miércoles, 29 de noviembre de 2023

"Un pedacito de cielo lo arregla todo"


Un día el padre Juan Bosco fue a visitar al Padre Cottolengo.

Padre Cottolengo ―dijo el joven Boscovengo a pedirle un consejo: ¿qué remedio debo recomendar a las personas que vienen a contar que están aburridas de la vida, desesperadas y llenas de mal genio por la pobreza, por las enfermedades o por el mal trato que les dan los demás?

Mira, Bosco respondió Cottolengo―: el mal del aburrimiento y de la desesperación es el mal moderno más común de todos. Para combatirlo, nos ha mandado Dios un gran remedio siempre antiguo y siempre nuevo: pensar en el cielo que nos espera. No olvides nunca que un pedacito de cielo lo arregla todo.

Se fue Don Bosco a practicar el consejo recibido de tan popular apóstol, y pronto empezó a notar los maravillosos resultados. Llegaban a su despacho individuos malhumorados, que no saludaban a ninguno de los que estaban en la sala esperando turno para ser atendidos; personas consumidas por la tristeza y carcomidas por la angustia. El Padre Bosco, recordando que un pedacito de cielo lo arregla todo, les hablaba de cómo hay que vivir como resucitados, con la alegría del cielo que nos espera, de esa alegría que gozaremos en plenitud dentro de poco tiempo... Aquellas personas cambiaban de semblante. Parecían renacer de nuevo... 

Un pedacito de cielo lo arregla todo.

(tomado de un boletín informativo del templo Jesús Sacramentado de la Ciudad de Buenos Aires)

miércoles, 22 de noviembre de 2023

" La música en la Misa debe ser santa, bella y universal"

Santa Cecilia
(imagen de la Basílica de
Nuestra Señora de la Merced)
(foto propia)
En el día de Santa Cecilia, Patrona de la Música, ofrecemos unas oportunas reflexiones de un obispo estadounidense.

***

El arzobispo de Portland, Oregón, Estados Unidos, Mons. Alexander Sample, publicó en 2019 una Carta Pastoral sobre la música sacra en el culto divino, titulada "Canta al Señor un canto nuevo", en la que recuerda unos principios que son universales y perdurables, y conviene compartir aquí una vez más.

El arzobispo ya había expuesto sobre el mismo tema en otra  carta pastoral escrita cuando era obispo de Marquette.

"En cualquier discusión sobre el ars celebrandi en relación con la Santa Misa, tal vez nada sea más importante o tenga un mayor impacto que el lugar de la música sacra", afirmó el arzobispo. "La belleza, la dignidad y la oración de la misa dependen en gran medida de la música que acompaña a la acción litúrgica. La Santa Misa debe ser verdaderamente hermosa, lo mejor que podamos ofrecerle a Dios, reflejando su propia y perfecta belleza y bondad".

El prelado advirtió sobre la necesidad de explicar la naturaleza, propósito y dignidad de la música sacra: "Esta es una discusión importante, ya que muy a menudo la música seleccionada para la misa se reduce a una cuestión de gusto subjetivo, es decir, qué estilo de música atrae a esta o a aquella persona o grupo, como si no hubiera principios objetivos a seguir". La música sacra "no es simplemente un apéndice para la adoración, es decir, algo externo agregado a la forma y estructura de la Misa. Más bien, la música sagrada es un elemento esencial de culto en sí mismo.  Es una forma de arte que toma su vida y propósito de la Sagrada Liturgia y es parte de su propia estructura".

Por este motivo, la música no "acompaña" la celebración, sino que ayuda a cantar y orar los textos sagrados de la Liturgia. "La Iglesia nos enseña solemnemente que el propósito mismo de la música sacra es doble: la gloria de Dios y la santificación de los fieles. Esta comprensión de la naturaleza esencial y el propósito de la música sacra debe dirigir e informar todo lo que se diga al respecto. Esta naturaleza y propósito esenciales también tendrán importantes y serias implicaciones con respecto a su lugar apropiado dentro de nuestro culto".

La música sacra debe tener las cualidades de santidad, belleza y universalidad característicos de la Liturgia.

"La música sagrada debe ser santa y, por lo tanto, debe excluir toda profanidad no sólo en sí misma, sino en la forma en que es presentada por quienes la ejecutan", afirmó el prelado citando al Concilio Vaticano II.

"Todo lo relacionado con la Misa debe ser bello, reflejando la belleza infinita y la bondad del Dios que adoramos, esto se aplica de manera especial a la música que forma parte esencial e integral de nuestra adoración divina".

Sobre la tercera característica, la universalidad, explicó que "significa que cualquier composición de música sacra, incluso una que refleje la cultura única de una región en particular, debería fácilmente ser reconocible como algo sagrado. La calidad de la santidad, en otras palabras, es un principio universal que trasciende la cultura".

El arzobispo recordó que el canto gregoriano constituye la principal forma de música sacra, seguido por el canto polifónico. Sobre la música secular, indicó que "la idea de que solo la letra determina si una canción es sagrada o secular, mientras que la música está exenta de cualquier criterio litúrgico y puede ser de cualquier estilo", fue calificada como una "idea errónea" que "no está respaldada por las normas de la Iglesia".

Monseñor Sample emitió una serie de directivas sobre el ministerio de la música sacra en su arquidiócesis, que incluye la presencia de músicos y directores musicales competentes en las parroquias, la ubicación de los músicos y coros fuera del presbiterio, el uso del órgano para acompañar la música sacra y la preferencia de que al menos una Eucaristía dominical sea adecuadamente cantada. Instrumentos como las guitarras eléctricas y baterías de percusión fueron descritas como no apropiadas para la celebración eucarística.

"Que la renovación y reforma de la música sacra en la arquidiócesis de Portland nos lleve a una celebración hermosa y digna de los sagrados misterios de la Santa Misa, para la gloria de Dios y la santificación de todos los fieles", expresó el arzobispo, quien encomendó esta intención a la Santísima Virgen María y a Santa Cecilia, patrona de los músicos.

(Fuente)

miércoles, 15 de noviembre de 2023

"El nuevo Papa", por monseñor Aguer

El nuevo Papa

por Mons. Héctor Aguer

 

Nuevamente recurrimos hoy a la sapiencia de monseñor Aguer. Publicamos en esta ocasión algunos fragmentos de una nota escrita en agosto por el Arzobispo Emérito de La Plata, quien señala “cómo debería ser” el próximo Pontificado, para “asegurar la Verdad de la auténtica doctrina católica” y superar “los mitos progresistas que la menoscaban”.

(...) 

Varios amigos me piden que esboce cómo debería ser el pontificado que suceda al languideciente de Francisco, teniendo en cuenta la gravísima situación de la Iglesia, disimulada por la propaganda vaticana.

Aquí va el intento. En primer lugar, corresponde asegurar la Verdad de la auténtica doctrina católica, para superar los mitos progresistas que la menoscaban, y que el actual Pontífice enarbola como su agenda. La Luz procede del Nuevo Testamento, en el que se atestigua la labor apostólica que los Doce –y, sobre todo, San Pablo– transmitieron como un mandato a sus inmediatos sucesores y que diseña la organización de la Iglesia, fuente del cristianismo naciente.

Los Doce Apóstoles
(Basílica del Espíritu Santo, Buenos Aires)
(foto propia)


El Apóstol Pablo encomienda a su discípulo Timoteo: “Te conjuro (diamartyromai) delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su epifanía y por su Reino: predica la Palabra de Dios, insta con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable, y afanosa enseñanza. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán más la sana didascalía, sino que según su concupiscencia se buscarán maestros que les halaguen los oídos, y apartarán su atención de la Verdad, y se convertirán a los mitos” (2 Tim 4, 1-4). Continúa San Pablo exhortando, como lo hará luego la Iglesia a lo largo de los siglos: “Vigila en todo”; es lo que hacía la Inquisición ante las herejías y cismas. Esta tarea torna gravoso el trabajo de evangelizar, de cumplir a la perfección el ministerio (diakonía). Una de las argucias progresistas es descalificar este empeño como si fuera contrario al Cristianismo. Esta es la confrontación del Nuevo Testamento con la concepción mundana de la Iglesia, hasta donde llega el extravío del actual Pontificado. Vale para el caso lo que el pensador danés Soeren Kierkegaard escribía en su Diario, en 1848: “Justo ahora, que se habla de reorganizar la Iglesia, se ve claramente qué poco cristianismo hay en ella”. El mismo autor califica esa situación como “desgraciada ilusión”.

El nuevo Papa tendrá que encaminar a la Iglesia en el rumbo que señala aquella exhortación paulina; es lo que hizo la mística Esposa de Cristo en sus mejores épocas. Es imprescindible reivindicar la Verdad de la doctrina, que ha sido menoscabada, y preterida por el relativismo. Los planteos progresistas han dejado a la Iglesia encerrada en el recinto de la Razón Práctica, cuyo moralismo ha remplazado a la dimensión contemplativa que es propia de la Fe, y de la propuesta de la plenitud a la que son llamados todos los fieles, según la vocación de santidad que brota del Bautismo.
Junto a la recuperación doctrinal deberá procurarse la restauración de la Liturgia, la cual según su naturaleza ha de ser exacta, solemne, y bella. Esta consigna se refiere especialmente al Rito Romano, arruinado por la improvisación que abomina el carácter ritual del misterio litúrgico. 

(...)

Las tareas señaladas solo podrán llevarse a cabo mediante el celo iluminado de obispos y presbíteros dignamente formados, según el espíritu de la gran Tradición católica, que todavía puede hallarse en los decretos Christus Dominus, y Presbyterorum Ordinis, del Concilio Vaticano II. La historia reciente muestra que la imposición mundial del progresismo tuvo como gérmen la corrupción del Seminario tradicional, mundanizado por una teología deficiente, y una “apertura” al conjuro de un supuesto “aggiornamento”. El equívoco se plasmó bajo el pretexto de la evangelización: en lugar de convertir el mundo a la Verdad, y a la Gracia de Cristo, la Iglesia se convirtió al mundo, perdiendo su identidad esencial. Con estos criterios erróneos se formaron varias generaciones sacerdotales. Es preciso revertir ese proceso de decadencia. La institución del Seminario es todavía válida; en su momento se han intentado alternativas que no han obtenido la solución esperada. Una recuperación del Seminario no implica una copia de lo que éste fue antes del desbarajuste general. La institución puede adaptarse, ya que no es mala de suyo, a la nueva situación, y a las nuevas necesidades. Estas han de ser reconocidas con sobriedad, y discreción, evitando una exhibición que permita al oficialismo progresista –que no va a desaparecer inmediatamente– activar sus recursos de proscripción, hasta que el nuevo pontificado se afiance plenamente.

