En vísperas de la Solemnidad de la Ascensión, compartimos el capítulo titulado "Los ángeles de la Ascensión" del libro "La misión de los ángeles según los padres de la Iglesia", de Jean Danielou (Paulinas, Buenos Aires, 1997).
Hemos ilustrado el texto con fotos propias, tomadas en iglesias porteñas. Al pie de cada imagen se señala a qué templo pertenece cada una.
Los ángeles de la Ascensión
Si el misterio de la Natividad inaugura la obra de Cristo, el de la Ascensión la consuma en plenitud. Así como los ángeles fueron los confidentes del primero, son también los admiradores del segundo, después de haber asistido a Cristo en todo el intervalo que va del uno al otro, y de la Tentación a la Resurrección. Gregorio de Nacianzo nos muestra a Cristo entrando al cielo, después de haber recuperado la dracma perdida, y “convocando a las potencias que le son amigas, para asociarlas a su gozo como las había asociado a su encarnación”. Y el Crisóstomo, hablando de la Ascensión, vincula también la participación de los ángeles en los dos misterios: “Cuando Nuestro Señor nació según la carne, al ver que se reconciliaba con el hombre, los ángeles clamaron: '¡Gloria a Dios en lo más alto del cielo!' ¿Quieres saber cómo se alegran de la Ascensión? Escucha al Señor que dice que 'suben y bajan continuamente'. He ahí la señal de que quieren contemplar un espectáculo extraordinario. Quieren ver el espectáculo inesperado del hombre apareciendo en el cielo. Así en todas las circunstancias se muestran los ángeles: cuando Cristo nace, cuando muere, cuando sube al cielo”.
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Iglesia de Nuestra Señora de Nueva Pompeya |
El Salmo 24, mencionado aquí, y que muy pronto ha sido aplicado a la Ascensión, ha contribuido a formar esta representación. Por otra parte, está el Salmo 47 que cita Eusebio: “En la Ascensión del Hijo de Dios a los cielos, convenía que los ángeles que lo habían servido durante su vida terrestre lo precediesen, le abriesen las puertas del cielo y profirieran las palabras angélicas que el Salmo llama júbilo y son de trompetas: ‘Dios ha subido en el júbilo, el Señor, al son de las trompetas’ (Sal 47, 6)”.
Pero hay más. La relación de los ángeles con la Ascensión tiene una significación más profunda. Forma parte de la sustancia misma de los misterios. Éste no es solamente el hecho de una elevación de Cristo en su cuerpo en medio de los ángeles, sino que es más teológicamente la exaltación de la naturaleza humana, que el Verbo de Dios se ha unido, por encima de todos los órdenes angélicos que le son superiores. De ahí una inversión de situación que constituye para los ángeles un espectáculo “inesperado”.
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Oratorio San Francisco de Sales |
San Pablo vuelve sobre esta idea en otra ocasión: “Dios -dice en la Carta a los Filipenses- ha exaltado a Cristo y le ha dado el nombre que está por encima de todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (2, 9-11). Se observará que es al nombre de Jesús, es decir del Cristo hecho hombre, que debe doblarse toda rodilla en el cielo. La revelación asombrosa hecha a los ángeles en el misterio de la Ascensión no es la de que deban adorar al Verbo eterno, lo cual constituía ya el objeto de su liturgia, sino que deben adorar al Verbo encarnado. Lo cual constituye una inversión de jerarquías en el mundo celeste, como la Encarnación había sido una revolución en el mundo terrestre.
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Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria |
San Juan Crisóstomo desarrolla bien el pensamiento de San Pablo: “Nosotros, que parecíamos indignos de la tierra, hoy somos elevados al cielo, somos exaltados por encima de los cielos, llegamos hasta el trono real. Aquella naturaleza que causa de que los querubines custodiaran el Paraíso es la que hoy tiene su sede por encima de los querubines. ¿Acaso no era bastante con ubicarnos entre los ángeles? ¿No era ya ésa una gloria indecible? Pero se ha elevado por encima de los ángeles, ha superado a los arcángeles, se ha elevado por encima de los querubines, ha subido más alto que los serafines, ha dejado atrás a los tronos, y no se ha detenido hasta que ha alcanzado el trono señorial”. Es exactamente el comentario de lo que decía la Carta a los Hebreos. “Se ha sentado a la derecha de la Majestad en las alturas, hecho tanto más superior a los ángeles cuanto que ha obtenido un nombre más eminente respecto de ellos” (1, 3-4).
Si el misterio de la Navidad es también el de la revelación hecha por los ángeles del cielo a los de la tierra, el de la Ascensión es el misterio de la revelación hecha por los ángeles de la tierra a los ángeles del cielo. Mientras en ocasión de la Natividad veíamos al Verbo descender, rodeado de los ángeles del cielo, y encontrar a los ángeles guardianes de la tierra, aquí, a la inversa, él sube, escoltado por los ángeles de la tierra, y encuentra a los ángeles guardianes de las puertas del cielo. Pero éstos no lo reconocen, porque aparece unido a la naturaleza humana que él ha asumido, y llevando las señales de la Pasión. Por eso interrogan a los ángeles que lo acompañan, preguntándoles quién es. Es éste un tema tradicional, que se apoya principalmente en dos textos bíblicos, el Salmo 24, 7-10, que ya hemos encontrado, e Isaías 63, 1: “¿Quién es éste que viene de Bosra, que viene de Edóm con sus vestidos teñidos de púrpura?”.
Ya Justino nos describe la escena: “Príncipes, alcen sus puertas levántense, puertas eternas, y pasará el rey de la gloria. Cuando Cristo resucitó de entre los muertos y subió a los cielos, los príncipes establecidos por Dios en los cielos recibieron la orden de abrir las puertas, a fin de que Aquel que es el Rey de la gloria entre y suba y vaya a sentarse la derecha del Padre, 'hasta que haya puesto a sus enemigos como escabel de sus pies'. Pero cuando los príncipes de los cielos lo vieron sin belleza, honor ni gloria en su apariencia, no lo reconocieron y dijeron: ‘¿Quién es este Rey de la gloria?’”. La aplicación del Salmo a la Ascensión es anterior a Justino. Remonta a los tiempos apostólicos. Se la encuentra ya en el Apocalipsis de Pedro. Pero es Justino el primero que desarrolla el diálogo entre los ángeles del cielo que no reconocen al Verbo hecho carne y los ángeles de la tierra que revelan su identidad.
Este comentario lo volvemos a encontrar en toda la tradición antigua. Así en Ireneo: “Que Él debía ser elevado al cielo, David lo dice en otro pasaje: ‘Alcen, príncipes, Sus puertas; levántense, puertas eternas, y entrará el Rey de la gloria’. Las puertas eternas son el cielo. Hecho invisible por su encarnación, se elevó a los cielos. Al divisarlo, los ángeles inferiores gritaron a los que están por encima de ellos: ‘Abran sus puertas; elévense, puertas eternas, que va a entrar el Rey de la gloria’. Y como los ángeles de arriba decían asombrados: ‘¿Quién es éste?’, los que lo veían lo aclamaron nuevamente: ‘Es el Señor fuerte y poderoso. Es el Rey de la gloria’”. Ireneo muestra efectivamente a Cristo elevándose entre las jerarquías de los ángeles, estupefactas. Éste es ciertamente el sentido profundo del misterio teológico de la Ascensión: la exaltación de la humanidad, que Cristo se ha unido por encima de todos los mundos angélicos.
La misma tradición nos presenta Atanasio. Hay que observar, empero, que para este los ángeles que acompañan a Cristo en su subida no son los ángeles de la tierra, sino los que habían bajado con él: “Los ángeles del Señor, que lo siguieron sobre la tierra, al verlo subir lo anuncian a las virtudes celestiales para que estas abran sus puertas. Las potencias están estupefactas al verlo en la carne; es por esto que exclaman ‘¿Quién es éste?’ estupefactas de esta asombrosa economía. Y los ángeles, subiendo con Cristo, les respondieron El Señor de las virtudes es el Rey de la gloria que enseña a aquellos que están en los cielos el gran misterio: que Aquel que ha vencido a los enemigos espirituales es el Rey de la gloria”. La entrada del Verbo encarnado en el cielo aparece así una revelación inaudita hecha a las potencias celestiales. Volveremos a encontrar este aspecto.
Con Orígenes aparece el texto de Isaías 63 y la alusión a la sangre de la Pasión: “Cuando avanzó, vencedor, con su cuerpo resucitado de entre los muertos, algunas potestades dijeron: ‘¿Quién es éste que viene de Bosra, con sus vestiduras teñidas de rojo?’. Pero los que lo acompañaban dijeron a los que guardaban las puertas de los cielos: ‘Ábranse, puertas eternas’”. Este rasgo volverá a encontrarse en Gregorio de Nyssa. Después de haber descrito a los ángeles de la tierra que no reconocen a Cristo en su descenso, esta vez muestra, a la inversa, a “nuestros guardianes formando su cortejo y ordenando a las potencias hipercósmicas abrirse, para que Él sea nuevamente adorado en ellas. Pero éstas no lo reconocen, porque ha revestido la pobre túnica de nuestra naturaleza y sus vestiduras se han enrojecido en el lagar de los males humanos. Y son ellas, esta vez, las que exclaman: ‘¿Quién es este Rey de la gloria?’”. Igualmente, Ambrosio: “Los ángeles, ellos también, dudaron, cuando Cristo resucitó, al ver que su carne ascendía al cielo. Decían entonces: ‘Quién es este Rey de gloria?’. Mientras unos decían: ‘Alcen sus puertas, príncipes, y entrara el Rey de la gloria’, otros dudaban y decían: ‘¿Quién es éste que sube de Edom?’”.
