Compartimos hoy una nota de Pedro H. Lavarello, publicada en el número 237 de la Revista Litúrgica Argentina (edición correspondiente a julio/septiembre de 1970). Los destacados son de la nota original. Le hemos añadido algunas imágenes.
San Pío X, en el Motu proprio "Tra le sollecitudini", del 22 de noviembre de 1903, dice: "La participación activa en los sagrados misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia, es la fuente primera e indispensable en todos los fieles".
Por su
parte, Pío XI en la Constitución apostólica "Divini cultus", del 20
de diciembre de 1928, añade: "Es absolutamente necesario que los fieles no
asistan a los oficios como extranjeros o espectadores mudos, sino que,
transidos por la belleza de la liturgia, participen en las ceremonias
sagradas".
También
Pio XII insiste en la participación, cuando en la Encíclica "Mediator Dei", del 20 de noviembre de 1947, refiriéndose en concreto
al sacrificio eucarístico, nos enseña: "Conviene, pues, que todos los
fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consisten en
la participación en el sacrificio eucarístico, y eso, no con un espíritu pasivo
y negligente, discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un modo tan
intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote... y
ofrezcan aquel sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él se
ofrezcan también a sí mismos".
Últimamente,
el Magisterio insiste por el Vaticano II: "La Sta. Madre Iglesia desea
ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena,
consciente y activa en las acciones litúrgicas, que exige la
naturaleza de la misma Liturgia y a la cual tiene derecho y obligación, en
virtud del Bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido' (1 Pedro 2,9)" (Const. Lit., n. 14).
La
participación del pueblo en la celebración sacramental es —según lo demuestran
las citas anteriores— una preocupación constante de la Iglesia en nuestro
siglo. Pero, debemos buscar las razones por las que el laico debe
participar en la acción sagrada comunitaria. Para esto, es necesario analizar
qué es la Liturgia.
En una
primera aproximación y sin ánimo de dar una definición completa y exhaustiva,
podemos llegar al concepto por la etimología de la palabra liturgia, que
proviene del vocablo griego "leiturguía", palabra compuesta de
"leitos" (adjetivo derivado del jonio "laos" —que significa
"pueblo y del cual deriva el término actual "laico") y
"ergon" (=obra). Por lo tanto,
la liturgia es la obra del pueblo de Dios en acto de culto. Esto, sin exclusión
de partes, y entendiendo "pueblo" como comunidad jerárquicamente organizada
y con su orden propio.
En una
segunda aproximación, hemos elegido —entre las muchas definiciones de Liturgia—
las siguientes:
1. MEDIATOR
DEI: "La Sagrada Liturgia constituye el culto público que nuestro
Redentor, Cabeza de la Iglesia, ofrece al Padre celestial y el que la comunidad
de los fieles cristianos ofrece a su Fundador, y, por su medio, al Padre
eterno; es, en resumen, el culto público total del Cuerpo místico: el de
la Cabeza y el de sus miembros".
2.
VATICANO II: CONSTITUCION DE LITURGIA: La Liturgia "es el ejercicio del
sacerdocio de Cristo, en el que, por medio de signos sensibles, se significa y
se realiza, de la manera propia a cada uno de ellos, la santificación del
hombre, y a través del Cuerpo Místico de Cristo, cabeza y miembros, se
rinde culto público completo" (n. 7).
Por lo
tanto, y para no abundar más, podemos sacar esta primera conclusión: la
participación del laico en la liturgia está exigida por la misma esencia de
ésta.
Que dicha
participación deba ser activa, se deduce del análisis de los elementos que
integran la Liturgia. Podemos distinguir dos: uno, ascendente, latréutico e
impetratorio; otro, descendente, sotérico. En ninguno de los dos puede el
hombre, no como creatura imagen de Dios, ni como cristiano, ser un ente pasivo vivido
por la acción. El hombre es sujeto-actor: promotor de movimiento.
Esto nos
lleva a considerar otra razón de la participación: el sujeto de la liturgia.
Está muy claro que el liturgo o ministro principal —en su nivel propio y más
profundo— es Cristo, Mediador y Sumo sacerdote. Pero es también evidente que
Cristo ejerce su sacerdocio sotérico y, a la vez latréutico e impetratorio, por
medio de toda la Iglesia. En consecuencia, el laico es llamado a participar —en
virtud de su bautismo— de su sacerdocio (ver ... Lumen Gentium 10).
Por todo
esto, concluimos en esta segunda afirmación: el laico es sujeto de la
liturgia, con derecho y obligación a participar en la misma, con un culto
racional.
Por otra
parte, en los últimos años, el laicado ha visto posibilitada su madurez
psicológica y —de hecho— su intervención en la vida litúrgica conscientemente
celebrada.
Contra
una opinión superficial que vería al fiel como un "sacristán",
debemos ver en la intervención litúrgica del mismo, una muy variada y extensa
posibilidad (p. ej.: en el matrimonio, bautismo en caso de ausencia de
sacerdote o necesidad urgente, la actuación de los padrinos en el Bautismo).
Actualmente, se tiende a delegar ciertos servicios ministeriales directos a los
seglares: p. ej. lecturas en la Liturgia de la Palabra, comentarios catequético-litúrgicos
en la acción sacramental, distribución de la comunión en casos previstos por
una última disposición, etc. Incluso el mismo Vaticano II abre las puertas a
los laicos para presidir el culto (p.ej.: Const. de Liturgia, 35,4: al promover
la dirección de la Liturgia de la Palabra a Diáconos o seglares delegados por
el Obispo, en lugares con ausencia de sacerdotes).
La acción
no-ministerial de los fieles, consiste en la recepción de los sacramentos y
sacramentales. Para que ésta sea válida y efectiva, se presuponen ciertos actos
internos y externos que indican una participación activa en la celebración del
sacramento.
Una
tercera razón se funda en el fin mismo de la celebración litúrgica: la
gloria de Dios. Recordaremos solamente lo que nos dice J. Lecuyer: "El
culto se ordena a la gloria de Dios exactamente en la medida en que ayuda
al hombre a alcanzar la gloria que Dios le tiene preparada en el cielo"
(Reflexiones sobre la Teología del culto según Santo Tomás de Aquino, Revista
tomista, N° 55, 1955). Obsérvese que dice "ayuda", lo que implica que
se da una acción positiva por parte del hombre. Y esto nos trae a la memoria unas
palabras de San Ireneo: "El que ofrenda, se glorifica (precisamente por
ello) a sí mismo" (Adversus Haereses, IV, 17, 1).
De esto
inferimos esta tercera conclusión: El fin de la celebración sacramental
exige la participación activa del laico.
Si bien
ya hemos indicado el fundamento teológico de la participación, lo repetimos
aquí: el Bautismo, al hacer al hombre miembro de un "linaje escogido,
sacerdocio real, nación santa y pueblo escogido", le da derecho y
obligación de participar en la Liturgia. Derecho y obligación que están
suficientemente indicados en la unción del santo crisma del rito bautismal.
En cuanto
a los caracteres de esta participación, ya hemos indicado que es activa.
Pero como se trata de una acción humana, debe, por tanto, ser consciente.
De donde se deduce la necesidad y obligatoriedad de la instrucción litúrgica. Y
de este imperativo de conciencia, surge la tercera característica: plenitud.
Plenitud de disposición interior, sin la cual nada valen las exteriorizaciones,
sin la cual no hay verdadera manifestación en espíritu y en verdad, de la pertenencia
viva al Cuerpo Místico de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario