miércoles, 9 de abril de 2025

"La vida sacramental de la Iglesia"

Catequesis del papa Pablo VI en la audiencia general del 14 de septiembre de 1977

 

¿Para qué sirve la Iglesia? Hablemos también hoy de su aspecto operativo. 

Todavía resuenan en nosotros las palabras fundamentales de Cristo, dichas a los Apóstoles casi como estatuto programático, en el momento de su despedida de la escena visible de esta tierra: "Id... enseñad...", les ordenó: y añadió: "bautizad" (Mt 28,20). La función de los Apóstoles se hace así sacramental. Cosa sabida, pero importantísima. La actividad de la Iglesia se hace "divina y visible"; éste es un aspecto que no siempre gusta a los críticos puritanos de la religión, que la querrían solamente interior, espiritual, sin un ministerio autorizado y cualificado, sin signos sensibles, sobre todo si éstos se juzgan como operadores de efectos sagrados, necesarios y sobrenaturales. 

Nosotros recordaremos, en defensa de la verdad religiosa cristiana, esta prodigiosa y constitucional Palabra del Señor, "Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo..." (ib.). Así nace el cristianismo, así se afirma y se manifiesta todavía hoy le Iglesia, que se sabe y se siente investida de la más manifiesta de sus potestades, precisamente la religiosa, operante por mandato divino cuando ella, la Iglesia, partícipe ministerial del sacerdocio de Cristo, opera a manera de instrumento activo, sí, pero no por virtud propia, sino por la eficacia que emana del Dios viviente. 

Vitrales en la Catedral de San Justo
(fotos propias)

 

El misterio de la Eucaristía 

Y esto que decimos del bautismo se aplica, con las debidas distinciones y cautelas, a los demás sacramentos: "Recibid el Espíritu Santo -dice Jesús resucitado-, a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quien se los retuviereis, les serán retenidos" (Jn 20, 23). ¿Qué debemos decir del sacramento, cuyo misterio se está honrando con atención más realista y estática que nunca, durante estos días, en el Congreso Eucarístico de Pescara? En la Eucaristía, los elementos sensibles sacramentales, el pan y el vino, quedan reducidos a simples signos privados de su sustancia, cuando éstos ceden su realidad a la verdadera y real, pero inefable sustancia del mismo Cristo, hecho presente corno alimento sacrificial para la memoria y para la vida sobrenatural de los suyos (cf. S. Th. III, 73, 5). 

El ministerio sacerdotal 

No queremos aquí llegar más lejos. Ahora nos basta atraer a nuestra conciencia religiosa hacia este aspecto sustancial de nuestra religión, esto es, su vitalidad sacramental. No se trata de una magia ilusoria y falaz. Ella exige una Palabra divina como fuente indispensable; Cristo sólo es el Autor de esta prodigio inagotable, la participación vital en su divinidad. Y nos exige a nosotros una adhesión humana consciente y actual, particularmente cualificada por la fe y la rectitud moral (cf. 1 Cor 11, 28). Esta vitalidad sacramental exige un ministerio y un rito preciso. Ella asocia nuestra existencia temporal, frágil y pasajera, a la vida de Cristo-Hombre, Dios, y prepara nuestra perfecta y futura existencia en la revelación escatológica de la eternidad. No desprecia o humilla nuestra experiencia temporal, que más bien está integrada ya en su radical insuficiencia y marcada por la voracidad inexorable del tiempo que genera y consuma a sus criaturas, sino que es elevada a escala de ascensión propedéutica hacia la estación eterna del cielo. 

La verdadera religión 

Hijos queridísimos, no nos hagamos ilusiones de poder construir nuestra vida sin el auxilio de la verdadera religión tal como nos la manifiesta la Iglesia; ni pensemos que basta tener un concepto genérico de la religión y que baste concederle una adhesión cualquiera. 

La religión es la verdad insustituible para nuestra existencia, y sólo la Iglesia nos ofrece de ella, hoy la garantía, mañana la plenitud. 

Debemos esculpir en nuestras almas este mensaje de Cristo: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). 

Así sea, con nuestra bendición apostólica. 

(Publicado en la revista Liturgia con texto tomado de "L'Osservatore Romano", 
Año IX N° 38 (1977), pág. 3).


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