San Gregorio de Nacianzo reúne toda esta tradición cuando escribe: “Únete a los ángeles que lo escoltan, que lo acogen, ordena a las puertas alzar sus dinteles, para volverse más altas a fin de recibir a Aquel que se ha hecho más grande por su Pasión. Responde a aquellos que dudan a causa de su cuerpo y de los signos de su Pasión a que no tenía al bajar y con los cuales sube, y los que a causa de eso se preguntan: ‘¿Quién es este Rey de la gloria?’ Respóndeles que es el Señor fuerte y poderoso en todo lo que ha hecho y lo que hace, y en su combate presente y en la victoria que ha ganado para la humanidad. Y da así una doble respuesta a la doble interrogación. Y si se asombran diciendo según el episodio dramático de Isaías: ¿Quién es éste que viene de Edom y de las regiones terrestres? o bien: ¿Cómo es que los vestidos del que no tiene sangre ni cuerpo están rojos como los de un viñador que ha pisado toda su vendimia?, muéstrales la belleza de la túnica del cuerpo que ha sufrido, embellecido por la Pasión y brillante con el resplandor de la divinidad, que no tiene nada que la iguale en belleza y en atractivo”.
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Basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires |
Así, el misterio de la Ascensión sume a los ángeles del cielo en estupor. Es que, en efecto, se les revela verdaderamente un misterio hasta ahí escondido, una realidad absolutamente nueva y a primera vista desconcertante. La presentación cosmológica del descenso y de la subida no debe inducirnos a error. El verdadero misterio de la Natividad es el abajamiento de la persona divina del Verbo “un poco por debajo de los ángeles”. Y el verdadero misterio de la Ascensión es la exaltación de la naturaleza humana por encima de los mundos angélicos. Así, pues, la representación del descenso y de la subida en medio de los coros angélicos no es otra cosa que la representación dramática de este doble misterio. Pero esta pauarovyla, como dice San Gregorio de Nacianzo, no debe enmascararnos la realidad que está subyacente. Representa una alteración del orden natural de las cosas que es la revelación de una realidad absolutamente nueva, imprevisible. Y es por eso que sume a los ángeles en el estupor.
Gregorio de Nyssa ha expresado admirablemente esta revelación que las paradojas de la redención de la Iglesia aportan a los ángeles: “Realmente por medio de la Iglesia la Sabiduría variada multiforme de Dios es conocida por las potencias hipercósmicas, esa sabiduría que obra sus grandes maravillas mediante los contrarios. Pues la vida es producida por la muerte, la bendición por la maldición, la gloria por el deshonor. En el pasado, las potencias celestiales conocían la sabiduría simple y uniforme de Dios, que obraba maravillas conforme a su naturaleza; pero no había nada de variado en lo que veían, pues la naturaleza divina realizaba toda la creación por su poder, produciendo todas las cosas por el solo impulso de su voluntad, y creaba bellas a todas las Cosas, como brotando de la fuente misma de la belleza. En cuanto al aspecto variado de la sabiduría, que consiste en la reunión de los contrarios, los ángeles han sido instruidos acerca de ello ahora por la Iglesia, al ver al Verbo hecho carne, la vida mezclada a la muerte, nuestras heridas curadas por Sus Llagas, la fuerza del adversario vencida por la debilidad de la cruz, el invisible manifestado en la carne. Todas estas cosas, obras variadas y que están lejos de ser sencillas, los amigos del Esposo las han conocido por medio de la Iglesia, y su corazón se ha visto conmovido al conocer así “en el misterio” un nuevo rasgo de la sabiduría de Dios. Y -si me atrevo a expresarlo así- quizá, habiendo visto en la Esposa la hermosura del Esposo, han admirado a éste que es invisible e incomprensible para todos. Aquel que nadie ha podido ni puede ver ha hecho de la Iglesia su cuerpo, formando la Iglesia a su imagen, de modo que quizá por ahí, volviéndose hacia ella, los amigos del Esposo han visto más claramente en ella al que es invisible”.
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Basílica del Santísimo Sacramento |
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