miércoles, 28 de agosto de 2024

"Fundamento para la participación activa en la celebración de los sacramentos"

Compartimos hoy una nota de Pedro H. Lavarello, publicada en el número 237 de la Revista Litúrgica Argentina (edición correspondiente a julio/septiembre de 1970). Los destacados son de la nota original. Le hemos añadido algunas imágenes.



Fundamento para la participación activa 
en la celebración de los sacramentos

San Pío X, en el Motu proprio "Tra le sollecitudini", del 22 de noviembre de 1903, dice: "La participación activa en los sagrados misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia, es la fuente primera e indispensable en todos los fieles".

Por su parte, Pío XI en la Constitución apostólica "Divini cultus", del 20 de diciembre de 1928, añade: "Es absolutamente necesario que los fieles no asistan a los oficios como extranjeros o espectadores mudos, sino que, transidos por la belleza de la liturgia, participen en las ceremonias sagradas".

También Pio XII insiste en la participación, cuando en la Encíclica "Mediator Dei", del 20 de noviembre de 1947, refiriéndose en concreto al sacrificio eucarístico, nos enseña: "Conviene, pues, que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consisten en la participación en el sacrificio eucarístico, y eso, no con un espíritu pasivo y negligente, discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote... y ofrezcan aquel sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él se ofrezcan también a sí mismos".


Últimamente, el Magisterio insiste por el Vaticano II: "La Sta. Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las acciones litúrgicas, que exige la naturaleza de la misma Liturgia y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del Bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido' (1 Pedro 2,9)" (Const. Lit., n. 14).

La participación del pueblo en la celebración sacramental es —según lo demuestran las citas anteriores— una preocupación constante de la Iglesia en nuestro siglo. Pero, debemos buscar las razones por las que el laico debe participar en la acción sagrada comunitaria. Para esto, es necesario analizar qué es la Liturgia.

En una primera aproximación y sin ánimo de dar una definición completa y exhaustiva, podemos llegar al concepto por la etimología de la palabra liturgia, que proviene del vocablo griego "leiturguía", palabra compuesta de "leitos" (adjetivo derivado del jonio "laos" —que significa "pueblo y del cual deriva el término actual "laico") y "ergon"  (=obra). Por lo tanto, la liturgia es la obra del pueblo de Dios en acto de culto. Esto, sin exclusión de partes, y entendiendo "pueblo" como comunidad jerárquicamente organizada y con su orden propio.

En una segunda aproximación, hemos elegido —entre las muchas definiciones de Liturgia— las siguientes:

1. MEDIATOR DEI: "La Sagrada Liturgia constituye el culto público que nuestro Redentor, Cabeza de la Iglesia, ofrece al Padre celestial y el que la comunidad de los fieles cristianos ofrece a su Fundador, y, por su medio, al Padre eterno; es, en resumen, el culto público total del Cuerpo místico: el de la Cabeza y el de sus miembros".

2. VATICANO II: CONSTITUCION DE LITURGIA: La Liturgia "es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, en el que, por medio de signos sensibles, se significa y se realiza, de la manera propia a cada uno de ellos, la santificación del hombre, y a través del Cuerpo Místico de Cristo, cabeza y miembros, se rinde culto público completo" (n. 7).

Por lo tanto, y para no abundar más, podemos sacar esta primera conclusión: la participación del laico en la liturgia está exigida por la misma esencia de ésta.

Que dicha participación deba ser activa, se deduce del análisis de los elementos que integran la Liturgia. Podemos distinguir dos: uno, ascendente, latréutico e impetratorio; otro, descendente, sotérico. En ninguno de los dos puede el hombre, no como creatura imagen de Dios, ni como cristiano, ser un ente pasivo vivido por la acción. El hombre es sujeto-actor: promotor de movimiento.

Esto nos lleva a considerar otra razón de la participación: el sujeto de la liturgia. Está muy claro que el liturgo o ministro principal —en su nivel propio y más profundo— es Cristo, Mediador y Sumo sacerdote. Pero es también evidente que Cristo ejerce su sacerdocio sotérico y, a la vez latréutico e impetratorio, por medio de toda la Iglesia. En consecuencia, el laico es llamado a participar —en virtud de su bautismo— de su sacerdocio (ver ...  Lumen Gentium 10).

Por todo esto, concluimos en esta segunda afirmación: el laico es sujeto de la liturgia, con derecho y obligación a participar en la misma, con un culto racional.

Por otra parte, en los últimos años, el laicado ha visto posibilitada su madurez psicológica y —de hecho— su intervención en la vida litúrgica conscientemente celebrada.

Contra una opinión superficial que vería al fiel como un "sacristán", debemos ver en la intervención litúrgica del mismo, una muy variada y extensa posibilidad (p. ej.: en el matrimonio, bautismo en caso de ausencia de sacerdote o necesidad urgente, la actuación de los padrinos en el Bautismo). Actualmente, se tiende a delegar ciertos servicios ministeriales directos a los seglares: p. ej. lecturas en la Liturgia de la Palabra, comentarios catequético-litúrgicos en la acción sacramental, distribución de la comunión en casos previstos por una última disposición, etc. Incluso el mismo Vaticano II abre las puertas a los laicos para presidir el culto (p.ej.: Const. de Liturgia, 35,4: al promover la dirección de la Liturgia de la Palabra a Diáconos o seglares delegados por el Obispo, en lugares con ausencia de sacerdotes).

La acción no-ministerial de los fieles, consiste en la recepción de los sacramentos y sacramentales. Para que ésta sea válida y efectiva, se presuponen ciertos actos internos y externos que indican una participación activa en la celebración del sacramento.

Una tercera razón se funda en el fin mismo de la celebración litúrgica: la gloria de Dios. Recordaremos solamente lo que nos dice J. Lecuyer: "El culto se ordena a la gloria de Dios exactamente en la medida en que ayuda al hombre a alcanzar la gloria que Dios le tiene preparada en el cielo" (Reflexiones sobre la Teología del culto según Santo Tomás de Aquino, Revista tomista, N° 55, 1955). Obsérvese que dice "ayuda", lo que implica que se da una acción positiva por parte del hombre. Y esto nos trae a la memoria unas palabras de San Ireneo: "El que ofrenda, se glorifica (precisamente por ello) a sí mismo" (Adversus Haereses, IV, 17, 1).

De esto inferimos esta tercera conclusión: El fin de la celebración sacramental exige la participación activa del laico.

Si bien ya hemos indicado el fundamento teológico de la participación, lo repetimos aquí: el Bautismo, al hacer al hombre miembro de un "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa y pueblo escogido", le da derecho y obligación de participar en la Liturgia. Derecho y obligación que están suficientemente indicados en la unción del santo crisma del rito bautismal.

En cuanto a los caracteres de esta participación, ya hemos indicado que es activa. Pero como se trata de una acción humana, debe, por tanto, ser consciente. De donde se deduce la necesidad y obligatoriedad de la instrucción litúrgica. Y de este imperativo de conciencia, surge la tercera característica: plenitud. Plenitud de disposición interior, sin la cual nada valen las exteriorizaciones, sin la cual no hay verdadera manifestación en espíritu y en verdad, de la pertenencia viva al Cuerpo Místico de Cristo. 

Pedro H. Lavarello
Mendoza (Argentina)

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