1881 a 1886, año en que finalmente le fue otorgado el permiso para ingresar en aquela abadía benedictina, en la diócesis de Namur, Bélgica. Su noviciado entre monjes más jóvenes fue difícil; además debió cambiar de costumbres, de cultura y de lengua. Pese a las dificultades, emitió los votos solemnes el 10 de febrero de 1891. Vivió intensamente el espíritu benedictino; su influencia espiritual llegó a sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, a quienes orientó para una vivencia verdaderamente cristiana a través de sus escritos ("Cristo, vida del alma", "Cristo en sus misterios", "Cristo, ideal del monje"), así como mediante retiros y dirección espiritual.

Dom Marmion legó un auténtico tesoro de doctrina espiritual muy útil para la Iglesia de nuestro tiempo. En sus escritos enseña un camino de santidad, sencillo pero exigente. Porque a todos los fieles Dios los ha destinado por amor a ser sus hijos adoptivos en Cristo Jesús. Él es el centro de nuestra vida espiritual y nuestro modelo de santidad. 

Cuando falleció, el 30 de enero de 1923, víctima de una epidemia de gripe, muchos de sus contemporáneos lo consideraban ya un santo y maestro de vida espiritual. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 3 de septiembre del 2000. 

Dios quiere nuestra santidad, Él la quiere porque nos ama infinitamente, y nosotros debemos quererla con Él. Dios quiere hacernos santos, haciéndonos participar de su vida misma; y, por eso, Él nos adopta como sus hijos y los herederos de su gloria infinita y de su felicidad eterna. La gracia es el principio de esta santidad, sobrenatural en su fuente, en sus actos, en sus frutos. Pero Dios no nos da esta adopción sino por su Hijo, Jesucristo: es en él, por él, que Dios quiere unirse a nosotros y que él quiere que nosotros nos unamos a él: "Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Jesucristo es la vía, pero la única vía, para conducirnos a Dios; y “sin él, no podemos hacer nada” (Jn 15, 5). “No hay para nuestra santidad, otro fundamento que aquel mismo que Dios ha establecido, es decir la unión a Jesucristo”(1 Co 3, 11).   (De "Cristo, vida del alma")

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