miércoles, 8 de marzo de 2023

«Klaus Gamber: La valentía de un verdadero testigo», por el cardenal Joseph Ratzinger

A comienzos de febrero, el sitio Novus Motus Liturgicus (New Liturgical Movement) publicó la traducción del francés al inglés del prefacio escrito por Joseph Ratzinger al libro La reforma del rito romano de Klaus Gamber (La Réforme liturgique en question, 1992). Dicha traducción fue realizada por Peter Kwasniewski, quien en la presentación del texto señala que  «por alguna razón, este prefacio no se incluyó en la edición en inglés publicada por Roman Catholic Books, y no parece estar disponible en inglés en Internet»; cuando descubrió esa laguna, Peter Kwasniewski buscó dicho prefacio en francés y preparó una traducción al ingles para New Liturgical Movement.

Hemos emulado humildemente a Kwasniewski: tradujimos del francés el referido prefacio, teniendo a la vista su versión inglesa y la traducción automática de esta última al español, proporcionada por Google.



«Klaus Gamber: La valentía de un verdadero testigo»

 por el cardenal Joseph Ratzinger


Un joven sacerdote me dijo recientemente: “Hoy necesitamos un nuevo movimiento litúrgico”.  Era la expresión de una preocupación que, en nuestros días, sólo los intencionadamente superficiales pueden descartar. Lo que le importaba a este sacerdote no era conquistar nuevas y audaces libertades: ¿qué libertad no nos hemos arrogado ya? 

Sentía que necesitábamos un nuevo comienzo desde lo íntimo de la liturgia, como había querido el movimiento litúrgico cuando estaba en la plenitud de su verdadera naturaleza, cuando no se trataba de fabricar  textos, inventar acciones y formas, sino de redescubrir el centro vivo y de penetrar en el tejido mismo de la liturgia, de modo que su realización provenga de su misma sustancia. 

La reforma litúrgica, en su realización concreta, se ha alejado cada vez más de este origen. El resultado no ha sido un renacimiento sino una devastación. Por un lado, tenemos una liturgia que ha degenerado en un espectáculo, en el que se intenta hacer interesante la religión mediante disparates de moda y máximas morales seductoras, con éxito momentáneo en el grupo de artífices litúrgicos, y al mismo tiempo una actitud de retirada, más pronunciada entre aquellos que buscan en la liturgia no un "show espiritual", sino un encuentro con el Dios viviente, ante quien todo “hacer” se vuelve insignificante; pues sólo este encuentro puede hacernos alcanzar las verdaderas riquezas del ser. Por otro lado, está la conservación de formas rituales cuya grandeza es siempre impresionante, pero que, llevadas al extremo, manifiestan un obstinado aislamiento y al final sólo dejan tristeza.

Por supuesto, entre los dos quedan todos los sacerdotes y sus feligreses que celebran la nueva liturgia con respeto y solemnidad; pero son interpelados por la contradicción entre los dos extremos, y la falta de unidad interna en la Iglesia hace que su fidelidad finalmente aparezca, erróneamente para muchos de ellos, como una mera variedad personal del neoconservadurismo. Por eso es necesario un nuevo impulso espiritual para que la liturgia vuelva a ser para nosotros una actividad comunitaria de la Iglesia y para que se libere de la arbitrariedad de los sacerdotes y sus equipos litúrgicos.

No se puede "fabricar" un movimiento litúrgico de este tipo, como tampoco se puede "fabricar" algo vivo, pero se puede contribuir a su desarrollo esforzándose por asimilar de nuevo el espíritu de la liturgia y defendiendo públicamente lo que así se ha recibido. Este nuevo comienzo necesita “padres” que sean modelos a seguir y que hagan más que señalar el camino. Cualquiera que busque hoy tales "padres" encontrará inevitablemente la persona de Monseñor Klaus Gamber, que lamentablemente nos fue arrebatado demasiado pronto, pero que quizás, precisamente al dejarnos, se ha hecho verdaderamente presente para nosotros en toda la fuerza de las perspectivas que nos abrió.  Precisamente porque al dejarnos escapa a la disputa de las partes, podría, en esta hora de angustia, convertirse en el "padre" de un nuevo comienzo. 

Gamber llevó en el corazón la esperanza del antiguo movimiento litúrgico. Sin duda, por provenir de una escuela extranjera, permaneció como un extraño en la escena alemana, donde realmente no queríamos admitirlo; incluso recientemente una tesis encontró importantes dificultades porque el joven investigador se había atrevido a citar a Gamber demasiado abundantemente y con demasiada benevolencia. Pero tal vez esta marginación fue providencial, porque obligó a Gamber a seguir su propio camino y le evitó  el peso del conformismo.

Es difícil expresar en pocas palabras qué, en la querella de los liturgistas, es realmente esencial y qué no. Tal vez la siguiente sugerencia podría ser útil. J. A. Jungmann, uno de los verdaderamente grandes liturgistas de nuestro siglo, definió en su tiempo la liturgia, tal como se entendía en Occidente, representándola sobre todo a través de la investigación histórica, como una "liturgia fruto de un desarrollo"; probablemente también en contraste con la noción oriental que ve en la liturgia no un devenir y un crecimiento histórico, sino sólo el reflejo de la liturgia eterna, cuya luz, a través del despliegue sagrado, ilumina nuestro tiempo cambiante con su belleza y su inmutable grandeza. 

Las dos concepciones son legítimas y, en última instancia, no son irreconciliables. 

Lo que sucedió después del Concilio es muy diferente: en lugar de una liturgia que es fruto de un desarrollo continuo, se ha puesto en marcha una liturgia fabricada. Dejamos el proceso vivo de crecimiento y devenir y entramos en el proceso de fabricación. Ya no queríamos continuar con el devenir y la maduración orgánicos de un ser vivo que vive a través de los siglos, y lo reemplazamos —a la manera de la producción técnica— por una fabricación, un producto banal del momento.

Gamber, con la vigilancia de un auténtico vidente y la valentía de un verdadero testigo, se opuso a esta falsificación y nos enseñó incansablemente la plenitud viva de una verdadera liturgia, gracias a su riquísimo conocimiento de las fuentes. Como hombre que conoció y amó la historia, nos mostró las múltiples formas del desarrollo y del camino de la liturgia; como hombre que vio la historia desde dentro, vio en este desarrollo y en el fruto de este desarrollo el reflejo intangible de la liturgia eterna, que no es un objeto de nuestra creación, pero puede seguir madurando y floreciendo maravillosamente, si nos unimos  íntimamente a su misterio. La muerte de este eminente hombre y sacerdote debería estimularnos; su trabajo puede ayudarnos a ganar un nuevo impulso.

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