En la entrada anterior, que fue publicada hace quince días, nos referimos en general a la figura del león en la Biblia y en la tradición de la Iglesia. Fue la primera parte de una serie de tres entradas. Hoy compartimos, como segunda parte de esta serie, el artículo "El león heráldico", de Chesterton, ilustrado con imágenes de tres escudos cardenalicios vinculados con la Argentina, que tienen leones.
EL LEÓN HERÁLDICO
Sir Thomas Browne fue, como todos saben, un médico. Un tipo de médico algo extraño que en muchos aspectos contrasta singularmente con los doctores de hoy día. Por ejemplo, escribió una obra elocuente y detallada sobre el entierro en urnas, los cementerios y la muerte en general, tema que en la actualidad los médicos procuran eludir. Pero en nada es tan permanentemente interesante como en sus relaciones con la notable zoología de su tiempo. Su magnífica retórica religiosa y toda su dimensión literaria son evidentemente inmortales. Nunca se ha dicho sobre el alma nada mejor que esa frase de Browne que la define como lo que hay en el hombre «que no debe rendir homenaje al sol». Pero es necesaria una defensa más delicada de su ciencia original y, en verdad, de toda la ciencia medie val de la que tomó sus ideas. Sabemos que su teología era cierta. Sabemos que su zoología era incierta, pero no nos apresuremos a dar por supuesto que, en consecuencia, carecía de importancia. Esta vieja y fantástica ciencia ha sido por lo general mal comprendida. Ha hecho de cada criatura un símbolo más que un hecho, pero ha creído que todos los hechos materiales eran valiosos como símbolos de hechos espirituales. En realidad, no le importaba mucho si el león era un animal noble que no hacía daño a las vírgenes. Lo que deseaba dejar en claro era que si el león es un animal noble no puede hacer daño a las vírgenes.
![]() |
Escudo del cardenal argentino Jorge Mejía |
Permítaseme citar este ejemplo de lo que quiero decir. Toda persona moderna inteligente puede ver fácilmente que el león heráldico es muy distinto del león real. Pero lo que nosotros, los modernos, no comprendemos bien es lo siguiente: el león heráldico es mucho más importante que el león real. No encuentro palabras para expresar la absoluta carencia de importancia del león real. El león real es una especie de gato grande y peludo que da la casualidad que vive (o más bien muere), en desiertos inútiles que nunca hemos visto ni deseamos ver, un animal que jamás nos ha hecho bien alguno y que, dadas nuestras circunstancias, tampoco nos puede hacer ningún mal; algo tan trivial para todos nuestros propósitos como los peces de lo más profundo del mar o los minerales de la luna. No hay razón terrenal alguna para suponer que posee ninguna de las esas cualidades leoninas tal y como nosotros solemos entenderlas. No hay motivo alguno para imaginarse que es generoso o heroico y ni siquiera orgulloso. Algunas personas que han luchado con él dicen que ni siquiera es valiente. No afecta a la vida humana en aspecto alguno. No se puede hacer de él un peón, como se puede hacer con el buey; no se puede hacer de él un deportista y un caballero, como se puede hacer con el perro. No puede compartir nuestras herramientas ni nuestros placeres; no se puede uncir un león a un arado ni cazar un elefante con una jauría de leones. No tiene nada que pueda interesar al hombre, y ni siquiera sirve para comérselo. Desde su melena sarnosa y sobreestimada hasta la punta de su cola (con la que, según tengo entendido, se golpea para sobreponerse a su cobardía natural), de la melena a la cola, iba diciendo, es una mole de nimiedad. Es, simplemente, un gato extraviado que ha crecido en exceso. Y es un gato extraviado que nunca aparece por nuestras calles. Vive su existencia trivial en regiones que ningún hombre blanco puede habitar sin enloquecer a causa del calor y la monotonía. Tenemos que ponerlo en nuestros museos y lugares semejantes como tenemos que poner trocitos minúsculos de piedra gris de modo que parezca que las podríamos recoger en la calle o exhibir escarabajos pardos de aspecto doméstico que no podría mirar dos veces ningún niño que se precie.
Escudo del cardenal Silvio Oddi, Legado Pontificio al Congreso Eucarístico Nacional de Salta (1974) |
Pero el único león que tiene alguna importancia práctica terrenal es el león legendario. Es realmente útil tenerlo al alcance. Sostiene el escudo de Inglaterra, que de otro modo se caería a pesar de los esfuerzos bien intencionados del unicornio, cuyos cascos son deficientes en cuanto a su capacidad prensil. El león africano no le interesa a nadie, pero el león británico, aunque no exista, importa. Significa algo; es el único verdadero objeto existente que significa algo; y el león africano real nunca ha conseguido significar nada. El león legendario, el león hecho por el hombre y no por la naturaleza, es ciertamente el rey de los animales. Es una gran obra de arte, una gran creación del genio humano como la catedral de Ruán o la Ilíada. Conocemos su carácter a la perfección, como conocemos el carácter del señor Micawber o el de otras muchas personas que no se han tomado la molestia de existir de una manera meramente material. Sus virtudes son las virtudes de un gran caballero europeo; nada hay de africano en su ética. Posee el sentido de la santidad y la dignidad de la muerte que acompañan a tantos de nuestros antiguos ritos. No toca a los muertos. Tiene ese extraño culto de una castidad brillante y orgullosa que es el alma de nuestra Europa y se halla en Diana, en las Vírgenes Mártires o en Britomart, que dejó una blanca estrella solitaria en las tormentas sensuales del drama isabelino y hoy reconquista el mundo bajo su nueva forma: el culto de los niños. El león no hace daño a las vírgenes. En gran número de leyendas y poemas antiguos se encontrará la descripción de la negativa de algún león eminente a tocar a alguna joven dama eminente. Algunos dicen que ese sentido de la delicadeza es mutuo, y que esas mismas damas jóvenes también se niegan a tocar a los leones. Puede ser cierto, pero aun siendo así sólo tendría validez, probablemente, para el león inferior o real, para el simple león del África, animal despreciable al que ya hemos enviado a pasear por sus desiertos, desiertos tan inútiles que constituyen el basurero del universo. Hemos convenido en que el león valioso es una criatura creada enteramente por el hombre, lo mismo que el hipogrifo y la quimera, la sirena y el centauro, el gigante de cien ojos y el gigante de cien manos. El león que aparece a un lado del escudo real es tan fabuloso como el unicornio que aparece al otro lado. En la medida en que no es meramente fantástico e imposible, reúne todas las buenas cualidades de una especie de caballero rural supercelestial. Me temo que el león heráldico esté desapareciendo de nuestros escudos de armas. Sin embargo, todavía ondea valientemente en ciertos lugares de entretenimiento donde se han refugiado tantas de las tradiciones mejores de nuestra vieja civilización. Si veis al león rojo, que debería estar en el escudo de un caballero, pintado solamente en la muestra de una pomada, recordad todas las grandes verdades que habéis leído en este artículo; recordad que ese león heráldico de la muestra es el símbolo de todo lo que nuestra civilización cristiana ha elevado a la categoría de vida, energía y honor: la magnanimidad, el valor, el desdén por las victorias fáciles, el desprecio por todos los que desprecian a los débiles.
Escudo del Cardenal Juan Bautista Re, Legado Pontificio al Congreso Eucarístico Nacional de San Miguel de Tucumán (2016) |
Quizá en este artículo nos hemos extendido demasiado hablando del león. Podrían citarse otros muchos ejemplos. El leopardo heráldico no deja de tener sus méritos. Los hombres de cabeza de perro del África son enormemente interesantes. Y tampoco debemos olvidar aquella memorable descripción del hipopótamo —«medio hombre y medio caballo»— debida a Jean de Mandeville. Esto es lo que podría llamarse un bosquejo impresionista o simbolista de un animal: evita los detalles enfadosos y ofrece a cambio una sensación de volumen y atmósfera. He visto con frecuencia al hipopótamo en su jaula de los Jardines Zoológicos y me he preguntado qué parte de su aspecto o fisonomía impresionó al incisivo Mandeville como propia de alguna persona humana conocida. ¿Había visto una clase de hipopótamos muy humana o se había mezclado con alguna clase de hombres hipopotámica? Pero las observaciones generales que he hecho acerca del león medieval, del león heráldico, tienen igualmente validez para todas esas otras monstruosidades o combinaciones medievales. Todas eran ficticias. Todas eran enteramente diferentes e independientes del animal vivo que teóricamente les había servido de modelo. Quienes escribieron sobre ellos, hablaron de ellos y discutieron con gravedad sus atributos físicos, mentales y morales, sentían en el fondo de sus corazones y sus mentes una absoluta indiferencia hacia si existían o no en realidad. La Edad Media rebosaba lógica. Y la lógica, en sus ejemplos y símbolos, es por naturaleza enteramente indiferente a la realidad. Es tan fácil ser lógico con respecto a las cosas que no existen como con respecto a las cosas que existen. Si dos veces tres son seis, es cierto que tres hombres con dos piernas cada uno tendrán seis piernas entre todos. Y si dos veces tres son seis, es igual mente cierto que tres hombres con dos cabezas cada uno tendrán seis cabezas entre todos. Que nunca haya habido tres hombres con dos cabezas cada uno no invalida la lógica lo más mínimo. Hace la deducción imposible, pero no la hace ilógica. Dos veces tres siguen siendo seis, ya se lo reconozca en los cerdos o en los dragones llameantes, ya se lo reconozca en las cosas humildes o en los castillos en el aire. Y el objeto de toda esa gran ciencia medieval y renacentista era sencillamente encontrar en todas partes, cualesquiera que fueran, ejemplos de su filosofía. Si el hipopótamo ilustraba la idea de justicia, enhorabuena; si no la ilustraba, tanto peor para el hipopótamo. Esos antiguos trataban de hacer de los animales sólo un símbolo del hombre. Algunos modernos tratan de hacer del hombre sólo un símbolo de los animales. Esos científicos antiguos sólo se interesaban por el lado humano de los animales. Algunos de los científicos modernos sólo se interesan por el lado animal de los hombres. En vez de hacer del mono y del tigre meros accesorios del hombre, hacen del hombre un mero accesorio, una mera idea tardía del mono y el tigre. En vez de emplear al hipopótamo para ilustrar su filosofía, emplean al hipopótamo para hacer su filosofía, y ruego a Dios que ni ustedes ni yo leamos nunca los grandes libros enjundiosos que escriba el hipopótamo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario