miércoles, 29 de marzo de 2023

"Me estoy echando a perder"

Me estoy echando a perder. Por Jorge González Guadalix (De profesión cura). Y no saben mis amables lectores hasta qué punto. El problema es que según voy explicando y releyendo los documentos de la Iglesia que explico a mis seguidores cada jueves a las 20 h., me voy dando cuenta de que mis celebraciones litúrgicas necesitaban ser mucho más conciliares, que me estaba pasando un poco, y además necesitaban crecer en creatividad, variedad y capacidad de explorar todas sus posibilidades.

Les cuento cosas.

Quizá, la primera, que seguimos utilizando el latín en ocasiones, con gran respuesta de los fieles. Kyries, sanctus y agnus de la misa de angelis no tienen secretos para mis fieles. Tantum ergo y Salve Regina, ni les cuento.

Para que vean cómo me echo a perder, confieso que, además de la plegaria eucarística II, hay veces que proclamo otras, incluyendo el canon romano.

Imbuído no del espíritu, sino de la letra expresa del Vaticano II, ni se me ocurre, añadir, quitar o modificar nada en la liturgia, lo que hace que esté atento al misal y a las rúbricas cada vez con más detenimiento.

Convencido de la libertad de los hijos de Dios para comulgar como deseen, hasta voy teniendo algún reclinatorio para los que quieran comulgar de rodillas.

Para crecer en creatividad, además de que proclamo distintas plegarias eucarísticas y no solo la II, he descubierto que el misal tiene formularios para diversas ocasiones, prefacios diversos, oraciones, fórmulas que pueden variarse.

En aras de libertad y respeto, a veces celebro coram populo, otras coram Deo. Mis feligreses no se hacen problema. Entienden las dos posibilidades, y si no, ahí está uno para explicárselo.

Siguiendo el mandato del concilio, cuido la piedad popular, rezamos el rosario en cada parroquia, y fomento las grandes expresiones de fe, especialmente la adoración al Santísimo Sacramento.

Por supuesto que utilizo los ornamentos prescritos, a veces casulla romana, a veces gótica. Pura creatividad.

Les digo que echado a perder. Imaginen misa coram Deo, con casulla romana, misal de Pablo VI en lengua vernácula y Kyries, sanctus y agnus de la misa de angelis. ¿Echado a perder? Pues no. Plenamente conciliar, y si no, se relean los documentos.

¿Y la gente de mis pueblos? No se hace problema… En absoluto. Al revés, encantados. Son libres, creen en la libertad, y además plenamente conciliares del concilio fetén, no del espíritu ese.

La creatividad no está en inventarse una plegaria o consagrar con polvorones de Estepa. La fidelidad no es reducir la misa a la plegaria II. La piedad no se eleva quitando la casulla para lucir una estola de cualquier forma. La adoración no es un rescoldo de la antigüedad.

Servidor y sus fieles, echados a perder. Afortunadamente.

(Publicado en febrero de este año 
en el blog de la parroquia San Félix de Lugones
de Oviedo, España; 
la imagen es de la nota original)

miércoles, 22 de marzo de 2023

Salutación Angélica

La revista Mikael era una publicación del Seminario Arquidiocesano de Paraná que  apareció entre 1973 y 1983.

En su primer número fue publicado «un texto breve, verdadera joya teológica, con el que Santo Tomás de Aquino exalta la grandeza singular de la Madre de Dios». La traducción fue especialmente preparada para la revista Mikael por el Dr. Carlos A. Sáenz, «experto latinista y delicado poeta».

El traductor aclara en nota al pie que en este opúsculo Santo Tomás sólo comenta la Salutación Angélica propiamente dicha. El responsorio que hoy está en uso (Santa María...) es de época posterior. 

La imagen en blanco y negro acompañaba al texto original.

Publicamos esta entrada a pocos días de celebrar la Solemnidad de la Anunciación.



Prólogo

1                 Las palabras que componen esta salutación tienen un triple origen. Unas provienen del Ángel, a saber: "Ave llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres". Otras son de Isabel, madre de Juan el Bautista: "Bendito el fruto de tu vientre". Y por último, la que agregó la Iglesia: "María"; porque, aunque el Ángel no dijo "Ave María" sino "Ave llena de gracia", ese nombre de María conviene por su significado a lo dicho por el Ángel, como se verá.

 

Ave María llena de gracia, el Señor es contigo

2     Acerca de lo primero se debe considerar cuán grande importancia se atribuía en la antigüedad al hecho que los ángeles se apareciesen a los hombres, y cómo se alababa a los hombres que reverenciaban a los ángeles. En alabanza de Abrahán está escrito que hospedó a los ángeles y les mostró reverencia. En cambio, que los ángeles reverenciaran al hombre, jamás se había oído, hasta que uno de ellos saludó reverentemente a la Bienaventurada Virgen diciéndole "Ave".

3     La razón de que en la antigüedad el ángel no reverenciara al hombre, sino el hombre al ángel, consiste en que el ángel  es mayor que el hombre; y esto en tres aspectos.

Primero, respecto a la dignidad: porque el ángel es de naturaleza espiritual: "Hace espíritus a sus ángeles" (Sal 103, 4). El hombre, en cambio, es de naturaleza corruptiva; y así decía Abrahán: "Hablaré a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza" (Gen 18, 27). No era pues adecuado que una creatura espiritual e incorruptible mostrara reverencia a otra corruptible como el hombre.

Segundo, respecto a la familiaridad con Dios. Porque el ángel es familiar de Dios en cuanto lo asiste: "Por millares lo servían, y millares de millones lo asistían" (Dan 7, 10). El hombre, en cambio, se halla como extraño y alejado de Dios por el pecado: "Me alejé prófugo" (Sal 54, 8). Por lo tanto, conviene que el hombre reverencie al ángel en cuanto el ángel es pariente y familiar del Rey.

Tercero, respecto a la preeminencia en el esplendor de la divina gracia. Porque los ángeles participan de la luz divina con suma plenitud: "¿Acaso no son innumerables los que forman su milicia, y a ninguno de ellos le falta su luz?" (Job 25, 3). Y por eso el ángel siempre aparece con luz. En cambio, los hombres, aunque algo participen de esa misma luz, es poco y con cierta oscuridad.

4     Por tanto no era adecuado que el ángel mostrase reverencia al hombre antes de encontrar en la naturaleza humana, a aquélla que en esos tres aspectos le excedía, y a quien quiso reverenciar diciéndole "Ave".

5     Es así que la Bienaventurada Virgen excede a los ángeles en esos tres aspectos.

a) Primeramente en plenitud de gracia, la cual es mayor en la B. Virgen que en cualquier ángel; y para insinuarlo, el Ángel le mostró reverencia diciendo: "Llena de gracia", como si dijera: Te reverencio porque me excedes en plenitud de gracia.

6     Se dice de la B. Virgen, que de tres modos es llena de gracia. Primero, en cuanto al alma, en la que tuvo toda la plenitud de la gracia. Ahora bien, la gracia de Dios se da para dos cosas: para obrar el bien y para evitar el mal; y en cuanto a ambas la B. Virgen tuvo una gracia perfectísima Ella evitó todo Pecado más que cualquier otro santo, después de Cristo. Porque el pecado, o es original, y de éste fue purificada "in útero", o mortal o venial, y de éstos fue libre. De donde: "Eres toda hermosa, amiga mía, no hay mácula en ti" (Cant 4, 7).

San Agustín, en su libro De la Naturaleza y la Gracia, dice: "A excepción de la santa Virgen María, todos los santos y santas a los que se les hubiera preguntado en vida si no tenían pecado, todos al unísono habrían respondido: —Si decimos que no tenemos pecados, a nosotros mismos nos engañamos y la verdad no está

con nosotros. A excepción, digo, de esa santa Virgen, respecto a la cual, por el honor del Señor, no quiero mentar siquiera el tema del pecado, pues tan grande es la gracia que le fue dada para vencerlo omnímodamente, que mereció concebir y dar a luz a quien nos consta que no tuvo ninguno". Mas Cristo excede a la B. Virgen en que fue concebido y nacido sin pecado original,  y la B. Virgen sólo nacida sin él [i].