El obispo debería ser el responsable directo del Seminario, aunque ha de valerse de la colaboración protagónica de presbíteros bien formados, y preparados para asumir sinceramente la orientación que el obispo desee implementar en la diócesis.

San Juan Pablo II ha legado a la Iglesia un amplísimo magisterio sobre la familia. Cuando fue pronunciado y –en buena cantidad– escrito, todavía la “perspectiva de género” no había alcanzado el protagonismo cultural que adquirió poco tiempo después. El Papa Wojtyla presenta la constitución natural y cristiana de la realidad varón–mujer, hijos, como lo más natural del mundo, aquello que es, y, por lo tanto, debe seguir siendo. Benedicto XVI añade una reflexión sobre el concepto metafísico de naturaleza. Este abundante y profundo magisterio debe ser retomado, y proyectado sobre los nuevos problemas sociales, y culturales: la Familia fundada sobre el matrimonio ha sido reemplada por “la pareja”, la cual no es para nada indisoluble y, por lo tanto, puede cambiarse sucesivamente. Omito, ahora, hablar del mal llamado “matrimonio igualitario”. Ha desaparecido el matrimonio como realidad de valor civil; el sacramental no implica fatiga alguna para quienes deberían bendecirlo, como es su deber. No creo que los novios católicos tengan noticia de que ellos están llamados a ser los ministros de un Sacramento que se dan el uno al otro cónyuge (sí, ¡el Matrimonio es un yugo!).

En estrecha relación con la cuestión de la familia está el valor de la vida humana; este asunto es un capítulo importantísimo de la moral cristiana. El próximo pontificado deberá afrontar una tarea más que necesaria: superar la herencia negativa del “aggiornamento”, coronada por el actual progresismo. Tendrá que rescatar a la teología moral del relativismo que la tiene secuestrada; en este empeño habrá de resolver el drama de la Humanae Vitae. Esta encíclica, publicada el 25 de julio de 1968, no fue aceptada por vastos sectores de la Iglesia: varias Conferencias Episcopales se pronunciaron en contra; aquellos fueron alentados por la unanimidad del periodismo que encarnó a la “opinión pública”. Se produjo una gran confusión de los fieles, de tal modo que muchos de ellos justificaron la práctica del uso de los medios que la encíclica de Pablo VI declaró objetivamente inmorales. Roma deberá retomar los argumentos de aquel texto para mostrar su verdad, teniendo en cuenta el cumplimiento de las previsiones de Humanae vitae. La crisis desatada por esta encíclica se arrastró hasta el nuevo milenio. El equívoco produjo una situación análoga con las crisis desatadas por cuestiones dogmáticas, en los comienzos del cristianismo. El próximo pontificado deberá desatar ese nudo. La apelación a la intercesión de la Knotenlöserin es insoslayable. María es, efectivamente, la que “Desata los nudos”. Hay algo de apocalíptico en el drama de Humane vitae.

Nuestra Señora "Desatanudos"
(imagen en la iglesia San José del Talar, Buenos Aires)
(foto propia)

El problema del que acabo de ocuparme es un capítulo de una cuestión mayor: la relación de la Iglesia con el llamado “mundo moderno”, que no fue resuelto con el Concilio Vaticano II, sino todo lo contrario, fue agravado por él, víctima de las ilusiones que ocultaron la difusión de una nueva gnosis. Las doctrinas de Karl Rahner y Pierre Teilhard de Chardin, monopolizaron la atención de la teología católica: la teoría rahneriana del “cristiano anónimo”, y el evolucionismo teilhardiano, que era una religión, tuvieron una vigencia innegable en el pensamiento cristiano del siglo XX.

A propósito de esta cuestión de las relaciones de la Iglesia con el mundo contemporáneo es oportuno recordar que en la preparación del Vaticano II cobró importancia, y creó expectativas el llamado Esquema 13, un antecedente que se convertiría en la constitución pastoral Gaudium et spes, texto que junto con la constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia fueron los documentos más relevantes del Concilio. Hay un acontecimiento que explica el tono de cómo se concibió la cuestión ya mencionada de las relaciones Iglesia–mundo. Juan XXIII deseaba la participación como observadores de los debates conciliares de representantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El encargado de hacer las negociaciones necesarias para asegurar esa participación fue el Cardenal Eugène Tisserant; se llegó a este acuerdo: los ortodoxos asistirían con la condición que el Concilio se abstuviera de condenar al comunismo. Participaron efectivamente dos prelados ortodoxos rusos (que seguramente eran espías del Kremlin). Este episodio es elocuente para mostrar el espíritu con el cual el Vaticano II abordó las relaciones Iglesia–mundo. Habría que añadir un ingenuo optimismo, inspirado desde el comienzo por el Papa Roncalli, quien en el discurso de apertura cargó severamente contra los “profetas de calamidades”. Claro, era el “Papa bueno”.

En esta nota he recogido algunos de los problemas que constituyen charcos en los que la Iglesia se encuentra empantanada. No son los únicos, sino los que considero prioridades que la realidad actual impondrá a los esfuerzos del próximo Pontífice. En suma, liberar a la Iglesia de la plaga mortal del progresismo. En mi artículo titulado Otra Iglesia II he señalado los factores de recuperación que permiten, razonablemente, abrigar una esperanza.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Buenos Aires, jueves 24 de agosto de 2023
Fiesta de San Bartolomé, apóstol
 

miércoles, 8 de noviembre de 2023

"La Virgen María en el culto y en la vida de la Iglesia"

Ayer comenzó el Mes de María. Por eso nos complace compartir el texto de la carta enviada en 1977 por el Cardenal Jean Villot, entonces Secretario de Estado del Vaticano, a Mons. Carlo Manziana, a la sazón Presidente del Centro de Acción Litúrgica, con ocasión de la XXVII Semana Litúrgica Nacional Italiana, dedicada al tema de la Virgen María en el culto y en la vida de la Iglesia. El texto de este documento fue publicado en el número 28/29 de la revista Liturgia, órgano informativo del Secretariado Nacional de la Comisión Episcopal Argentina, en la edición que corresponde al período enero-junio de 1977. Hemos omitido las citas a las Acta Apostolicae Sedis y hemos añadido un par de imágenes del santuario boloñés mencionado en el  documento. Más allá de los datos meramente circunstanciales, la carta ofrece elementos siempre valiosos en relación con el  culto a la Madre de Dios.



Excelencia Reverendísima: 


El Santo Padre ha sabido con agrado que la XXVII Semana Litúrgica Nacional, promovida por el Centro de Acción Litúrgica, se desarrolla este año en Bolonia, donde ya tuvo lugar otra vez en 1963, y tendrá como objeto de sus celebraciones y jornadas de estudio, el tema de María Santísima en el culto y en la vida de la Iglesia, volviendo a considerar el tema mariano, ya tratado en la Semana de Vicenza en 1954, para profundizar en él a la luz de la teología del Concilio Vaticano II, que ha colocado de nuevo a María en el contexto de la doctrina cristológica y eclesiológica. 

No se puede pensar en Bolonia sin que venga a la mente el bello santuario de la Virgen de San Lucas, situado en la colina de La Guardia; santuario que no sólo domina la ciudad desde lo alto, sino que está visiblemente unido a ella, mediante el admirable pórtico, tres veces secular, con que la piedad de los antepasados quiso afirmar hasta plásticamente los vínculos espirituales entre Bolonia y la Madre del Señor. Precisamente a estos vínculos se refería Su Santidad en la carta enviada al cardenal Antonio Poma, con ocasión del V centenario del descenso anual de la Virgen de San Lucas a la ciudad, para exhortar a los boloñeses, y no sólo a ellos, a reafirmar, con una vida cristiana coherente, los compromisos asumidos con la Virgen.



CON MARÍA, MADRE DE JESÚS 

En este marco histórico ambiental, parece ser más significativo aún el tema de la Semana dedicado totalmente a la Virgen y anunciado felizmente con las mismas palabras de los Hechos: "Con María, Madre de Jesús", con las que se quiere evocar el puesto privilegiado de la Virgen tanto al comienzo de la historia de la salvación, en el Nacimiento (cf. Lc 2, 16), como a la conclusión de la vida terrena de Cristo, en el Calvario (cf. Jn 19, 25), o en los comienzos de la Iglesia, en Pentecostés (cf. Act 1, 14). 

Todos conocen el interés que el Sumo Pontífice ha tenido siempre por el culto mariano y cómo se ha preocupado constantemente por su desarrollo y por hacerlo cada vez más genuino en todas sus expresiones, a la luz de los grandes principios de la fe cristiana y en la amplia perspectiva de la vida de la Iglesia. Con este fin publicó hace dos años la Exhortación Apostólica Marialis Cultus, con la que quiso sobre todo "favorecer el desarrollo de aquella devoción a la Virgen que en la Iglesia ahonda sus motivaciones en la Palabra de Dios, y se practica en el Espíritu de Cristo".

Virgen de San Lucas (Bolonia)
-Imagen tomada del sitio web arquidiocesano-


El Vicario de Cristo ha visto por ello con satisfacción que en el programa preparado para la Semana se propone, precisamente en la línea de la Marialis Cultus, poner en evidencia el rico contenido doctrinal, progresivamente desarrollado desde los comienzos de la Iglesia hasta hoy, en las celebraciones y en los textos de la liturgia mariana, subrayando en ello, con el fundamento bíblico, la nota trinitaria y cristológica para hacer resaltar después los aspectos ecuménicos, antropológicos y pastorales. El Santo Padre desea efectivamente que los fieles se eduquen y habitúen, mediante una oportuna catequesis y apropiadas instrucciones, a captar la riqueza teológica de los textos litúrgicos y a sacar de ellos las indicaciones prácticas también en lo relacionado con el modo de expresar su devoción a la Virgen. 


