La revista Mikael era una publicación del Seminario Arquidiocesano de Paraná que apareció entre 1973 y 1983.
En su primer número fue publicado «un texto breve, verdadera joya teológica, con el que Santo Tomás de Aquino exalta la grandeza singular de la Madre de Dios». La traducción fue especialmente preparada para la revista Mikael por el Dr. Carlos A. Sáenz, «experto latinista y delicado poeta».
El traductor aclara en nota al pie que en este opúsculo Santo Tomás sólo comenta la Salutación Angélica propiamente dicha. El responsorio que hoy está en uso (Santa María...) es de época posterior.
La imagen en blanco y negro acompañaba al texto original.
Publicamos esta entrada a pocos días de celebrar la Solemnidad de la Anunciación.
Prólogo
1
Las palabras que componen esta salutación tienen
un triple origen. Unas provienen del Ángel, a saber: "Ave llena de gracia,
el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres". Otras son de Isabel,
madre de Juan el Bautista: "Bendito el fruto de tu vientre". Y por
último, la que agregó la Iglesia: "María"; porque, aunque el Ángel no
dijo "Ave María" sino "Ave llena de gracia", ese nombre de
María conviene por su significado a lo dicho por el Ángel, como se verá.
Ave María
llena de gracia, el Señor es contigo
2 Acerca de lo primero se debe considerar cuán
grande importancia se atribuía en la antigüedad al hecho que los ángeles se
apareciesen a los hombres, y cómo se alababa a los hombres que reverenciaban a
los ángeles. En alabanza de Abrahán está escrito que hospedó a los ángeles y
les mostró reverencia. En cambio, que los ángeles reverenciaran al hombre,
jamás se había oído, hasta que uno de ellos saludó reverentemente a la
Bienaventurada Virgen diciéndole "Ave".
3 La razón de que en la antigüedad el ángel
no reverenciara al hombre, sino el hombre al ángel, consiste en que el ángel es mayor que el hombre; y esto en tres
aspectos.
Primero,
respecto a la dignidad: porque el ángel es de naturaleza espiritual: "Hace
espíritus a sus ángeles" (Sal 103, 4). El hombre, en cambio, es de
naturaleza corruptiva; y así decía Abrahán: "Hablaré a mi Señor, aunque
soy polvo y ceniza" (Gen 18, 27). No era pues adecuado que una creatura
espiritual e incorruptible mostrara reverencia a otra corruptible como el
hombre.
Segundo,
respecto a la familiaridad con Dios. Porque el ángel es familiar de Dios en
cuanto lo asiste: "Por millares lo servían, y millares de millones lo
asistían" (Dan 7, 10). El hombre, en cambio, se halla como extraño y
alejado de Dios por el pecado: "Me alejé prófugo" (Sal 54, 8).
Por lo tanto, conviene que el hombre reverencie al ángel en cuanto el ángel es
pariente y familiar del Rey.
Tercero,
respecto a la preeminencia en el esplendor de la divina gracia. Porque los
ángeles participan de la luz divina con suma plenitud: "¿Acaso no son innumerables
los que forman su milicia, y a ninguno de ellos le falta su luz?" (Job 25,
3). Y por eso el ángel siempre aparece con luz. En cambio, los hombres, aunque
algo participen de esa misma luz, es poco y con cierta oscuridad.
4 Por tanto no era adecuado que el ángel
mostrase reverencia al hombre antes de encontrar en la naturaleza humana, a
aquélla que en esos tres aspectos le excedía, y a quien quiso reverenciar
diciéndole "Ave".
5 Es así que la Bienaventurada Virgen excede
a los ángeles en esos tres aspectos.
a)
Primeramente en plenitud de gracia, la cual es mayor en la B. Virgen que en
cualquier ángel; y para insinuarlo, el Ángel le mostró reverencia diciendo:
"Llena de gracia", como si dijera: Te reverencio porque me excedes en
plenitud de gracia.
6 Se dice de la B. Virgen, que de tres modos
es llena de gracia. Primero, en cuanto al alma, en la que tuvo toda la plenitud
de la gracia. Ahora bien, la gracia de Dios se da para dos cosas: para obrar el
bien y para evitar el mal; y en cuanto a ambas la B. Virgen tuvo una gracia
perfectísima Ella evitó todo Pecado más que cualquier otro santo, después de
Cristo. Porque el pecado, o es original, y de éste fue purificada "in útero",
o mortal o venial, y de éstos fue libre. De donde: "Eres toda hermosa,
amiga mía, no hay mácula en ti" (Cant 4, 7).
San
Agustín, en su libro De la Naturaleza y la Gracia, dice: "A excepción de
la santa Virgen María, todos los santos y santas a los que se les hubiera
preguntado en vida si no tenían pecado, todos al unísono habrían respondido:
—Si decimos que no tenemos pecados, a nosotros mismos nos engañamos y la verdad
no está
con
nosotros. A excepción, digo, de esa santa Virgen, respecto a la cual, por el
honor del Señor, no quiero mentar siquiera el tema del pecado, pues tan grande
es la gracia que le fue dada para vencerlo omnímodamente, que mereció concebir
y dar a luz a quien nos consta que no tuvo ninguno". Mas Cristo excede a la
B. Virgen en que fue concebido y nacido sin pecado original, y la B. Virgen sólo nacida sin él [i].
7 Por lo demás, la B. Virgen brilló en el
ejercicio de todas las virtudes, mientras los otros santos solamente en
algunas: porque uno fue humilde, otro casto, otro misericordioso; y por eso se
los presenta como ejemplo de determinadas virtudes; así San Nicolás ejemplo de
misericordia, etc. Pero la B. Virgen es ejemplo de todas las virtudes; porque
en ella encuentras el ejemplo de humildad. Lc. I, 38: "He aquí la esclava
del Señor", y luego (vers. 48) "vio la humildad de su esclava";
el ejemplo de castidad: (vers. 34) "no conozco varón", y de todas las
virtudes, como es notorio. Por consiguiente, la B. Virgen es llena de gracia tanto
en orden a obrar el bien como a evitar el mal.
8 Segundo, fue llena de gracia en cuanto a la
redundancia del alma sobre la carne o el cuerpo. Porque si tanta gracia ha de haber
en los santos para santificar su alma, cuan llena de gracia estaría el alma de
la B. Virgen para que la gracia refluyese en la carne y de ésta concibiese al Hijo de Dios.
Así lo dice Hugo de S. Víctor: "Porque el amor del Espíritu Santo ardía
singularmente en su alma, por eso obraba maravillas en su carne, a tal punto que
de ella Dios nacería hombre". Luc. I, 35: "Lo santo que nacerá de ti
será llamado Hijo de Dios".
9 Tercero, en cuanto a la influencia sobre todos los hombres. Porque
grande es la gracia si en algún santo alcanza para salvar otros hombres, pero
si fuera suficiente para la salvación de todos, seria máxima; y esto acontece
en Cristo y en la B. Virgen. Porque en todo peligro, de esa misma Virgen
gloriosa puedes obtener salvación. De donde Cant. IV, 4: “Mil escudos (esto es,
defensas contra los peligros) penden de ella”. Asimismo en toda obra de virtud
puedes tenerla como ayuda; por eso ella misma dice: (Eccli. XXIV, 25) “En mi
toda esperanza de vida y de virtud”.
Así, pues, es llena de
gracia, y excede a los ángeles en plenitud de gracia; y por eso con mucha
propiedad se llama María, que significa “iluminada” (Is. LXIII, 11): “Llenare
tu alma de esplendores” y también “iluminadora”, como la luna, que iluminada por
el sol, ilumina el mundo.
10 b) En segundo lugar, excede a los ángeles en familiaridad divina,
y para expresarlo el Ángel le dice: “El Señor es contigo”, como si dijera: Por
eso te reverencio, porque tú eres más familiar de Dios que yo, pues el Señor es
contigo.
Al decir “El Señor”, no
solo nombra al Padre sino también al Hijo, a quien ni ángel ni otra criatura lo
tuvo como ella: “Lo Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
Dios Hijo en el vientre. “Exulta y entona alabanzas, casa de Sion, puesto que está
en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12, 6). De distinto modo está el Señor
con la B. Virgen que con el ángel, porque con ella como Hijo, y con él
como Señor.
Asimismo el Señor, es
decir el Espíritu Santo, está en ella como en un templo; de donde se la llama
“Templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo”, porque concibió del Espíritu
Santo “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35).
De manera que la B. Virgen
es más familiar con Dios que el ángel, porque con ella está el Señor, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, es decir, la Trinidad toda. Y por eso se canta de ella:
“De toda la Trinidad, noble triclinio”.
“El Señor es contigo” es
lo más noble que se le pueda decir. Con razón el Ángel reverencia a la B.
Virgen, porque siendo madre del Señor, es Señora, y le cuadra el nombre de María,
que en lengua siria se interpreta “Señora”.
11 c) En tercer lugar, excede a los ángeles en pureza; porque la B.
Virgen no solo era pura en si misma, sino que transmitía pureza a los demás. Purísima
fue en cuanto a la culpa, puesto que no incurrió en pecado ni original ni
mortal ni venial alguno.
12 Y lo mismo en cuanto a la pena. Porque tres fueron las maldiciones
que merecieron los hombres por el pecado. La primera cayó sobre la mujer, a
saber, que concebiría con corrupción, llevaría el fruto con pesadez y daría a
luz con dolor. Y de esto fue inmune la B. Virgen que concibió sin corrupción,
llevo con solaz, y en gozo dio a luz al Salvador: “Germinando germinara con exultación
y alabanza” (Is 35, 2).
13 La segunda, al varón, a saber, que comería el pan con el sudor de
su rostro. De esto también estaba inmune la B. Virgen, porque según la doctrina
del Apóstol (1 Cor 7, 34) las vírgenes están libres de los cuidados de este
mundo, y vacan solo para Dios.
14 La tercera es común a varones y mujeres, a saber, que se convertirían
en polvo. E inmune de esto, la B. Virgen fue asumida al cielo con su
cuerpo; pues ciertamente creemos que tras la muerte fue resucitada y llevada al
cielo: “Levántate, Señor, a tu reposo, tú y el arca de tu santidad” (Sal 131, 8).
Bendita tu entre las
mujeres
15 Así pues, fue inmune de toda maldición, y por lo tanto bendita
entre las mujeres, ya que entre todas, solamente ella aparto la maldición,
llevo consigo la bendición y abrió la puerta del paraíso; y por eso le cuadra
el nombre de María, que significa “ estrella del mar”, porque tal como por la
estrella del mar, los navegantes se dirigen al puerto, los cristianos se
dirigen a la gloria por María.
Bendito el fruto de tu
vientre
16 Ocurre que mientras el justo halla lo que desea, el pecador lo
busca donde no puede conseguirlo: “La hacienda del pecador está reservada para
el justo” (Prov 13, 22). Así Eva, en el fruto prohibido, nada encontró de lo
que deseaba; en cambio la B. Virgen halló en su fruto cuanto había deseado Eva.
17 Porque Eva esperaba encontrar tres cosas en el fruto.
Primero, lo que falsamente
le prometió el diablo, a saber, que serían como dioses, conocedores del bien y
del mal. “Seréis como dioses” (Gen 3, 5) dijo aquel embustero; y mintió porque
era mendaz y padre de la mentira. Ya que Eva al comer el fruto, no se hizo
semejante a Dios, sino desemejante, pues pecando se alejó de Dios su Salvador,
y fue expulsada del paraíso. Pero aquello esperado, es lo que halla la B.
Virgen en el fruto de su vientre, y también todos los cristianos, pues por
Cristo nos unimos y asimilamos a Dios: “Cuando se manifestare, seremos
semejantes a él…” (1 Jn 3, 2).
Segundo, en el fruto, Eva
buscó el deleite, porque era bueno para comer; pero no lo encontró, ya que al
punto dolióse de sentirse desnuda. En cambio, en el fruto de la Virgen
encontramos suavidad y salud: “El que come mi carne tiene vida eterna” (Jn 6,
55).
Tercero, el fruto de Eva
era de hermoso aspecto; pero cuanto más hermoso el fruto de la Virgen, al cual
desean contemplar los ángeles: “Eminente en belleza sobre los hijos de los
hombres” (Sal 46, 3), y esto por ser el
esplendor de la gloria del Padre.
En conclusión: si Eva no encontró
en el fruto prohibido aquello que esperaba, como ningún pecador lo encuentra en
sus pecados, para encontrarlo busquémoslo nosotros en el fruto de la Virgen.
18 Este es el fruto bendecido por Dios, al que de tal manera colmo
de gracia, que nos fue presentado como objeto de su reverencia: “Bendito Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en el mismo Cristo con
toda suerte de bendiciones espirituales” (Ef 1, 13). Bendecido por los ángeles:
“Bendición y gloria y sabiduría y acción de gracias, honra y poder y fortaleza
a nuestro Dios” (Ap 7, 12). Bendecido por los hombres: “Toda lengua confiese
que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre” (Fil 2, 11); “Bendito
el que viene, en nombre del Señor” (Sal 117, 26). Bendita es pues la Virgen; pero más bendito su
fruto.
(1)
Rectificados algunos códices mendaces, la debida coordinación
de los textos tomistas habría disipado por completo su presunta discrepancia con
la definición dogmática. (Cfr. C. FABRO. Introducción al Tomismo. Rialp 1967,
p. 97 ss.) Pero quizás sea más importante señalar que la Iglesia, al ensenarnos
que la Santísima Virgen fue PRESERVADA del pecado original “ex morte Christi
praevisa” , nos confirma, con S. Tomas, que fue REDIMIDA (a saber: en el primer
instante de su ser natural), no que,
como Cristo, fuera ajena al orden de la caída hereditaria. (Nota del traductor).
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