miércoles, 11 de junio de 2025

"La sagrada liturgia como fuente de la doctrina trinitaria en la Iglesia primitiva"


En esta entrada que sigue a Pentecostés, compartimos la nota de Robert Keim, publicada en inglés, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad de 2023, en el sitio de New Liturgical Movement. Las imágenes son del artículo original.


La sagrada liturgia como fuente de la doctrina trinitaria en la Iglesia primitiva

(...) Hoy en día no se escuchan muchos argumentos sobre la naturaleza de la Santísima Trinidad. Aunque esto es seguramente un signo de la indiferencia posmoderna generalizada hacia las cosas metafísicas, el interés por la teología trinitaria, al menos en Occidente, empezó a decaer hace mucho tiempo. Los modos de pensamiento que predominaron durante el siglo XVIII eran hostiles a los detalles doctrinales “irrelevantes” que no tenían relación alguna con la sociedad utópica que pronto sería inaugurada por los científicos y filósofos seculares. Esta tendencia continuó hasta el siglo XIX, a pesar de un renovado aprecio por ciertos aspectos de la religión y la cultura medievales. Una especie de resurgimiento (por supuesto acompañado de debates estériles y especulaciones dudosas) comenzó en el siglo XX y ha continuado hasta el XXI; Karl Barth y Karl Rahner, ambos teólogos muy influyentes, publicaron obras sobre la Trinidad y ayudaron a alejar las doctrinas trinitarias de la periferia y acercarlas al centro de la teología cristiana. Este avivamiento es principalmente un fenómeno académico, pero no obstante nos da un pequeño sentido de afinidad con la Iglesia primitiva, que oró, estudió y trabajó incansablemente en respuesta a la más fundamental de las preguntas cristianas: ¿Cómo es Dios Uno y Trino?

Una iluminación del siglo XIV que representa a la Santísima Trinidad
como Padre, Cordero y Paloma.


Los tres siglos antes de Nicea

El Primer Concilio de Nicea, convocado en el año 325, no disipó por completo la oscuridad que rodeaba la comprensión que el hombre tenía de la Trinidad. Nada lo hará jamás, porque, como reconocieron Agustín y Tomás de Aquino, la naturaleza misma de la Divinidad es ser tres en uno, y nada en el ámbito material o psicológico proporciona una analogía que haga que tal naturaleza sea completamente comprensible para la mente humana. Sin embargo, Nicea fue un punto de inflexión. El Concilio habló con fuerza y ​​claridad contra los principales peligros de la época, declarando que el Hijo es eternamente engendrado, no creado, y que es consustancial al Padre (...) 

Dante y Beatriz adorando a la Santísima Trinidad.
“Mirando a Su Hijo con ese Amor que Uno y el Otro respiran eternamente,
el Poder –primero e inefable
hizo todo lo que gira por la mente y el espacio tan ordenado que quien contempla 
esa armonía no puede dejar de saborearlo 
(Paraíso  10; traducción de Mandelbaum)

Los trescientos años de cristianismo que precedieron a Nicea fueron un período de incertidumbres graves y a menudo polémicas sobre las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Durante los dos primeros siglos se produjo relativamente poco desarrollo doctrinal. La naturaleza trina de Dios fue establecida en las Sagradas Escrituras, invocada por los Padres Apostólicos (Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía) y explicada por los Apologistas (Justino Mártir, Taciano, Teófilo de Antioquía), pero la Iglesia carecía de una comprensión precisa y filosóficamente sólida de sus creencias trinitarias. Por tanto, el dogma de la Trinidad existía, pero no siempre satisfacía a las mentes inquisitivas y era vulnerable a ataques teológicos potencialmente catastróficos, como el de cierto heresiarca llamado Arrio.

En el siglo III, los teólogos aportaron ideas que dieron mayor coherencia y claridad a la ortodoxia trinitaria, sentando así las bases para el triunfo de Nicea. Tres de los más destacados fueron Hipólito de Roma, Tertuliano y Orígenes. En este artículo me centraré en Orígenes, quien nos da un ejemplo temprano de la íntima relación entre ortodoxia y ortopraxis litúrgica (o, en otras palabras, entre la Verdad doctrinal y la Verdad poética que los cristianos comunes experimentan en el lenguaje expresivo y el arte multisensorial del culto público de la Iglesia).

Una interpretación iconográfica del siglo XVI
del Primer Concilio de Nicea


El Dios Trino en la Liturgia de la Iglesia Primitiva

Aunque los registros son escasos, la devoción litúrgica a la Santísima Trinidad estuvo presente, si no pronunciada, en los primeros tres siglos del cristianismo. Las tres Personas eran invocadas en la administración de los sacramentos. San Juan Casiano (muerto en 435) informa que los monjes egipcios terminaban su salmodia con un breve himno “en honor de la Trinidad” (Instituciones, II.8), y San Basilio (+ 397) indica que los fieles habían alabado durante mucho tiempo a la Santísima Trinidad al encender la lámpara de Vísperas:

Quién fue el autor de estas palabras de acción de gracias al encender las lámparas, no lo sabemos. El pueblo, sin embargo, pronuncia la forma antigua, y nadie ha considerado jamás impíos a quienes dicen: "Alabamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios" (De Spiritu Sancto , cap. 29)

Un pasaje fascinante del tratado de San Cipriano Sobre el Padrenuestro, escrito a mediados del siglo III, interpreta el horario litúrgico como símbolo y “sacramento” del Dios trino:

Al cumplir con los deberes de la oración, encontramos que los tres niños con Daniel, fuertes en la fe y victoriosos en el cautiverio, observaron las horas tercera, sexta y novena, como un sacramento, por así decirlo,  de la Trinidad... Así, tanto la primera hora en su avance hacia la tercera muestra el número consumado de la Trinidad, como también la cuarta hora procediendo a la sexta declara otra Trinidad; y cuando la séptima se mueve hacia la novena, la Trinidad perfecta se cuenta cada tres horas, lapsos que los adoradores de Dios en tiempos pasados decidieron aprovechar espiritualmente para tiempos determinados y apropiados para la oración (cap. 34).

 

Orígenes y la apelación a la sagrada liturgia

Vemos, entonces, que la comprensión intuitiva de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad, tal vez en una amplia variedad de formas poéticas y rituales, se había filtrado en su vida de oración comunitaria. Los escritos de Orígenes nos muestran cómo estas manifestaciones litúrgicas de la creencia trinitaria podrían luego regresar al dominio teológico e influir en la formulación del dogma.

Un retrato de Orígenes atribuido a Guillaume Chaudière,
i
mpresor francés del siglo XVI 

En dos ocasiones, que yo sepa, Orígenes menciona las prácticas litúrgicas trinitarias de una manera particularmente significativa. No se limita a describir estas prácticas; apela a ellos como justificación de creencias trinitarias que, en aquellos días anteriores a Nicea, todavía no estaban resueltas. Un ejemplo se encuentra en De Principiis (I, 3.5):

Parece apropiado preguntar cuál es la razón por la cual el que es regenerado por Dios para la salvación tiene que ver tanto con el Padre como con el Hijo y el Espíritu Santo, y no obtiene la salvación sino con la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible llegar a ser partícipe del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo.

Aquí Orígenes invoca la práctica bautismal de la Iglesia al afirmar la unidad de la Trinidad y, más específicamente, la plena pertenencia del Espíritu Santo a esa unidad divina. La discusión fue de actualidad en la medida en que la comprensión prenicena del Espíritu Santo se desarrolló más lentamente que la del Padre y el Hijo. El mismo Orígenes, en el párrafo anterior (I, 3.4), cae sin querer en la heterodoxia: “Porque algo más existió antes del Espíritu Santo...”

La segunda instancia está en el Diálogo con Heráclides, documento descubierto en 1941 por soldados británicos que buscaban un lugar para almacenar municiones. El obispo Heráclides se vio atrapado en una controversia doctrinal relacionada de alguna manera con las oraciones utilizadas en la liturgia eucarística, y Orígenes insiste en que al orar debemos protegernos de las nociones heréticas respetando tanto la distinción de Personas como la divinidad unificada en la relación entre el Padre y Hijo. Él continúa:

La ofrenda se hace universalmente a Dios Todopoderoso a través de Jesucristo en la medida en que, respecto de su divinidad, es semejante al Padre. No hay doble ofrenda, sino ofrenda a Dios por medio de Dios.

Con admirable concisión, Orígenes presenta un profundo argumento sobre la naturaleza de la Santísima Trinidad llamando nuestra atención sobre las prácticas litúrgicas establecidas. La Iglesia ora al Padre a través del Hijo, y por tanto las Personas deben ser de alguna manera distintas; sin embargo, la oración no es una ofrenda dual y, por lo tanto, los Dos deben ser un solo Dios.

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