LA "MADRE DE LA IGLESIA" 

Otro punto que el Santo Padre quiere subrayar, como digno de particular atención por su importancia, es el concerniente a la relación entre María y la Iglesia, es decir, la misión de María en el misterio de la Iglesia y su puesto eminente en la comunión de los Santos (cf. Marialis Cultus, 28). Esta misión, que se enlaza con la presencia única de María en el misterio de Cristo y con la relación misteriosa entre el Espíritu Santo y la Virgen de Nazaret, quedó ya claramente expuesta y reafirmada en el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, cap. VIII), pero el Sumo Pontífice quiso sancionarla con su autoridad cuando, en la clausura del III período del Concilio, a la vez que promulgaba la citada Constitución, proclamó a María "Madre de la Iglesia", es decir, de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los Pastores. El Santo Padre renueva, pues, la exhortación que ya entonces hiciera de que la Virgen sea aún más honrada e invocada por el pueblo cristiano con tal título, que ahora tiene también una expresión litúrgica en la nueva Misa votiva De Beata María Vergine Ecclesiae Matre, que aparece en la segunda edición del Misal Romano  ¹. 

En tercer lugar, el Supremo Pastor ve con agrado que, juntamente con el culto litúrgico a la Virgen, se tomen en consideración las expresiones de la piedad popular, que, al ser oportuna y válidamente enriquecidas, en su primitiva espontaneidad, con formas nuevas que broten de genuina inspiración religiosa y de sensibilidad pastoral, pueden y deben contribuir a hacer el culto a la Virgen, tal como desea la citada Exhortación Apostólica, sólido en su fundamento, objetivo en el encuadramiento histórico, adaptado al contenido doctrinal, límpido en sus motivaciones, tal que pueda llegar a convertirse, aun cuando sea lentamente, no ya en obstáculo, sino en medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo ².

Virgen de San Lucas (Bolonia)
-Imagen tomada del sitio web arquidiocesano-


LA RELIGIOSIDAD POPULAR 

Efectivamente, como afirmaron muchos obispos en el Sínodo de 1974 y el mismo Sumo Pontífice en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi del 8 de diciembre de 1975, también las expresiones de la piedad popular son ricas de innegables valores y, si están bien orientadas mediante una pedagogía de evangelización, pueden llevar a las masas populares a un verdadero encuentro con Dios en Cristo Jesús.

El Santo Padre hace votos, por tanto, de que la Semana Litúrgica -que reunirá en torno a una significativa presencia del Episcopado a numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, provenientes de todas las partes de Italia, comprometiéndoles a la oración y al estudio e intercalando las lecciones de los relatores con celebraciones litúrgicas ejemplarmente preparadas en e desarrollo ritual y animadas por el canto de toda la asamblea-, sea para todos los participantes escuela de cómo se celebra, ejemplo de cómo se reza y de cómo se canta, pero sobre todo acreciente en ellos amor y la verdadera devoción a la Virgen Madre de Cristo y de la Iglesia, y refuerce su compromiso a tener alto en la comunidad cristiana el nombre y el honor de María, de modo que sea para todos modelo de fe y de plena correspondencia a cualquier la invitación de Dios y al mismo tiempo de plena asimilación de la enseñanza de Cristo y de su caridad. 

Con esta esperanza y asegurando su oración por el feliz éxito de las reuniones, Su Santidad imparte de corazón una especial bendición apostólica al arzobispo de Bolonia y Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, cardenal Antonio Poma; a su venerado predecesor en la sede de San Petronio y promotor del Movimiento litúrgico en Italia, cardenal Giacomo Lercaro; al cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia, que tendrá la introducción; y a todos los obispos presentes; al presidente emérito del Centro de Acción Litúrgica, mons. Carlo Rossi; a Vuestra Excelencia y a todos los organizadores, a los relatores y a todos los participantes en la Semana. Aprovecho gustoso la circunstancia para confirmarle mis sentimientos de distinguida estima. 

Cardenal Jean VILLOT, Secretario de Estado de Su Santidad 

Texto tomado del "L'Osservatore Romano", Edición en Lengua Española, Año VII,  Núm. 37 (402), 12 de septiembre de 1976


1. cf. Missale Romanum, ed. typica altera 1975, págs. 867-869
2.  cf. Marialis Cultus, 33 y 38

miércoles, 1 de noviembre de 2023

¿Qué es la Iglesia sino la congregación de los santos?

«¿Qué es la Iglesia sino la congregación de los santos? (...) Desde el comienzo del mundo, los patriarcas..., los profetas, los mártires y todos los justos... constituyen una única Iglesia, porque, al estar santificados por una misma fe y una misma vida y al estar marcados con el signo del mismo Espíritu, constituyen un solo cuerpo. Como Cabeza de este cuerpo se designa a Cristo, según está escrito. Pero hay más. Incluso los ángeles, los principados y potestades celestiales son miembros de esta única Iglesia... Cree, pues, que tú, en esta única Iglesia, llegarás a la comunión de los santos. Sábete que esta Iglesia Católica es una sola y que está instituida en todo el orbe de la tierra; debes permanecer firmemente en comunión con ella».

Nicetas de Remesiana,

Explanatio symboli 10: PL 52,871



«Communio sanctorum» es uno de los nombres de la Iglesia. Designa aquella «comunión de vida» con Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, 426) que es el Misterio de la vida de la Iglesia.

«La expresión "comunión de los santos" tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: "comunión en las cosas santas [sancta]" y "comunión entre las personas santas [sancti]"» (ibíd., 948).

miércoles, 25 de octubre de 2023

La significación de las campanas

El 15 de octubre de 1972, en el templo parroquial de Santa Teresa de Caracas (Venezuela), el Arzobispo de esa ciudad, cardenal José Humberto Quintero, pronunció esta homilía con motivo de la consagración de cuatro campanas nuevas para esa iglesia. Ofrecemos aquí el texto de esa predicación, que fuera publicado en la revista Liturgia número 28/29 (enero/junio de 1977). Añadimos algunas fotos propias de campanas en templos argentinos (al pie de la nota están las referencias) y el escudo del purpurado.


(1)

La solemne y rara función pontifical que hace poco presenciasteis, me brinda la oportunidad de proponer a vuestra consideración algunas sencillas reflexiones sobre lo que han significado y todavía significan las campanas en la historia milenaria de la Iglesia y en la vida individual de cada fiel cristiano. 

En una cálida noche de julio del año 64 de nuestra era, empezó en Roma, para entonces reina del mundo, un incendio que, estimulado por vientos impetuosos, rápidamente se fue propagando hasta abarcar, según lo refiere Tácito en sus Anales, diez de las catorce regiones en que se dividía la gran ciudad. Durante seis días con sus noches, nos dice Suetonio, ardieron sin remedio innumerables casas particulares; palacios de los antiguos generales, enriquecidos de gloriosos trofeos, los templos de los dioses, que se remontaban a la época de los reyes; y perecieron, consumidos por las llamas, miles y miles de habitantes, mientras los sobrevivientes se veían poseídos de una como repentina locura ante aquella inesperada y espantosa catástrofe.

Este trágico acontecimiento trajo una también trágica consecuencia. Apenas extinguido el fuego, humeantes aún las vastas ruinas, se trató de descubrir a los autores de aquel pavoroso incendio. Corría por entonces la especie de que los cristianos "fomentaban el odio al género humano". Dado este calumnioso prejuicio, fácil fue atribuir a ellos, aquel horrendo y dramático suceso. Y así se dio principio a la era sangrienta de las persecuciones que en breve se extendieron por todos los dominios de Roma. En esos años de zozobras, los cristianos celebraban sus reuniones litúrgicas en forma clandestina amparados por las sombras nocturnas o por las indecisas luces de la madrugada y utilizaban con tal fin ora la casa de algún fiel rico, que ofrecía comodidad por su amplitud, ora las criptas sepulcrales de las catacumbas cuando, arreciando la persecución, era mayor el peligro de ser descubiertos por las autoridades imperiales. La noticia de estas sagradas reuniones y la respectiva invitación a ellas pasaba de boca en boca, a media voz, como un secreto. Y así vivió nuestra Madre, la Iglesia, por casi trescientos años.

(2)

Adquirida la libertad, ella ya pudo celebrar sus asambleas públicamente, a la plena luz del día. El crecimiento siempre mayor de sus hijos la obligó a construir templos capaces de abrigarlos. Y para llamarlos a las funciones sagradas necesitó inventar medios que alcanzaran a todos ellos. El instrumento adecuado para este fin fueron las campanas. Y para que sus sonidos pudieran expandirse vibrantes por un vasto espacio, surgieron las torres, que han sido compañeras características de nuestros templos y constituido uno de los mayores y más hermosos ornamentos con que la arquitectura cristiana ha embellecido las ciudades del mundo. Las campanas, pues, son un evidente signo de la libertad y del triunfo de la Iglesia. No está de sobra recalcarlo en nuestros días, ya que en medio de esta cerrada confusión de ideas y de valores que trata de envolvernos, ha surgido la tendencia de ocultar o callar ese triunfo, como si él fuera una nota deshonrosa o deprimente en la vida de la Esposa de Cristo, hasta constituir un motivo de rubor, cuando en realidad debe ser causa de santo júbilo, como tienen que serlo para el hijo bueno y amoroso las coronas y laureles alcanzados por la madre.

Y porque las campanas son signo evidente de la libertad y del triunfo de la Iglesia, cuando en algún país ha sido esta perseguida, los gobiernos se han apresurado a hacer que enmudezcan las torres. Baste por el momento recordar la persecución que, a finales del siglo antepasado, se desató en aquella nación que antes se había gloriado de ser apellidada "hija primogénita de la Iglesia". Durante diez años, los campanarios franceses permanecieron silenciosos. Pero en la Pascua de 1802, nuevamente de todas las torres volaron por los aires primaverales las jubilosas algarabías de los repiques. Se acababa de afirmar un Concordato que ponía fin a la persecución y restablecía la libertad de la Iglesia: una vez más ella obtenía una victoria contra la Potestad de las tinieblas. Y refieren las crónicas que hasta aquellos que se consideraban inmunes de toda emoción religiosa, por la incredulidad de sus mentes y la impiedad de sus vidas, cuando nuevamente oyeron las campanas, enternecidos hasta el extremo, no pudieron contener las lágrimas.

(3)

Si en la historia de la Iglesia las campanas han sido un signo de libertad y de triunfo, en la vida de cada fiel cristiano ellas desempeñan una preciosa misión docente que quizás no sea claramente advertida pero que no por ello carece de eficacia.

En su primera Carta a los Corintios, expone San Pablo la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, el cual está formado "por todos los que fuimos bautizados dice el Apóstol ya judíos, ya griegos, ya esclavos, ya libres", en el que se debe dar una unión tan perfecta como la existente entre todas las partes del organismo humano, unión que se obtiene "en la unidad de la caridad de Cristo", como la afirma el Concilio Vaticano Segundo (Decreto Christus Dominus, n. 15). Pues bien: esa doctrina la proclaman las campanas cuando convocan a los fieles para los actos de culto: ellas por igual se dirigen a ricos y a pobres, a jóvenes y a ancianos, a sabios y a ignorantes, sin acepción de personas. Y los convocan indistintamente a congregarse en el recinto del templo, que es el sitio donde de modo visible puede apreciarse esa unidad en la variedad que es característica del Cuerpo Místico de Cristo.

(4)
El reconocimiento de la infinita excelencia y de la soberanía de Dios es deber primordial del cristiano. Y reconoce esa soberanía y excelencia mediante la adoración. Pero ésta ha de rendirse, no sólo individualmente, sino en forma comunitaria, dada la naturaleza social del hombre. A tal objeto está destinado el culto público, cuyo acto supremo e insustituible es el Sacrificio Eucarístico, del que "mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin", al decir del Concilio Vaticano (Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 10). A ese supremo acto de adoración llaman diariamente las campanas. Son, pues, unas incansables maestras que con sus  potentes voces musicales inculcan en los fieles esa grave obligación de adorar y glorificar socialmente a la Majestad Divina. 

Además de llamar a los fieles a los actos litúrgicos, las campanas, al sonar distintas horas, a saber, al alba, a mediodía y al crepúsculo, invitan a esa otra oración indispensable, dicha al Padre en secreto, según lo enseñó nuestro Señor Jesucristo en el sermón de la montaña, que es la oración individual y privada. Y para inclinarnos con atrayente fuerza a esa plegaria, nos proponen dirigirla a una persona que poderosamente conmueve el corazón cristiano, o sea a María, Madre de Dios y Madre nuestra, en la certeza de que ello resulta inmensamente grato a nuestro Señor Jesucristo, pues Él, como buen hijo, tiene que complacerse de los homenajes rendidos a Su Madre. He ahí la lección que nos dan las campanas con el tradicional toque del Ángelus. 

Si ellas, con la música de los repiques, parecen repetirnos aquella lección de perpetua alegría que San Pablo daba a los fieles de Filipos: “Gaudete in Domino, iterun dico, gaudete, Alegraos en el Señor, de nuevo os digo, alegraos”, al lanzar los clamores fúnebres diríase que nos gritan aquella desoladora enseñanza del Eclesiastés: “Vanitas vanitatum et omnia vanitas, (“Vanidad de vanidades y todo vanidad, pero atemperada por aquella otra estimulante lección de la Epístola a los Hebreos: “Non habemus hic manentem civitatem, sed futuram inquirimus” (“No tenemos acá abajo ciudad permanente, sino que marchamos en busca de la futura”).

Finalmente, además de desempeñar esa misión de magisterio, las campanas se hallan estrechamente ligadas a nuestra propia existencia: ellas celebraron nuestro nacimiento a la vida de la gracia, cuando repicaron para anunciar nuestro bautismo; ellas celebraron el momento en que el Pontífice nos convirtió en soldados de Cristo, al administrarnos el Sacramento de la Confirmación; ellas celebraron asimismo aquella solemne y trascendental mañana en que Jesús, realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad bajo las especies eucarísticas, se  unió a nosotros en la primera comunión; y las campanas anunciarán también un día, con la melancolía de los dobles, nuestro inevitable tránsito de esta vida perecedera a la  la eternidad.

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Testimonio de triunfo en la vida de la Iglesia y maestras de verdades religiosas en la vida del cristiano: he ahí lo que son las campanas de nuestros templos. Concluyamos estas sencillas reflexiones con una plegaria cordial: Oh Dios omnipotente, Padre Nuestro, Soberano Señor de cielos y tierra: Bendecid y premiad al celoso Párroco que ha puesto singular empeño en dotar a este templo de esas lenguas de bronce que serán incansables pregoneras de la fe en esta céntrica parroquia de nuestra capital. Bendecid y premiad a los fieles que han colaborado generosamente con él para llevar a cabo esta dotación. Concede la gracia de que las campanas que hoy hemos consagrado, cumplan por siglos de siglos el ministerio que a ellas compete, es decir, que sean voces eficaces para congregar bajo estas naves al Pueblo de Dios, Cuerpo Místico de Cristo animado por la verdadera caridad; voces eficaces para estimular a los fieles de esta Parroquia a la oración individual diaria y al amor a la Madre celestial; voces eficaces que despierten en las almas, por sobre las cosas transeúntes de este mundo caduco, pensamientos de cielo y anhelos de gloria eterna e infinita. Y finalmente, os pedimos que estas campanas jamás enmudezcan, porque la Iglesia, que las ha consagrado por mano de este humilde Pontífice, no deje nunca de gozar en nuestra Patria del triunfo de su fe y del don inestimable de la libertad. Así sea.




José H. Quintero
Arzobispo de Caracas
Cardenal Presbítero 
del Título de los  Santos Andrés y Gregorio  del Monte Celio

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Referencias (todas las fotos son propias):

(1) Campana en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima 
    (Nueve de Julio, Buenos Aires)
(2) Campana en la iglesia de San Ignacio
    (Ciudad de Buenos Aires)
(3) Placa referida a las campanas de la Catedral de Santiago del Estero
    (Santiago del Estero)
(4) Campanas en la iglesia de San José 
    (Cachi, Salta)
(5) Campana en la Basílica del Espíritu Santo
    (Ciudad de Buenos Aires)

miércoles, 18 de octubre de 2023

"La abolición del cristianismo", por monseñor Aguer

 

El viaje a Mongolia: 
La abolición del cristianismo 
(por Mons. Héctor Águer)

La comunidad católica de Mongolia es minúscula, cuenta con 1.500 fieles, lo cual permite pensar que el país no ha sido en realidad profundamente evangelizado. La presencia allí del Sucesor de Pedro presentaba una ocasión inmejorable.

¿No era posible, acaso, para anunciar el nombre de Jesucristo, con respeto y cordialidad hacia los oyentes budistas, y presentarse no como el portador de un mensaje humanístico sino como lo que es, Vicario de Cristo? Lamentablemente, los viajes del Papa no son gestos evangelizadores sino vagamente religiosos; no se encuentra primordialmente en ellos la proclamación del kérygma, como corresponde al oficio apostólico. Esta vez fue una prédica contra el fundamentalismo: “La cerrazón, la imposición unilateral, el fundamentalismo y la coerción ideológica arruinan la fraternidad, alimentan tensiones, y ponen en peligro la paz”.

El discurso de San Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17, 22-31) es un modelo que analógicamente puede ser aplicado hoy día en la relación de la Verdad católica con la religiosidad de “las naciones”. El Apóstol no preparó una ensalada interreligiosa, como la que se sirvió en Mongolia. A propósito, podemos preguntarnos en qué consiste una actitud pastoral, en sentido cristiano.

“El fundamentalismo pone en peligro la paz”, titula el diario “La Prensa”, de Buenos Aires, sobre la advertencia del Papa. Es verdad: el fundamentalismo progresista instalado en Roma turba la paz de la Iglesia, en la que la desarmonía afea su belleza. En la reunión desarrollada en el teatro Hun, de la capital Ulan Bator, donde se reunieron chamanes locales, monjes budistas, y un sacerdote ortodoxo, el Pontífice elogió indistintamente a las “tradiciones religiosas, en su originalidad y diversidad (que) importan un formidable potencial de bien, al servicio de la sociedad”. El Santo Padre escuchó atento mientras otros religiosos, incluidos judíos, musulmanes, bahaíes, hindúes, sintoístas, adventistas, y evangélicos, describían sus creencias, y su relación con el más allá. Muchos destacaron que “la yurta mongola es un poderoso símbolo de armonía con lo divino, un lugar cálido de unión familiar, abierto al Cielo, y donde todos, aun los desconocidos, son bienvenidos”. En el orden internacional, señaló el Papa que si quienes gobiernan las naciones “eligieran el camino del diálogo con los demás, contribuirían de manera determinante a poner fin a los conflictos que siguen causando sufrimiento a tantos pueblos”. Con budistas sentados en primera fila, recordó las persecuciones de las que ellos fueron víctimas de manos de las dictaduras comunistas de la región: “Que la memoria de esos padecimientos nos dé la fuerza para transformar las heridas sombrías en fuentes de luz, la ignorancia de la violencia en sabiduría de vida, el mal que arruina el bien que construye”.


“El hecho de estar juntos en el mismo lugar ya es un mensaje”, afirmó el Vicario de Cristo. ¿Qué hubiera pensado de ese mensaje –sobre todo de los discursos– el Sócrates danés Soeren Kierkegaard? Seguramente que significaba la abolición del cristianismo. La sal kierkegaardiana, perdido su sabor, entró en la composición de la ensalada junto a escritos budistas, Gandhi, y San Francisco de Asís, todos citados en la misa. A ésta, celebrada en un estadio deportivo, asistieron muchos peregrinos chinos, desafiando las prohibiciones del régimen de Pekín, que no permitió salir del país a los obispos. Viajaron en trenes durante más de veinte horas para ver al Papa; ellos evitaban prudentemente hablar con la prensa, ser grabados, o fotografiados. A la celebración litúrgica asistieron unos dos mil fieles, entre ellos los peregrinos del coloso asiático vecino. En la misa el Pontífice volvió a hablarle a China; les pidió a los católicos “que sean buenos cristianos, y buenos ciudadanos”. Palabras bien medidas.

La orientación del Pontificado se mostró claramente en el viaje a Mongolia. Se me ocurre relacionar la misma con una reciente expresión del Papa Bergoglio, que imaginó a su sucesor como Juan XXIV. El número XXIII encaminó a la Iglesia hacia ese pantano en el que estamos hundidos. En mi artículo “El nuevo Papa” tracé un esbozo de lo que me parece deseable para el próximo turno pontificio. ¿Por qué el sucesor no podría ser Pío XIII? ¿O Urbano IX (Nono)? El octavo de la serie reinó entre 1623, y 1644. Sería un homenaje a la Urbs, la Urbe, la Roma eterna, que ocupa un lugar privilegiado en el corazón de todos los católicos.

Los designios de la Providencia de Dios son inescrutables.


+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Buenos Aires, martes 12 de septiembre de 2023
Memoria del Dulce Nombre de María