miércoles, 8 de febrero de 2023

Pensamientos de Dom Pius de Hemptinne, O.S.B.

Hace dos semanas nos referimos al Beato Columba Marmion, O.S.B., y publicamos un fragmento de una de sus obras. En sus escritos, Columba derrama ante nosotros un verdadero banquete de vida mística, enraizado en la Sagrada Escritura y en la liturgia tradicional de la Iglesia.

Columba mantuvo correspondencia con hombres y mujeres de todo el mundo, especialmente religiosos y religiosas que acudían a él en busca de dirección espiritual a distancia. Uno de estos discípulos fue un monje, Dom Pius de Hemptinne, O.S.B. (1879–1907), quien dejó valiosos escritos espirituales propios. 

Hoy compartiremos unos breves fragmentos sueltos de los escritos de Pius de Hemptinne. Tales escritos fueron publicados por primera vez en 1935 con el título A Disciple of Dom Marmion, Dom Pius de Hemptinne: Letters and Spiritual Writings. Los fragmentos que publicamos hoy son la traducción propia de la versión en lengua inglesa publicada el año pasado por Rorate Caeli.

Dom Pius expresa una fusión profundamente benedictina de liturgia, oración personal y  vida, incluidos los mensajes que Dios nos envía a través de su "primer Libro", es decir, el mundo de la creación que fluye de sus manos. en cada momento.

Las imágenes son fotos propias, tomadas en templos argentinos.



La muerte de un Dios, muriendo por la salvación de los hombres, es el punto central de la historia de la humanidad. Todas las épocas dan testimonio de ella y convergen hacia ella: los siglos precedentes apuntan a su venida, los demás están destinados a recoger sus frutos.

Iglesia de la Exaltación de la Cruz (Capilla  del Señor, Bs. As.)

  

La muerte de Cristo es el centro de la historia, y también el centro de la vida de cada hombre en particular. A los ojos de Dios todo hombre será grande en la medida en que participe en esa obra; porque la única dignidad verdadera y eterna es la del divino Sacerdote. El grado de santidad de cada uno estará en exacta proporción con su participación en esa cruenta inmolación. Porque sólo el Cordero de Dios es santo.

 

Pero aunque Jesucristo, el divino Sumo Sacerdote, apareció una sola vez en la tierra, para ofrecer Su gran sacrificio en el Calvario, sin embargo, cada día Él aparece en la persona de cada uno de Sus ministros, para renovar Su sacrificio en el altar. En cada altar, pues, se ve el Calvario: cada altar se convierte en un lugar augusto, el Lugar Santísimo, la fuente de toda santidad. Allí todos deben ir en busca de la Vida, y allí todos deben volver continuamente, como a la fuente de las misericordias de Dios. Aquellos que son los privilegiados del Maestro, no salen nunca de este lugar santo, sino que allí “encuentran morada”, cerca del altar, de modo que nunca necesitan alejarse de él; tales son los monjes, cuyo primer cuidado es levantar templos dignos de contener altares. Haciendo su morada junto al Santuario, consagran su vida al culto divino, y todos los días se los ve agrupados en torno al altar para el santo sacrificio. Este es el acontecimiento del día, el centro en el que convergen todas las Horas, como los siglos: unas como Horas de preparación y de espera en el recuerdo de la alabanza divina -estas empiezan con Laudes y Prima seguidas por Tercia, la tercera Hora del día-; las otras, Sexta, Nona, Vísperas y Completas, fluyen en las alegrías de la acción de gracias hasta la puesta del sol cuando los monjes cantan el cierre de la noche.

Basílica del Santísimo Sacramento (Ciudad de Buenos Aires)

Así transcurren los días de la vida, al pie del altar; así la vida del hombre encuentra su grandeza y su santidad al fluir, por así decirlo, sobre el altar, para mezclarse allí con esa Sangre Preciosa que es derramada diariamente en ese lugar sagrado: porque la vida del hombre es como un objeto sin valor, como una gota de agua, pero cuando se pierde en la Sangre de Cristo adquiere un valor infinito y puede merecer para nosotros la misericordia divina. El que sabe lo que es el altar, de él aprende a vivir; vivir junto al altar es ser santo, agradable a Dios, y subir al altar para realizar los sagrados Misterios es revestirse de la más sublime de todas las dignidades después de la del Hijo de Dios y de su santa Madre.

Iglesia del Salvador (Ciudad de Buenos Aires)

 

Jesucristo es el gran Maestro de las almas. Los nutre con Su Carne, Su Sangre y Todo Su Ser. Él realmente se hace a Sí mismo su Alimento. Y así me parece que nadie recibe el cuidado de las almas sin asumir el deber de alimentarlas con él mismo. Debemos entregarnos a las almas puestas a nuestro cargo, con tal plenitud de amor que la gracia dada a nuestras propias almas rebose en las de ellos.

Nos encontraremos, tal vez, con almas hambrientas, débiles o heridas: pequeñas almas que se arrojan sobre nosotros y querrían alimentarse de nosotros con demasiada avidez y familiaridad. Tal conducta nos herirá, como hiere a Jesucristo. Pero siguiendo Su ejemplo debemos alimentar a estas pobres ovejas, para que recobren fuerza y ​​vida.

Oh Jesús, concédenos desde este día en adelante que las almas puestas a mi cuidado saquen de mi pobre corazón la gracia que Tú me das. Eres Tú Mismo el que tiene hambre; come, pues, y bebe todo lo que encuentres en mi pobre casa. Que mi alma sea un pesebre donde Tus corderos puedan ser llenados de Ti. (4 de junio de 1902)

Iglesia de San Pablo Apóstol (Ciudad de Buenos Aires)

 

Padre santísimo y eterno, tu divino Hijo nos ha enseñado que nadie puede venir a Él si no lo atraes, y que ninguno se perderá de los que le has dado. Os suplico, pues, en nombre del amor recíproco que le tenéis a Él y Él a Vos, que me ofrezcáis a mí y a todos los que amo a este Hijo divino, engendrado por Vos,  para que renaciendo en Él, vuestro Verbo, podamos tener una parte en la gloria eterna que Él te da, y que así podamos ser santificados en ti.

Hijo eterno, cuya santidad es igual a la del Padre, tú has prometido que “cuando seas levantado de la tierra, atraerás a todos hacia ti”. Atráeme, pues, hacia ti, oh bienamado de mi alma, para que siendo alimentado por ti, viva yo por ti, como tú vives por tu Padre.

Espíritu Santo, que descendiste sobre la Virgen para realizar el misterio de la Encarnación del Verbo, desciende sobre mí, ¡oh alegría de mi corazón y fortaleza de mi alma! Imprégname, a fin de que Jesucristo crezca en mí, para que por tu poder se efectúe la unión más íntima entre mi Salvador y mi pobre alma, inflamada por tu amor.

Capilla Santísimo Sacramento (Avellaneda, Bs. Aires)

 

¡Oh Trinidad adorable, mira hacia abajo y mira cómo ardo en ansias de glorificarte, mira cómo mi alma se reduce a la nada, mira cuán pequeña es, cómo se entrega completamente a ti! Os amo por el Corazón de Jesús y por cada una de las almas de la tierra, y por eso os las traeré todas. Con este fin, Cristo Jesús, único objeto de mis deseos, me refugio en el seno de vuestro Padre, y en Su Nombre os doy todas estas preciosas almas, para que ninguna de ellas perezca. Uniéndome a Vos, lo ofrezco todo al Padre, para el eterno honor y gloria de la adorantísima Trinidad. Amén. (18 de abril de 1901)

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