7     Por lo demás, la B. Virgen brilló en el ejercicio de todas las virtudes, mientras los otros santos solamente en algunas: porque uno fue humilde, otro casto, otro misericordioso; y por eso se los presenta como ejemplo de determinadas virtudes; así San Nicolás ejemplo de misericordia, etc. Pero la B. Virgen es ejemplo de todas las virtudes; porque en ella encuentras el ejemplo de humildad. Lc. I, 38: "He aquí la esclava del Señor", y luego (vers. 48) "vio la humildad de su esclava"; el ejemplo de castidad: (vers. 34) "no conozco varón", y de todas las virtudes, como es notorio. Por consiguiente, la B. Virgen es llena de gracia tanto en orden a obrar el bien como a evitar el mal.

8     Segundo, fue llena de gracia en cuanto a la redundancia del alma sobre la carne o el cuerpo. Porque si tanta gracia ha de haber en los santos para santificar su alma, cuan llena de gracia estaría el alma de la B. Virgen para que la gracia refluyese en la  carne y de ésta concibiese al Hijo de Dios. Así lo dice Hugo de S. Víctor: "Porque el amor del Espíritu Santo ardía singularmente en su alma, por eso obraba maravillas en su carne, a tal punto que de ella Dios nacería hombre". Luc. I, 35: "Lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios".

9      Tercero, en cuanto a la influencia sobre todos los hombres. Porque grande es la gracia si en algún santo alcanza para salvar otros hombres, pero si fuera suficiente para la salvación de todos, seria máxima; y esto acontece en Cristo y en la B. Virgen. Porque en todo peligro, de esa misma Virgen gloriosa puedes obtener salvación. De donde Cant. IV, 4: “Mil escudos (esto es, defensas contra los peligros) penden de ella”. Asimismo en toda obra de virtud puedes tenerla como ayuda; por eso ella misma dice: (Eccli. XXIV, 25) “En mi toda esperanza de vida y de virtud”.

Así, pues, es llena de gracia, y excede a los ángeles en plenitud de gracia; y por eso con mucha propiedad se llama María, que significa “iluminada” (Is. LXIII, 11): “Llenare tu alma de esplendores” y también “iluminadora”, como la luna, que iluminada por el sol, ilumina el mundo.

10    b) En segundo lugar, excede a los ángeles en familiaridad divina, y para expresarlo el Ángel le dice: “El Señor es contigo”, como si dijera: Por eso te reverencio, porque tú eres más familiar de Dios que yo, pues el Señor es contigo.

Al decir “El Señor”, no solo nombra al Padre sino también al Hijo, a quien ni ángel ni otra criatura lo tuvo como ella: “Lo Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). Dios Hijo en el vientre. “Exulta y entona alabanzas, casa de Sion, puesto que está en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12, 6). De distinto modo está el Señor con la B. Virgen que con el ángel, porque con ella como Hijo, y con él como Señor.

Asimismo el Señor, es decir el Espíritu Santo, está en ella como en un templo; de donde se la llama “Templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo”, porque concibió del Espíritu Santo “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35).

De manera que la B. Virgen es más familiar con Dios que el ángel, porque con ella está el Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, la Trinidad toda. Y por eso se canta de ella: “De toda la Trinidad, noble triclinio”.

“El Señor es contigo” es lo más noble que se le pueda decir. Con razón el Ángel reverencia a la B. Virgen, porque siendo madre del Señor, es Señora, y le cuadra el nombre de María, que en lengua siria se interpreta “Señora”.

11     c) En tercer lugar, excede a los ángeles en pureza; porque la B. Virgen no solo era pura en si misma, sino que transmitía pureza a los demás. Purísima fue en cuanto a la culpa, puesto que no incurrió en pecado ni original ni mortal ni venial alguno.

12    Y lo mismo en cuanto a la pena. Porque tres fueron las maldiciones que merecieron los hombres por el pecado. La primera cayó sobre la mujer, a saber, que concebiría con corrupción, llevaría el fruto con pesadez y daría a luz con dolor. Y de esto fue inmune la B. Virgen que concibió sin corrupción, llevo con solaz, y en gozo dio a luz al Salvador: “Germinando germinara con exultación y alabanza” (Is 35, 2).

13    La segunda, al varón, a saber, que comería el pan con el sudor de su rostro. De esto también estaba inmune la B. Virgen, porque según la doctrina del Apóstol (1 Cor 7, 34) las vírgenes están libres de los cuidados de este mundo, y vacan solo para Dios.

14    La tercera es común a varones y mujeres, a saber, que se convertirían en polvo. E inmune de esto, la B. Virgen fue asumida al cielo con su cuerpo; pues ciertamente creemos que tras la muerte fue resucitada y llevada al cielo: “Levántate, Señor, a tu reposo, tú y el arca de tu santidad” (Sal 131,  8).

 

Bendita tu entre las mujeres

15    Así pues, fue inmune de toda maldición, y por lo tanto bendita entre las mujeres, ya que entre todas, solamente ella aparto la maldición, llevo consigo la bendición y abrió la puerta del paraíso; y por eso le cuadra el nombre de María, que significa “ estrella del mar”, porque tal como por la estrella del mar, los navegantes se dirigen al puerto, los cristianos se dirigen a la gloria por María.

 

Bendito el fruto de tu vientre

16    Ocurre que mientras el justo halla lo que desea, el pecador lo busca donde no puede conseguirlo: “La hacienda del pecador está reservada para el justo” (Prov 13, 22). Así Eva, en el fruto prohibido, nada encontró de lo que deseaba; en cambio la B. Virgen halló en su fruto cuanto había deseado Eva.

17    Porque Eva esperaba encontrar tres cosas en el fruto.

Primero, lo que falsamente le prometió el diablo, a saber, que serían como dioses, conocedores del bien y del mal. “Seréis como dioses” (Gen 3, 5) dijo aquel embustero; y mintió porque era mendaz y padre de la mentira. Ya que Eva al comer el fruto, no se hizo semejante a Dios, sino desemejante, pues pecando se alejó de Dios su Salvador, y fue expulsada del paraíso. Pero aquello esperado, es lo que halla la B. Virgen en el fruto de su vientre, y también todos los cristianos, pues por Cristo nos unimos y asimilamos a Dios: “Cuando se manifestare, seremos semejantes a él…” (1 Jn 3, 2).

Segundo, en el fruto, Eva buscó el deleite, porque era bueno para comer; pero no lo encontró, ya que al punto dolióse de sentirse desnuda. En cambio, en el fruto de la Virgen encontramos suavidad y salud: “El que come mi carne tiene vida eterna” (Jn 6, 55).

Tercero, el fruto de Eva era de hermoso aspecto; pero cuanto más hermoso el fruto de la Virgen, al cual desean contemplar los ángeles: “Eminente en belleza sobre los hijos de los hombres” (Sal 46,  3), y esto por ser el esplendor de la gloria del Padre.

En conclusión: si Eva no encontró en el fruto prohibido aquello que esperaba, como ningún pecador lo encuentra en sus pecados, para encontrarlo busquémoslo nosotros en el fruto de la Virgen.

18    Este es el fruto bendecido por Dios, al que de tal manera colmo de gracia, que nos fue presentado como objeto de su reverencia: “Bendito Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en el mismo Cristo con toda suerte de bendiciones espirituales” (Ef 1, 13). Bendecido por los ángeles: “Bendición y gloria y sabiduría y acción de gracias, honra y poder y fortaleza a nuestro Dios” (Ap 7, 12). Bendecido por los hombres: “Toda lengua confiese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre” (Fil 2, 11);   “Bendito el que viene, en nombre del Señor” (Sal 117, 26).  Bendita es pues la Virgen; pero más bendito su fruto.

 

Santo Tomás de Aquino

 



(1)             Rectificados algunos códices mendaces, la debida coordinación de los textos tomistas habría disipado por completo su presunta discrepancia con la definición dogmática. (Cfr. C. FABRO. Introducción al Tomismo. Rialp 1967, p. 97 ss.) Pero quizás sea más importante señalar que la Iglesia, al ensenarnos que la Santísima Virgen fue PRESERVADA del pecado original “ex morte Christi praevisa” , nos confirma, con S. Tomas, que fue REDIMIDA (a saber: en el primer instante de su ser natural),  no que, como Cristo, fuera ajena al orden de la caída hereditaria. (Nota del traductor).

 

miércoles, 15 de marzo de 2023

"La niebla"

Este artículo, de Rafael Gambra, fue publicado en  Mikael, la revista oficial del Seminario Arquidiocesano de Paraná. Apareció en el número 3,  del tercer cuatrimestre de 1973. Tiene, por tanto, 50 años. Pero leído hoy, se advierten su carácter clarividente y profético  y su cruda actualidad.

A pie de página la Redacción de la revista hacía esta aclaración:

El Profesor Dr. Rafael Gambra, filósofo y catedrático español, nos ha enviado la nota que aquí publicamos. Al hacerlo, debemos señalar la muy importante contribución del Prof. Gambra al pensamiento católico contemporáneo, y sus esfuerzos dirigidos a restaurar el realismo de la inteligencia, así como el sentido de lo sagrado y la fidelidad a la Iglesia. Particularmente valiosa, y de lectura obligada, es su obra "El Silencio de Dios" (Madrid, 1968), de la cual dijo Gustave Thibon al prologarla (y nosotros adherimos plenamente al juicio del filósofo francés): "es un testimonio en favor del hombre eterno contra los ídolos que ha segregado nuestra locura y que devoran nuestra propia sustancia. Un grito de alarma profético frente al inmenso suicidio colectivo que nos amenaza".




LA NIEBLA

En alguna ocasión he escrito que la decisión de un católico ante los tristes avatares de la hora presente debe ser la de "mantener la fe y la esperanza, la de transmitirla íntegra a nuestros hijos cueste lo que cueste, aún a riesgo del aislamiento y de la soledad, de la incomprensión o de la persecución psicológica o sangrienta".

Parece que este designio se orienta al mantenimiento de la fe —bien supremo del hombre en esta vida—, y que a él ha de sacrificarse, si preciso fuere, la vida misma de nuestros hijos, que quizá sufrirán —en grado superior a nosotros mismos— el aislamiento o las torturas "psicológicas" y aun físicas del futuro "universo tecnificado".

Quiero ahora aclarar que esa decisión frente al gran derrumbamiento de la fe, de la moral y de las costumbres a que asistimos, si ha de tomarse primordialmente por la salvación de la fe, habría de adoptarse igualmente si sólo se tratase del bien personal de nuestros hijos. Es decir, que a pesar de esos riesgos a que podemos verlos sometidos, no existe contradicción entre la causa de la fe y el bien personal de los hijos, sino rigurosa coincidencia. Aquí, como en todo orden, se realizan las palabras de Cristo: Buscad el reino de Dios y su justicia que lo demás se os dará por añadidura.

El hecho es de observación vulgar y cada lector podría citar enseguida una docena de ejemplos entre sus relaciones si no en su propia experiencia. Por primera vez en la Historia, de un modo generalizado y no excepcional, de familias cristianas y moralmen-te rectas nacen hijos revolucionarios, descreídos, "hippies", o desesperados. Los padres asisten, sin entenderlo, a la metamorfosis, y sólo son conscientes de ella cuando no tiene ya remedio. Este hecho, en su generalización, no tiene precedentes en lo que sucedía en anteriores generaciones, o en épocas más remotas. Siempre ha existido un natural y sano "conflicto generacional" entre el dinamismo, alocamiento y generosidad de la juventud, y la serena experiencia, a veces desengañada y pasiva, de la madurez. De esta normal tensión surge la renovación y la alegría en los ambientes familiares que tienen hijos. Pero el fenómeno actual a que me refiero —y que todo lector tiene en la mente— nada tiene que ver con esa dinámica natural de las generaciones que nunca impidió que, salvo excepciones, el hijo fuera solidario del mundo espiritual de sus padres.

Tampoco se trata de que la actual juventud sea mejor ni peor que las pasadas. La naturaleza humana como tal no cambia: la juventud —tan alabada hoy como si se tratase de una nueva raza de hombres— no es una sustancia, ni una cualidad, sino un estado. Se es joven hasta que se deja de serlo, y este tránsito no acarrea por sí el dejar de ser bueno o malo, sabio o necio, ni menos el dejar de ser tal individuo humano. El fenómeno es de índole muy diversa.

Muchos medios de vida y ninguna razón para vivir

Los muchachos de hoy poseen medios de vida en una proporción desconocida en otras generaciones. Dinero, diversiones, libertad de movimiento y libertad sexual como jamás pudieron soñarse. Y esto no sólo los de niveles económicos superiores, sino dentro de su ambiente, los de casi todos los niveles, incluidos muy especialmente los llamados asalariados u obreros. La juventud actual cuenta con abundancia creciente de medios de vida, pero carece, en general, de una razón para vivir. Y éste es, cabalmente, el bien más preciado e indispensable que estos hombres deberían haber recibido de la sociedad a que pertenecen, particularmente de sus padres.

Lo mismo que el cuerpo del hombre se organiza y sostiene apoyado en el sistema óseo, en la columna vertebral, así también la vida psicológica y espiritual sólo puede ordenarse y mantenerse en torno a un sistema de verdades, convicciones, adhesiones morales, de las que resultan unos objetivos de vida y unas nociones básicas de lo que es verdadero y de lo que es bueno. Quien carezca de esa estructura en su espíritu, caerá en un marasmo o confusión mental, en la indiferencia desesperada y bajo el dominio de sus pasiones progresivamente corrompidas.

Al joven de hoy se le propone como ideal de vida el culto a su propia juventud o el progreso del nivel de vida, es decir, el aumento de unos medios que posee ya superabundantes. Pero se le ciega el conocimiento de algo que es indispensable para su vida, que le permitirá afrontar el necesario tránsito a la madurez y a la vejez, que otorgará sentido y esperanza a su vivir. La subversión sorda y sin límites ni objetivos que caracteriza a grandes sectores de la juventud actual (el movimiento hippy en muchos de sus aspectos) se dirige, aun sin saberlo, contra esa falta de objetivos —de fe y de esperanza— que caracteriza a lo que ellos llaman "sociedad de consumo".



El camino del monte y el camino de la vida

Días atrás caminaba yo por el monte y creí comprender algo de esa situación humana de las nuevas generaciones.

Nuestro Pirineo cercano está tornando al dominio de la selva: la despoblación rural, el abandono de la agricultura y de la ganadería, hacen que los caminos se pierdan y que el más espeso matorral los cubra como una masa verde inextricable. Por efecto de este fenómeno me vi en un paraje de monte bajo del que de ninguna manera acertaba a salir. Sin embargo, no podía decir en absoluto que estaba perdido: veía las cumbres cercanas y familiares que me indicaban claramente dónde me encontraba y hacia dónde tenía que dirigir mi esfuerzo por salir del paso. Al poco rato cayó sobre mí una espesa niebla que me ocultó esos segundos planos y con ellos todo punto de referencias. Entonces —y sólo entonces— podía considerar con verdad que estaba perdido, porque no sabía ya hacia dónde dirigir mi esfuerzo por avanzar. De tal situación sólo pude salir cuando la nube se rasgó y aparecieron otra vez las cumbres orientadoras.

Algo semejante acontece en el caminar de las vidas humanas. Las dificultades de todo orden —tentaciones, vicios, penurias, desventuras— pueden acorralar como maleza bravía a un hombre hasta impedirle avanzar en un momento dado. Sin embargo, mientras contemple sobre sí las cumbres familiares o el cielo con el orden permanente de sus estrellas, será capaz de mantener una dirección y abrigará una esperanza firme para su esfuerzo. Ese hombre, por difícil, descarriada o caída que sea su vida, no es un hombre perdido. Cuando en cambio, esos altos puntos de referencia desaparecen de su vista, como en la niebla o en la oscuridad, ese será el momento en que no tendrá humano remedio: falto de orientación y de estímulo en su movimiento, será presa del desaliento, del escepticismo, de la inercia.

Soledad de barco sin naufragio y sin estrella...

Este es el caso de un número creciente de jóvenes en las generaciones que advienen hoy al existir. La lucha humana contra las dificultades y las propias pasiones se hace para ellos psicológicamente imposible porque en la vida se les ha dado de todo, menos razones para vivirla. 

No pueden saber —porque nadie se lo muestra ya— a dónde caminan, ni qué es bueno o malo, valioso o desdeñable. En algunos casos la vida se hace, por algún tiempo, objeto de sí misma como por un instinto natural, al tener que superar —con la vitalidad de la juventud— las carencias fundamentales que amenazan esa misma vida. Pero un ambiente de abundancia y de seguridad ahoga ese mismo impulso vital, sustituyéndolo por el hastío y la disconformidad radical.

Tal es la situación en que dejan a sus hijos los padres que no han podido —o no han querido— transmitirles su mundo espiritual y valoral, sustituyéndolo por un suministro de confort y de seguridad económica. Es también la responsabilidad de los educadores y sacerdotes que han dejado de ser pontífices (creadores de puentes) hacia la eternidad, para convertirse en meros animadores de una insensata e infinita búsqueda de la "promoción" y del "nivel de vida". La de aquellos que, en vez de mantener alta la vista del hombre, se encarnizan con las cumbres de referencia en nombre de la evolución o del "humanismo", tratándolas de "prejuicios" o de "alienaciones" respecto del suelo que se pisa.

La responsabilidad también de esa llamada "Iglesia progresista" que, negándose a su misión divina de mostrar al hombre los altos puntos de referencia —antes bien, procurando ocultárselos—, se declara servidora del ciego progreso humano por los cauces de la Tierra. Su misión viene a ser como la de quien suministrase los mejores medios de locomoción a quien no tenga sitio alguno a dónde ir, ni impulso para moverse.

RAFAEL GAMBRA

miércoles, 8 de marzo de 2023

«Klaus Gamber: La valentía de un verdadero testigo», por el cardenal Joseph Ratzinger

A comienzos de febrero, el sitio Novus Motus Liturgicus (New Liturgical Movement) publicó la traducción del francés al inglés del prefacio escrito por Joseph Ratzinger al libro La reforma del rito romano de Klaus Gamber (La Réforme liturgique en question, 1992). Dicha traducción fue realizada por Peter Kwasniewski, quien en la presentación del texto señala que  «por alguna razón, este prefacio no se incluyó en la edición en inglés publicada por Roman Catholic Books, y no parece estar disponible en inglés en Internet»; cuando descubrió esa laguna, Peter Kwasniewski buscó dicho prefacio en francés y preparó una traducción al ingles para New Liturgical Movement.

Hemos emulado humildemente a Kwasniewski: tradujimos del francés el referido prefacio, teniendo a la vista su versión inglesa y la traducción automática de esta última al español, proporcionada por Google.



«Klaus Gamber: La valentía de un verdadero testigo»

 por el cardenal Joseph Ratzinger


Un joven sacerdote me dijo recientemente: “Hoy necesitamos un nuevo movimiento litúrgico”.  Era la expresión de una preocupación que, en nuestros días, sólo los intencionadamente superficiales pueden descartar. Lo que le importaba a este sacerdote no era conquistar nuevas y audaces libertades: ¿qué libertad no nos hemos arrogado ya? 

Sentía que necesitábamos un nuevo comienzo desde lo íntimo de la liturgia, como había querido el movimiento litúrgico cuando estaba en la plenitud de su verdadera naturaleza, cuando no se trataba de fabricar  textos, inventar acciones y formas, sino de redescubrir el centro vivo y de penetrar en el tejido mismo de la liturgia, de modo que su realización provenga de su misma sustancia. 

La reforma litúrgica, en su realización concreta, se ha alejado cada vez más de este origen. El resultado no ha sido un renacimiento sino una devastación. Por un lado, tenemos una liturgia que ha degenerado en un espectáculo, en el que se intenta hacer interesante la religión mediante disparates de moda y máximas morales seductoras, con éxito momentáneo en el grupo de artífices litúrgicos, y al mismo tiempo una actitud de retirada, más pronunciada entre aquellos que buscan en la liturgia no un "show espiritual", sino un encuentro con el Dios viviente, ante quien todo “hacer” se vuelve insignificante; pues sólo este encuentro puede hacernos alcanzar las verdaderas riquezas del ser. Por otro lado, está la conservación de formas rituales cuya grandeza es siempre impresionante, pero que, llevadas al extremo, manifiestan un obstinado aislamiento y al final sólo dejan tristeza.

Por supuesto, entre los dos quedan todos los sacerdotes y sus feligreses que celebran la nueva liturgia con respeto y solemnidad; pero son interpelados por la contradicción entre los dos extremos, y la falta de unidad interna en la Iglesia hace que su fidelidad finalmente aparezca, erróneamente para muchos de ellos, como una mera variedad personal del neoconservadurismo. Por eso es necesario un nuevo impulso espiritual para que la liturgia vuelva a ser para nosotros una actividad comunitaria de la Iglesia y para que se libere de la arbitrariedad de los sacerdotes y sus equipos litúrgicos.

No se puede "fabricar" un movimiento litúrgico de este tipo, como tampoco se puede "fabricar" algo vivo, pero se puede contribuir a su desarrollo esforzándose por asimilar de nuevo el espíritu de la liturgia y defendiendo públicamente lo que así se ha recibido. Este nuevo comienzo necesita “padres” que sean modelos a seguir y que hagan más que señalar el camino. Cualquiera que busque hoy tales "padres" encontrará inevitablemente la persona de Monseñor Klaus Gamber, que lamentablemente nos fue arrebatado demasiado pronto, pero que quizás, precisamente al dejarnos, se ha hecho verdaderamente presente para nosotros en toda la fuerza de las perspectivas que nos abrió.  Precisamente porque al dejarnos escapa a la disputa de las partes, podría, en esta hora de angustia, convertirse en el "padre" de un nuevo comienzo. 

Gamber llevó en el corazón la esperanza del antiguo movimiento litúrgico. Sin duda, por provenir de una escuela extranjera, permaneció como un extraño en la escena alemana, donde realmente no queríamos admitirlo; incluso recientemente una tesis encontró importantes dificultades porque el joven investigador se había atrevido a citar a Gamber demasiado abundantemente y con demasiada benevolencia. Pero tal vez esta marginación fue providencial, porque obligó a Gamber a seguir su propio camino y le evitó  el peso del conformismo.

Es difícil expresar en pocas palabras qué, en la querella de los liturgistas, es realmente esencial y qué no. Tal vez la siguiente sugerencia podría ser útil. J. A. Jungmann, uno de los verdaderamente grandes liturgistas de nuestro siglo, definió en su tiempo la liturgia, tal como se entendía en Occidente, representándola sobre todo a través de la investigación histórica, como una "liturgia fruto de un desarrollo"; probablemente también en contraste con la noción oriental que ve en la liturgia no un devenir y un crecimiento histórico, sino sólo el reflejo de la liturgia eterna, cuya luz, a través del despliegue sagrado, ilumina nuestro tiempo cambiante con su belleza y su inmutable grandeza. 

Las dos concepciones son legítimas y, en última instancia, no son irreconciliables. 

Lo que sucedió después del Concilio es muy diferente: en lugar de una liturgia que es fruto de un desarrollo continuo, se ha puesto en marcha una liturgia fabricada. Dejamos el proceso vivo de crecimiento y devenir y entramos en el proceso de fabricación. Ya no queríamos continuar con el devenir y la maduración orgánicos de un ser vivo que vive a través de los siglos, y lo reemplazamos —a la manera de la producción técnica— por una fabricación, un producto banal del momento.

Gamber, con la vigilancia de un auténtico vidente y la valentía de un verdadero testigo, se opuso a esta falsificación y nos enseñó incansablemente la plenitud viva de una verdadera liturgia, gracias a su riquísimo conocimiento de las fuentes. Como hombre que conoció y amó la historia, nos mostró las múltiples formas del desarrollo y del camino de la liturgia; como hombre que vio la historia desde dentro, vio en este desarrollo y en el fruto de este desarrollo el reflejo intangible de la liturgia eterna, que no es un objeto de nuestra creación, pero puede seguir madurando y floreciendo maravillosamente, si nos unimos  íntimamente a su misterio. La muerte de este eminente hombre y sacerdote debería estimularnos; su trabajo puede ayudarnos a ganar un nuevo impulso.

miércoles, 1 de marzo de 2023

"De Mediator Dei a Summorum Pontificum: remedios para el colapso de la liturgia, concebida como si Dios no estuviera en ella"

En YouTube puede verse la conferencia dictada por Nicola Bux el año pasado, que lleva el título que repetimos en esta entrada. Allí mismo se ofrecen traducciones  en tres idiomas. Hoy compartimos la traducción española, que hemos ajustado en algunos detalles a partir del video original y de la versión en francés. La traducción puede ser mejorada, seguramente. Hemos añadido algunas ilustraciones.


1. ¿Qué hay detrás de la cuestión litúrgica de hoy? 

No se quiere reconocer el hecho de que el Verbo divino se encarnó y, tras su ascensión al Cielo, continúa su presencia en el mundo a través de la liturgia, que no sería sagrada si no existiera la Presencia divina; en continuidad con la shekhinàh del Antiguo Testamento, donde "la revelación se convierte en liturgia". Los Salmos repiten: "Iré a la presencia del Señor", porque los ritos se celebraban ante él. La liturgia utiliza el término Misterio en singular y en plural, para indicar la aparición de la Presencia en la liturgia. El hombre creyente está llamado a entrar en relación con él; el término adorar, de colere, significa cultivar una relación con Dios. Esto sucede con los ritos litúrgicos, que son ordenados (ordo), disciplinados por la Iglesia según las disposiciones, las reglas que Dios mismo ha dado en la revelación bíblica, para preservarlos de la idolatría. La indisciplina del culto es la reducción a la medida humana, es decir, hacer una imagen deformada de Dios. El culto es divino si garantiza los derechos de Dios y los de los fieles que tienen derecho a recibir el verdadero culto. La Iglesia sabe que es semper reformanda en sus aspectos humanos, sujeta a deformaciones; del mismo modo, la liturgia en sus aspectos rituales crece y progresa, pero sin ruptura alguna: lo que era sagrado, sigue siendo sagrado y grande. Por desgracia, la ignorancia de la historia lleva a algunos eclesiásticos a prohibir o juzgar perjudicial lo que la tradición entrega a las nuevas generaciones. La tradición es necesaria y la innovación ineludible, y ambas están en la naturaleza del cuerpo eclesial como del cuerpo humano. No son opuestos entre sí, sino complementarios e interdependientes. Pablo VI, durante el Concilio, reiteró: "Nada cambia realmente de la doctrina tradicionalLo que Cristo quiere, lo queremos nosotros también. Lo que estaba, permanece. Lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos, nosotros lo seguimos enseñando"Esta es la afirmación de Pablo VI; si hoy viviese, no sé qué diría.  Puesto que en la sagrada liturgia se manifiesta la Iglesia una y católica, santa y apostólica, que es la misma en todas las épocas, ¿puede existir una idea de Iglesia diferente de la que el concilio definió en la constitución dogmática Lumen Gentium y que está sujeta a la Sacrosanctum Concilium? ¿Qué ha ocurrido? 



2. Mediator Dei: la persona de Cristo en el centro de la liturgia 

Han pasado setenta y cinco años desde Mediator Dei, publicada el 20 de noviembre de 1947 por el Venerable Pío XII: el documento doctrinal más importante sobre la liturgia antes del Concilio Vaticano II, sin el cual no puede entenderse plenamente la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, publicada sólo dieciséis años después, el 4 de diciembre de 1963. Es su fuente principal, en términos de enfoque clásico y contenido doctrinal, y un término de comparación con las instancias antiguas y nuevas de la liturgia. Pío XII había creado una comisión para la reforma general de la liturgia, que iniciaría sus trabajos en 1948 y que, en 1959, se fundiría en la comisión preparatoria del Concilio para la liturgia. Por tanto, no está fuera de lugar afirmar que la constitución sobre la liturgia del Vaticano II había empezado a prepararse ya en 1948, inspirándose en la encíclica. El minucioso trabajo preparatorio evitó que el proyecto de constitución fuera rechazado, a diferencia de todos los demás. La encíclica Mediator Dei, en relación con el tema que nos ocupa, afirma que el culto o liturgia sólo tiene lugar por, con y en Jesucristo: de lo contrario, no llega a Dios Padre para adorarle, ni a nosotros para santificarnos. Por lo tanto, no lo hacemos y esto explica el comienzo de la encíclica: «"El Mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2,5), el gran pontífice que penetró en los cielos, Jesús el Hijo de Dios (cf. Hb 4,14) tomó sobre sí la obra de misericordia con la que enriqueció a la humanidad con dones sobrenaturales [...] Trató de procurar la salud de las almas mediante el ejercicio continuo de la oración y el sacrificio, hasta que, en la Cruz, se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada a Dios para limpiar nuestra conciencia de obras muertas a fin de servir al Dios vivo (cf. ibíd. 9,14) [...]. El Divino Redentor quiso, pues, que la vida sacerdotal que había iniciado en su Cuerpo mortal... no cesara en el transcurso de los siglos en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia; y por eso ofreció un sacerdocio visible para ofrecer en todas partes la oblación limpia (cf. Mal 1,11), a fin de que todos los hombres, de Oriente y Occidente, liberados del pecado, por deber de conciencia pudieran servir a Dios espontánea y voluntariamente. La Iglesia, por tanto, fiel al mandato recibido de su Fundador, continúa el oficio sacerdotal de Jesucristo sobre todo mediante la Sagrada Liturgia» (I,1). Tal introducción deja claro que no se puede hablar de liturgia sin partir de Cristo como Mediator Dei, ni a menos que se la entienda como la manifestación suprema y continua de esa mediación. Es el "lugar" del encuentro entre Dios y el hombre y hace de la liturgia la cumbre de la vida de la Iglesia y la fuente de toda gracia. La liturgia, "culmen et fons": la ya famosa díada de Sacrosanctum Concilium que resume el concepto, se encuentra ya en la Introducción de Mediator Dei. Hay un elemento esencial de la liturgia católica: «En cada acción litúrgica, por tanto, junto a la Iglesia, está presente su Divino Fundador: Cristo está presente en el augusto Sacrificio del altar tanto en la persona de su ministro como especialmente bajo las especies eucarísticas; está presente en los sacramentos con la virtud que transfunde en ellos para que sean instrumentos eficaces de santidad; está presente finalmente en las alabanzas y súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: 'Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)» (I,1). El versículo se retoma en el conocido párrafo de la constitución litúrgica sobre la presencia de Cristo (n. 7) con el único añadido «Él está presente en su palabra, pues es Él quien habla cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia»; anteriormente se indica a Cristo como "Mediador entre Dios y los hombres" y "plenitud del culto divino" (n. 5). La encíclica pudo así definir la liturgia como «el culto integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros». La liturgia sirve para elevar el alma cada vez más hacia Dios, para con-sacrificarla: «así, el sacerdocio de Jesucristo actúa siempre en la sucesión de los tiempos, y la liturgia no es otra cosa que el ejercicio de este sacerdocio» (I, 1). Pío XII, remitiéndose a la constitución Divini Cultus de su predecesor Pío XI, observa que la jerarquía eclesiástica «no dudaba, sin perjuicio de la sustancia del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, en cambiar lo que no consideraba conveniente, en añadir lo que parecía contribuir mejor al honor de Jesucristo y de la augusta Trinidad, a la instrucción y al estímulo saludable del pueblo cristiano» (I,4). En efecto, la liturgia se compone de elementos divinos y humanos: «de ahí que instituciones piadosas olvidadas en el tiempo sean a veces recuperadas en el uso y renovadas» (I,4). Este es el criterio que guiará al papa en la restauración del Ordo de Semana Santa -sobre el que no nos detendremos- poniendo en uso las antiguas tradiciones y que se incorporará a la constitución conciliar (cf. Sacrosanctum Concilium, nº 50). Ese criterio, según Mediator Dei, preside la evolución de los ritos, pero sin caer en el arqueologismo: «La liturgia de los tiempos antiguos es sin duda digna de veneración, pero un uso antiguo no es, por su sola antigüedad, el mejor... Incluso los ritos litúrgicos más recientes son respetables, ya que han surgido por influencia del Espíritu Santo» (I,5). La reforma litúrgica, según Pío XII, resulta así de la necesidad de las cosas, porque la liturgia misma es una forma que tiende continuamente a reformarse en el sentido de un desarrollo orgánico. Los abusos no pueden ponerlo en duda; de ahí que recuerde que «para proteger la santidad del culto contra los abusos» existe la Congregación de Ritos. La liturgia es una manifestación del cuerpo y la Cabeza de la Iglesia, un organismo que produce energías siempre nuevas al tiempo que conserva su forma fundamental. Todo esto se reafirmará en la constitución litúrgica (cf. nº 21). 


La encíclica trata, en la Parte III, del oficio divino y del año litúrgico, partiendo del principio de que el ideal de la vida cristiana está en la unión íntima con Dios, que sólo puede realizarse «'por medio de nuestro Señor Jesucristo', quien, como mediador entre nosotros y Dios, muestra sus gloriosos estigmas al Padre celestial, 'siempre vivo para interceder por nosotros' (Hb 7,25)» (III,1). Se recomienda a los fieles la recitación de los salmos y la participación activa en el rezo de las vísperas dominicales y festivas. En cuanto al año litúrgico, se recuerda que tiene como centro la «persona de Jesucristo... nuestro Salvador en los misterios de la humillación, la redención y el triunfo. Al recordar estos misterios de Jesucristo, la sagrada liturgia pretende hacer partícipes de ellos a todos los creyentes para que la Cabeza Divina del Cuerpo Místico viva en la plenitud de su santidad en cada uno de sus miembros» (III, 2). 


3. Summorum Pontificum: la primacía de Dios en la liturgia 

El 7 de julio de 2007, el Sumo Pontífice Benedicto XVI promulgó la Carta Apostólica Motu proprio Summorum Pontificum, con la que pretendía dotar de una disciplina renovada al uso del Misal Romano anterior a la reforma deseada por Pablo VI y el Concilio Ecuménico Vaticano II. También hay que señalar que, para una exposición exhaustiva, el documento debe leerse y analizarse en correlación con la Carta a los obispos, que acompañaba al mismo Motu proprio, y con la Instrucción aplicativa Universae Ecclesiae del 30 de abril de 2011, que aclaraba y completaba toda la disciplina. Hay que tener en cuenta lo que dijo a este respecto el cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: "Lejos de ocuparse únicamente de la cuestión jurídica del estatus del antiguo Misal Romano, el Motu proprio plantea la cuestión de la esencia misma de la liturgia y de su lugar en la Iglesia. Lo que está en juego es el lugar de Dios, la primacía de Dios. Como subraya el "papa de la liturgia" (id est Benedicto XVI): «La verdadera renovación de la liturgia es la condición fundamental para la renovación de la Iglesia»: el Motu proprio es un documento magisterial capital sobre el sentido profundo de la liturgia y, en consecuencia, de toda la vida de la Iglesia". La cuestión de la Sociedad de San Pío X influyó sin duda en la decisión de promulgar Summorum Pontificum, pero creemos que no fue la única motivación decisiva, como se desprende de la continuación de la citada Carta: "Todos sabemos que, en el movimiento dirigido por el arzobispo Lefebvre, la fidelidad al misal antiguo se convirtió en un marcador externo; las razones de esta escisión, que surgió aquí, se encuentran, sin embargo, más profundamente. Muchas personas, que aceptaban claramente el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y que eran fieles al Papa y a los obispos, deseaban sin embargo redescubrir la forma, para ellos muy querida, de la sagrada liturgia. Esto sucedió ante todo porque en muchos lugares no se celebraba de forma fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que se entendía incluso como una autorización o incluso una obligación a la creatividad, lo que a menudo conducía a deformaciones de la liturgia que estaban en el límite de lo soportable. Hablo por experiencia, porque yo también viví ese periodo con todas sus expectativas y confusiones. Y vi lo profundamente heridas que estaban personas totalmente arraigadas en la fe de la Iglesia por las deformaciones arbitrarias de la Liturgia". He aquí la verdadera y profunda razón de Summorum Pontificum: Responder de manera más adecuada y eficaz a la necesidad espiritual y pastoral de quienes, aun prestando la debida deferencia y obediencia a lo establecido por el Concilio Ecuménico Vaticano II, sacudidos y perplejos por las "deformaciones" litúrgicas que se produjeron en el período inmediatamente posterior al Concilio -y que aún hoy nos vemos obligados a presenciar en muchos casos- encontraron y encuentran en la forma litúrgica anterior la manera más adecuada y fructífera de cultivar su relación con Dios. Tras mostrar lo infundado de los temores, la Carta aporta la razón positiva, podríamos decir el verdadero objetivo "doctrinal": "Una reconciliación interna en el seno de la Iglesia". El Pontífice insta a «hacer todo lo posible para que todos los que desean verdaderamente la unidad puedan permanecer en ella o reencontrarla». Resuenan las palabras admonitorias de Jesús: "que sean uno para que el mundo vea y crea". ¿Quién podría oponerse a ello? Sin embargo, hay quienes no están de acuerdo con el siguiente pasaje de la carta: «No hay contradicción entre una y otra edición del Misal Romano. En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que era sagrado para las generaciones anteriores, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede prohibirse de repente; ni siquiera juzgarse perjudicial. Es bueno para todos nosotros preservar las riquezas que han crecido en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde». Es una admonición para que todas las partes encuentren el equilibrio adecuado y saludable. La insistencia de Mediator Dei (§ 60) en el uso del latín como antídoto contra la corruptibilidad de la doctrina pura, ayuda a comprender que el Vetus Ordo no sólo se busca por "indietrismo", sino también porque la lengua oficial de la Iglesia lo impide mejor que cualquier otra cosa. Progreso y desarrollo de la Liturgia (Mediator Dei, §§ 49-56): enunciado por Pío XII, ha sido puesto en práctica por Benedicto XVI. La Iglesia y la Liturgia están sujetas a deformaciones de las formas, por lo que son semper reformandae, según el principio de desarrollo orgánico, de continuidad y no de ruptura, o de restauración para devolverlas al origen: éste es el sentido de la expresión "reforma de la reforma". Una reforma que, por su propia naturaleza, no puede ser irreversible, como pretende el Papa Francisco. Por ello, la cuestión de fondo fue recordada de corazón por Benedicto XVI: «En nuestro tiempo, cuando en vastas zonas de la tierra la fe corre el peligro de extinguirse como una llama que ya no encuentra alimento, la prioridad ante todo es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a cualquier dios, sino a ese Dios que habló en el Sinaí; a ese Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1) en Jesucristo crucificado y resucitado»



4. El Codex Iuris Liturgici: un remedio fallido 

Mediator Dei y Summorum Pontificum constituyen el remedio a una concepción de la liturgia privada de la Presencia Divina, porque frente al arqueologismo, las deformaciones y los abusos, reafirman el derecho litúrgico como protección de los derechos de Dios en el culto. Es cierto que, antes del Concilio Vaticano II, las normas que regulaban los ritos y su ejecución estaban expuestas a una escrupulosidad excesiva (...); el papa Pío XII quiso la reforma sobre todo para aliviar a los sacerdotes en la cura de almas sobrecargados por los compromisos del apostolado. Esto condujo a la simplificación de las rúbricas del Misal y del Breviario, que se llevó a cabo mediante el decreto de la Congregación de Ritos del 23 de marzo de 1955. Pero esta revisión de los libros litúrgicos estuvo precedida por un acto que iba a influir en la reforma litúrgica conciliar: la publicación en 1948 por la Sección Histórica de la Sagrada Congregación de Ritos de la "Memoria sobre la reforma litúrgica", que "constituye... la guía general de todo el proyecto de reforma". La lectura de este documento, que sigue poco después a Mediator Dei, ayuda a comprender los principios fundamentales de la reforma, incluido el de equilibrar las pretensiones opuestas de la tendencia conservadora y la tendencia innovadora: una cuestión que sigue siendo relevante hoy en día. Pero aún más interesante es, en el tercer capítulo, la mención de un "Codex Iuris Liturgici": el documento afirma: "Una vez realizada definitivamente la reforma propiamente dicha, será necesario un último elemento que garantice la estabilidad de la reforma y la organicidad de los futuros desarrollos de la vida litúrgica; todo ello se conseguirá con el tan ansiado Codex liturgicus, que debe representar la coronación de la Reforma y asegurar su aplicación y estabilidad". Es significativa en la "Memoria" la anotación de que las diversas unidades rituales nunca habían sido ordenadas, salvo los textos añadidos, tras las reformas de Pío X, en las ediciones del Breviario y del Misal. Así pues, había surgido mucha confusión y no pocas contradicciones entre diferentes fuentes y disposiciones, en una época en la que los estudios litúrgicos, el arte y la música sacra habían ido avanzando, gracias también al movimiento litúrgico. La "Memoria" no oculta las causas, en particular el aumento en los sacerdotes de la desafección a las rúbricas y las prescripciones rituales. Así tomó forma la idea de una codificación general de la liturgia, aunque los expertos no ocultaron que, para reformar la liturgia de forma seria y duradera, era necesario preparar una plataforma jurídica, a saber, un Codex Iuris Liturgici. Así debía proceder la reforma, junto con la redacción de los cánones apropiados del Códice Litúrgico, sin excluir los relativos al arte sacro y la música. Por otra parte, las rúbricas del Breviario y del Misal debían redactarse por sí mismas e introducirse en el Códice en el momento de su redacción; la idea era disponer de rúbricas sencillas y claras, similares a artículos concisos como los cánones del Código de Derecho Canónico. El Codex Iuris Liturgici nunca volvió a realizarse. Pero se mantuvo la idea de una plataforma estable sobre la que asentar la reforma de la liturgia. De hecho, casi puede verse esbozado en principio, a pesar de algunas contradicciones, con la Constitución Litúrgica Sacrosanctum Concilium del Vaticano II; pero la anomia y la anarquía, con el pretexto de la creatividad, parecen haberlo contradicho y frustrado. Mientras reinaba Pío XII, los trabajos sobre las rúbricas siguieron adelante, con una amplia consulta a los obispos y la decisión de reformarlas todas sistemáticamente; para ello se creó una comisión de expertos. La mencionada simplificación se llevó a cabo en 1955: fue el origen del Codex Rubricarum que sustituiría totalmente a los textos de Pío V. De hecho, con el Motu Proprio Rubricarum instructum del 25 de julio de 1960, Juan XXIII aprobó las nuevas rúbricas del Breviario y del Misal, aplicando las disposiciones de Pío XII, pero posponiendo el tratamiento de los principios de la reforma litúrgica al Concilio, que se había reunido un año antes. Lo que se ha esbozado hasta ahora nos permite comprender cómo, bajo Pío XII, la observancia de las rúbricas de los ritos litúrgicos se consideraba como una forma de la tradición ininterrumpida de la liturgia de la Iglesia y no como algo ajeno a ella. Tal vez pueda suponerse que si Pío XII hubiera logrado promulgar el Codex Iuris Liturgici, la reforma relanzada por el Concilio Vaticano II habría estado en cierto modo al abrigo de las deformaciones y abusos que se produjeron posteriormente. El cardenal Ferdinando Antonelli, secretario de la Sagrada Congregación de Ritos y miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, escribió sobre la evolución que estaba tomando la reforma (1968-1971): "La ley litúrgica, que hasta el concilio era algo sagrado, ya no existe para muchos. Cada uno se considera autorizado a hacer lo que quiera y muchos jóvenes lo hacen". 

Demos ahora un salto de 40 años. Juan Pablo II intentó poner freno a las deformaciones y abusos anunciando, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, un documento específico de carácter jurídico, elaborado por la Congregación para el Culto Divino de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe y publicado en 2004: la instrucción Redemptionis Sacramentum "sobre ciertas cosas que deben observarse y evitarse" en relación con la misa. Parece recordar el Decretum de observandis et evitandis in celebratione missae del Concilio de Trento, que constituye la columna vertebral del capítulo del misal romano tridentino De defectibus in celebratione missarum occurrentibus; si se hubiera incluido en el misal promulgado por Pablo VI, no habría dado lugar a las graves ofensas y abusos. La instrucción indica las formas correctas de celebrar para el sacerdote y de participar para los fieles, corrige las incorrectas e identifica las responsabilidades morales, y compromete las penas canónicas. La crisis posterior al Concilio ha enquistado tanto los abusos que muchos creen que forman parte de la reforma deseada por el Concilio. Quienes actúan así socavan la unidad del rito romano, que debe salvaguardarse tenazmente (SC 4), no llevan a cabo una auténtica actividad pastoral ni una adecuada renovación litúrgica, sino que privan a los fieles del patrimonio y la herencia a los que tienen derecho. Tales arbitrariedades suscitan inseguridad doctrinal, perplejidad y escándalo y, casi inevitablemente, duras reacciones (cf. RS 11). Por lo tanto: «Todos los fieles, por otra parte, gozan del derecho a tener una verdadera liturgia y especialmente una celebración de la Santa Misa que sea como la Iglesia ha querido y establecido, según lo prescrito en los libros litúrgicos y otras leyes y normas. Asimismo, el pueblo católico tiene derecho a que el sacrificio de la Santa Misa se celebre para él de forma íntegra, en plena conformidad con la doctrina del Magisterio de la Iglesia. Es, en fin, derecho de la comunidad católica que la celebración de la santísima Eucaristía se realice para ella de tal modo que aparezca como un verdadero sacramento de unidad, excluyendo por completo todo tipo de defectos y gestos que puedan generar divisiones y facciones en la Iglesia» (RS 12). El estudio y el debate sobre la primacía del ius divinum me parecen esenciales para impulsar la reforma de la liturgia según la Constitución conciliar entendida en el contexto de la tradición católica y acabar con el relativismo litúrgico. 


5. El renacimiento de lo sagrado: un remedio inesperado 

"Toda la multitud procuraba tocarle, porque de él salía un poder que curaba a todos" (Lc 6,19). Lo sagrado es la percepción del poder divino actuando en el mundo. Las señales llegan desde abajo: la petición de muchos fieles, de recibir la Sagrada Comunión en la lengua, en la misa en N.O., de aumentar la Adoración Eucarística, de volver a poner agua bendita en la iglesia. Especialmente, de celebrar la misa en el V.O. o en la forma extraordinaria; numerosas encuestas en Europa, América, África y Asia confirman que la misa tradicional se está extendiendo (al menos en 11 países según una encuesta de hace unos años) y que un tercio de los católicos del mundo viviría con gusto su fe católica de esta forma; esto sucede, a pesar de las dificultades que ponen los obispos y el clero a su celebración. Los católicos que resisten y tienen capacidad para continuar se ven reducidos a un "pequeño rebaño", que será el catolicismo del futuro: un fenómeno que, en las ciudades, debido a la densidad de población, es más visible que en las provincias. Todos estos signos son también remedios, son síntomas de la irreprimibilidad de los sentimientos del temor de Dios y de lo sagrado. ¿Qué hay en el fondo? Hay que señalar que en la nueva liturgia, a veces parece como si Dios no estuviera en ella: la reverencia y lo sagrado, en una palabra la adoración, han desaparecido, porque uno ya no es consciente de estar en la presencia divina. No se glorifica principalmente a Dios, por lo que el hombre no se santifica y el mundo no se "consagra". Basilio recuerda: "Todo lo que tiene un carácter sagrado procede de aquel -el Espíritu- que lo hace derivar". Aquí, la reforma debe comenzar con el renacimiento de lo sagrado en los corazones y, paralelamente, el temor de Dios: ese sentido de gran respeto por su infinita majestad que impregna las Sagradas Escrituras: Desde Abraham que, consciente de su omnipotencia y omnipresencia, se postró con el rostro en tierra (Gn 17,3-17), hasta Moisés ante la zarza ardiente (Ex 3,6) y Elías (cf. 1 Re 19,13) se cubrieron el rostro al percibir la presencia del Señor, impregnados de santo temor, porque "el temor de Dios es escuela de sabiduría" (Pr 15,33). Este temor no faltó en el Nuevo Testamento: María se regocija: "de generación en generación su misericordia se extiende sobre los que le temen" (Lc 1,49), reconociendo la grandeza de Aquel que por amor se inclinó sobre la criatura; Pedro, Santiago y Juan, ante la Transfiguración "cayeron con el rostro en tierra y fueron presa de un gran temor" (Mt 17,6); Pedro cayó de rodillas a los pies de Jesús en el lago de Tiberíades, pidiéndole que se apartara de sí, pecador (cf. Lc 5,8); no fue aplastado sino partícipe de la belleza y el poder divinos. Ante la inmensidad de Dios, la alegría de estar cerca de Él debe traducirse en la mayor reverencia; Él es el Hijo todopoderoso de Dios que se hizo cercano a nosotros. Por tanto, son incomprensibles las teorías de los que dicen que ante el Cristo ya resucitado hay que estar de pie, ya no de rodillas. El Catecismo dice: "El sentido de lo sagrado forma parte de la virtud de la religión" - citando a continuación un pensamiento del beato J.H. Newman: "¿El sentimiento de temor y el sentimiento de lo sagrado son o no sentimientos cristianos? [...] Nadie puede razonablemente dudarlo. Son los sentimientos que palpitarían en nuestro interior, con una fuerte intensidad, si tuviéramos la visión de la Majestad de Dios. Son los sentimientos que experimentaríamos si fuéramos conscientes de su presencia. En la medida en que creamos que Dios está presente, debemos sentirlos. Si no los percibimos, es porque no percibimos, no creemos que esté presente". Tales sentimientos y actitudes consecuentes son urgentemente necesarios para que la liturgia romana hable de Dios al hombre contemporáneo. Es necesario restablecer el principio de que la liturgia, con la música y el arte vinculados a ella, es sagrada: en primer lugar, porque en ella está presente la Majestad divina que tiene jurisdicción exclusiva sobre ella. Por lo tanto, la liturgia, en su parte inmutable, es de derecho divino, como se ha mencionado anteriormente. Los primeros padres aprendieron en la escuela de los apóstoles las normas y cánones para adentrarse en el misterio cristiano, recogidos más tarde en enseñanzas, didácticas, constituciones; debían proclamar el misterio revelado en Jesús y contrarrestar las concepciones mistéricas, alegóricas y esotéricas de los paganos. Las normas remiten a la apostolicidad de la liturgia, pero es sobre todo su santidad la que las exige: el misterio de Dios reclama la máxima reverencia. Acérquense a Dios, Jesús, ¡que es el Dios cercano a nosotros! 

En segundo lugar, la liturgia es sagrada porque tiene una conexión esencial con la vida moral, el ethos. Todos somos sensibles a la justicia hacia nuestro prójimo, pero la justicia hacia Dios tiene prioridad. En las causas de canonización de santos, la verificación del ejercicio de este aspecto es prioritaria. 

En tercer lugar, es sagrada, porque quienes participan en la liturgia son el pueblo elegido de Dios, la Iglesia. Si el ius y el ethos la convierten en una obra del pueblo, como pueblo perteneciente a Dios, la convierte ante todo en una obra de Dios, opus Dei. 

Por tanto, la liturgia es el conjunto de actos de culto público, es decir, la misa, los sacramentos y el oficio divino, que se ejercen en la Iglesia en beneficio de los fieles, según normas establecidas y por medio de ministros legítimos. 

La liturgia es sagrada porque no es un acontecimiento transitorio para entretener al pueblo -como intenta hacer creer la secularización, que ha penetrado incluso entre los eclesiásticos-, sino que es la permanencia de la Presencia divina en medio de su pueblo, como atestiguan las normas de la ley divina y del derecho litúrgico. De ahí debe partir la reforma de la reforma: de la presencia de lo sagrado en los corazones, de la realidad de la liturgia y de su misterio. Un misterio que necesita espacio interior y exterior. Joseph Ratzinger escribió: "Creo que esto es lo primero: vencer la tentación de una forma despótica de hacer las cosas, que concibe la liturgia como un objeto propiedad del hombre, y volver a despertar el sentido interior de lo sagrado. El segundo paso consistirá en evaluar dónde se han hecho recortes demasiado drásticos, para restablecer las conexiones con la historia pasada de forma clara y orgánica. Yo mismo he hablado en este sentido de una "reforma de la reforma". Pero, en mi opinión, todo esto debe ir precedido de un proceso educativo que frene la tendencia a "mortificar la liturgia con invenciones personales". Ideó un remedio para sustituir la orientación perdida del sacerdote y los fieles ad Deum: colocar la cruz delante del celebrante en el altar hacia el pueblo. Al principio de la Reforma no se trataba de colocar la cruz sobre el altar o en alto, para que la mirada del sacerdote, por un lado, y la de los fieles, por otro, pudieran detenerse en ella. Luego, poco a poco, se teorizó que podía desplazarse a un lado; finalmente acabó detrás del sacerdote -a menudo junto con el tabernáculo- y ya no es objeto de atención; esto sucede mientras el pro-orientalismo multiplica los iconos a los lados del altar con la esperanza de que sean más venerados. Significa que sigue siendo necesario ayudar a los fieles a detenerse en la imagen. La celebración actual, al situar al celebrante en el centro, se ha convertido en una liturgia versus presbyterum, ¡ya no versus Deum! El sacerdote se ha vuelto más importante que la cruz, el altar y el tabernáculo. Aprendamos de la liturgia oriental y de la misa tradicional, en la que la silla del obispo y el asiento del celebrante se sitúan a un lado del altar, de modo que no esté de espaldas y pueda mirar al mismo altar y a la misma cruz, juntos el gran signo de Cristo, y al mismo tiempo estar a la cabeza de la asamblea de los fieles. De los dos, ¿cuál es más clerical? Sin hacer grandes cambios estructurales, esto puede llevarse a cabo, en particular la cruz debe volver al centro del altar o encima de él. Sólo Cristo puede estar en el centro de las miradas de todos (cf. Lc 4,21). ¡Si es que las signos  valen algo! El renacimiento de lo sagrado está teniendo lugar, es un remedio de lo Alto, y es el principio básico para la reforma de la Iglesia y la liturgia. 


6.Conclusión El escollo a superar sigue siendo el desacuerdo sobre la naturaleza de la liturgia

"La crisis de la liturgia, y por tanto de la Iglesia, en la que seguimos encontrándonos", dice Ratzinger, "se debe sólo en parte a la diferencia entre los libros litúrgicos antiguos y los nuevos. Cada vez está más claro que en el trasfondo de todas las controversias existe un profundo desacuerdo sobre la esencia de la celebración litúrgica, su derivación, su representatividad y su forma adecuada. Esta es la cuestión sobre la estructura fundamental de la liturgia en general; más o menos conscientemente, aquí chocan dos concepciones diferentes. Los conceptos dominantes de la nueva visión de la liturgia pueden resumirse en las palabras clave "creatividad", "libertad", "celebración", "comunidad". Desde tal punto de vista, "rito", "obligación", "interioridad", "ordenación de la Iglesia universal" aparecen como los conceptos negativos, que describen la situación a superar de la "antigua" liturgia". Klaus Gamber, estudioso de la liturgia romana y de las liturgias orientales, "percibió que necesitamos de nuevo un comienzo desde la interioridad, tal y como la entiende el Movimiento Litúrgico en su parte más noble". Esta interioridad es "el encuentro con el Dios vivo ante el que nuestras ocupaciones se vuelven irrelevantes, y que puede revelar a todos la verdadera riqueza del ser". La carta Desiderio Desideravi del Papa Francisco, aunque con no pocos contenidos apreciables (cf. 53, la importancia de arrodillarse; 54 y 60, la crítica al protagonismo del celebrante), fue una oportunidad perdida. Sobre todo, parece una venganza contra Benedicto XVI, a quien nunca se mencionó, a pesar de su gran labor teológica y litúrgica como teólogo y papa. En la comprensión del Concilio Vaticano II y de la reforma litúrgica, ¿ha fracasado la "hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del sujeto único Iglesia", que argumentó con espíritu crítico pero constructivo en sus discursos a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005) y a los sacerdotes romanos en febrero de 2013? No, en mi humilde opinión, si no ponemos obstáculos a los remedios mencionados hasta ahora, que surgen de abajo y de Arriba: ¡apoyémoslos con devoción y caridad! San Carlos Borromeo, el gran reformador, estaba convencido de que la Iglesia tiene en su interior las energías para regenerarse. Si algunos de los que la critican creen que la Iglesia encontrará en esta profunda crisis de fe un acicate para renovarse y purificarse, que no apoyen la "hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura", con la deslegitimación del Concilio y del Novus Ordo, abandonar las posiciones prejuiciosas y extremistas, ese radicalismo deletéreo que acaba dando la razón a quienes se oponen a dos eclesiologías, poniendo así en dificultades a tantos obispos, sacerdotes y fieles que no han cambiado de actitud desde los últimos documentos papales. Uno de los efectos, si no el más pernicioso, de negar la hermenéutica de la continuidad es que ciertas posiciones extremas y radicales acaban entonces dándose la mano idealmente. Persistamos, en cambio, en el realismo, en el pensamiento católico. Una nueva generación está en marcha: es un río subterráneo que, con la paciencia del amor (cf. 1 Cor 13) está resurgiendo, y vencerá.