Nuestro colaborador Luis Holmes nos acerca la segunda parte de esta nota sobre el simbolismo cristiano de la paloma y de su antítesis, el cuervo.
La paloma y el cuervo (2 de 3)
La paloma y la Eucaristía
Desde tiempos antiguos, en el arte religioso la paloma se puso en relación con el misterio de la Eucaristía. Por ejemplo: una o más palomas picotean un racimo de uvas (el alma cristiana que se alimenta del racimo eucarístico); una paloma lleva el racimo, sujetándolo por el pedúnculo (Cristo lleva y ofrece su Eucaristía); una o dos palomas llevan del mismo modo una espiga o un grano de trigo (el alma bienaventurada que se alimenta del trigo celestial); una paloma en un cáliz, adorada por otras palomas o corderos (Cristo que ofrece la Eucaristía a sus fieles); dos palomas beben en el vaso sagrado, o descansan sobre él (imagen de los cristianos que encuentran en esa copa el consuelo y la vida).
Más tarde, en la Edad Media, el propio vaso eucarístico recibió la forma de una paloma. Colocado en una especie de tienda pequeña de tela (tabernaculum) suspendida de la voluta de un báculo encima del altar, en vez y en el lugar del moderno tabernáculo en forma de pequeño armario mural. De ese modo la paloma se confirmaba como símbolo litúrgico de la Eucaristía.
En "La flor de la Liturgia" se señala que "la existencia, en el templo, de la sagrada Reserva, data de los orígenes mismos del cristianismo"; "el primer receptáculo conocido de la Reserva fué la 'paloma eucarística'", generalmente suspendida "del baldaquino que cobijaba el altar".
Palomas eucarísticas (ilustraciones del libro "La flor de la Liturgia") |
La paloma también representa en ocasiones el amor de Cristo, que ha venido a traer fuego a la tierra; por eso la paloma suele estar relacionada con el fuego.
Las palomas en la Presentación del Señor
Un simbolismo curioso, y en verdad un tanto forzado, les asignó San Cirilo de Alejandría a las dos palomas de la ofrenda que las mujeres israelitas debían presentar tras la maternidad al terminar los 40 días de purificación:
Al concluir el período de su purificación, tanto por el hijo como por la hija, la madre presentará al sacerdote, a la entrada de la Carpa del Encuentro, un cordero de un año para ofrecer un holocausto, y un pichón de paloma o una torcaza, para ofrecerlos como sacrificio por el pecado.
El sacerdote lo presentará delante del Señor y practicará el rito de expiación en favor de ella. Así quedará purificada de su pérdida de sangre. Este es el ritual concerniente a la mujer que da a luz un niño o una niña.
Y si no dispone de recursos suficientes para adquirir un cordero, tomará dos torcazas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado. El sacerdote realizará el rito de expiación en favor de ella, y así quedará purificada.
(Levítico 12, 6-8)
El arte cristiano ha representado en innumerables ocasiones la escena en la que la Virgen María cumple con esta prescripción ritual, cuarenta días después del Nacimiento de su Hijo. La liturgia celebra este acontecimiento con la fiesta de la Presentación del Señor. "Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor" (Lc 2, 22-24).
Vitral en la iglesia de San Isidro Labrador (foto propia) |
San Cirilo vió en esa ofrenda una imagen del Salvador que bajó del cielo como una paloma, y en el número de aves entendió representadas las dos naturalezas de Cristo, divina y humana.
Mosaico en la iglesia de San Clemente (Roma) |
Monograma de Cristo junto a dos palomas (siglo IV-V) (Museos Vaticanos) |
Detalle de uno de los vitrales del ábside de la Basílica del Espíritu Santo (Bs. Aires) (foto propia) |
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