La anécdota es conocida, aunque circulan diversas versiones que difieren en algunos detalles. Santa Teresa, durante un viaje de por sí muy accidentado, se cayó de su caballo y se lastimó. Se lamentaba de tantos percances, cuando el Señor le dijo: "Hija mía, no te quejes: así trato a mis amigos". Dicen que la santa le respondió con su singular franqueza: "¡Por eso tiene tan pocos su Divina Majestad!".
Santo Tomás Moro compuso la célebre “Oración del Buen Humor”: "Concédeme el saber reír de un chiste, para que sepa sacarle un poco de gozo a la vida y pueda hacer partícipes de ese gozo a los demás".
San
Juan Bosco, cuando se dirigía a sus muchachos del oratorio: "Os
quiero siempre alegres, porque así sé que tenéis la paz interior"; y,
además, para que sus muchachos se rían, no dudaba en vestirse de payaso o hacer
de saltimbanqui.
Asimismo,
Federico Ozanam, probado por la cruz con predilección, mencionó en cierta ocasión la frase que más le impresionó cuando fue a pedir consejo a su director
espiritual en su crisis de fe. Este le dijo: "¡Alégrate siempre en el
Señor!". No le dijo que se resignase o consolase, sino que se alegrase, y
esta respuesta le sirvió para aceptar todo lo que Él le iba mandando, que no
fue poco.
Sé
que es fácil escribir esto, pero vivirlo y aceptarlo ya es más complicado. Tenemos que hacer, permanentemente, ensayos para
llevar el amor de Cristo a los que acudan a nosotros, pero sin olvidarnos de
algunas formas cotidianas de amarlos: una palabra amable, un chiste o
una sonrisa, cuando se hallen decaídos y cabizbajos. Hacerlos sonreír y levantarles el ánimo.
Dan como creador de la nueva teología del humor a San Juan XXIII por sus divertidas anécdotas, chascarrillos y, dicen, sentido del humor. Ese humor que la Iglesia necesita, pues está impreso en la esencia del Evangelio; en multitud de ocasiones se nos pide que nos alegremos: "Alégrate, María"; "Alegraos, os ha nacido el Redentor"; "Alegraos siempre en el Señor", etc. La alegría, ese humor que brota del interior de los que esperan en el Señor y que nos hace pedir que los creyentes también seamos samaritanos del humor, amortiguando los roces e incomprensiones de los tristes. Santa Teresa, con su profundidad teológica, ya exclamaba que "un santo triste es un triste santo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario