miércoles, 16 de octubre de 2024

La maldición inalámbrica

Hace, digamos, 40 años, la presencia de un micrófono inalámbrico era una rareza en la mayoría de los templos porteños. Recuerdo, por ejemplo, con ocasión de una importante celebración en mi parroquia en 1982, que teníamos preocupación por que hubiera micrófonos con cables del largo adecuado y varias fichas donde enchufarlos en el presbiterio.

Supongo que los micrófonos inalámbricos comenzaron a popularizarse en los templos en los año 90. Tienen indudables ventajas: evitan la proliferación de cables por el suelo, permiten más libertad en los desplazamientos del sacerdote, que puede orar o dirigirse a los fieles desde lugares que de otro modo serían difícilmente accesibles a los efectos de la amplificación del sonido. Los micrófonos "corbateros", además, permiten al Celebrante tener las manos libres  cuando, por ejemplo, debe imponer las manos, realizar unciones, trazar el signo de la cruz, etcétera.

Pero, como suele suceder con los adelantos tecnológicos, detrás de sus ventajas se escondía una maldición. Con un micrófono inalámbrico en sus manos, el Celebrante  cae muchas veces en la tentación de transformarse en el conductor de un show, al estilo de Marcelo Tinelli, muy popular durante mucho tiempo en la Argentina.

¿Qué hace el conductor de un show televisivo cuando tiene un inalámbrico o un corbatero? Se mueve de un lugar a otro con libertad, interactúa con el público, pide aplausos, felicita a uno u otro de los participantes, grita, da consignas, les habla a los que están detrás de cámaras...

Lo mismo, ¡lamentablemente! hace un sacerdote al celebrar misa, cuando tiene un inalámbrico.

Con el inalámbrico en la mano, en primer lugar, el Celebrante se aparta del ambón, que es la mesa de la Palabra de Dios y, como consecuencia, el lugar desde el cual normalmente se pronuncia la homilía. De ese modo, pasea por la nave, va de un lado al otro del presbiterio, ofrece el micrófono a algunos fieles y juega con ellos a las preguntas y respuestas... Desde el ambón o desde la sede, la homilía tiene aspecto solemne de enseñanza, de doctrina; en cambio desde el plano del templo, queriendo aparentar "cercanía" con los fieles, no pasa de ser una mera charla o un vulgar diálogo...


Con el inalámbrico en la mano, recorriendo el templo como Tinelli recorría el estudio en "Bailando...", e igual que lo hacía el conductor, el Celebrante pide aplausos: para el coro, para los bautizados, para los confirmados, para los esposos, para un concelebrante, para el sacristán, para el grupo misionero...

Con el inalámbrico en la mano, como si fuera un conductor televisivo o el animador de una marcha política, el Celebrante grita "¡Viva el Papa!" o "¡Viva la Virgen!", arenga a los fieles, o bien (como Gaby, Fofó y Miliki) les hace preguntas cuya respuesta dice no escuchar para que éstos griten aun más fuerte...

Con el inalámbrico en la mano, moviéndose de un lugar a otro, pidiendo aplausos, gritando vivas o dando indicaciones, el Celebrante asume un protagonismo excluyente y se transforma en el centro de la celebración, como Marcelo Tinelli era, sin dudas, el eje de sus propios programas, aunque hubiera bailes o cantos...

Con el inalámbrico en la mano  (y en esto el "corbatero" lleva ventaja), el Celebrante hace cosas como esta:

(Lo importante es que se me escuche,  la debida reverencia al Cuerpo y la Sangre de Cristo es algo totalmente secundario).

Con el inalámbrico en la mano se hace mucho más perentoria la tentación de hacer lo que el Conclio Vaticano II prohíbe taxativamente: añadir o cambiar cosas en la Liturgia "por iniciativa propia".

Con el inalámbrico en la mano es mayor la tendencia a glosar cada momento de la  misa, a hacer "chistes" sin ton ni son, y pronunciar "mini homilías" a cada instante, transformando la MISA (digámoslo con humor) en M.I.S.A.: Monólogo Insulso Soberanamente Aburrido.



En definitiva: los micrófonos inalámbricos en la Liturgia pueden ser una maldición.  Hay que limitar su uso, dejándolos sólo para los momentos o situaciones en que sean imprescindibles. 



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