miércoles, 17 de abril de 2024

"Creo en el Espíritu Santo" (1 de 5)

Desde hoy y hasta el miércoles anterior a la Solemnidad de Pentecostés iremos publicando el primer capítulo del libro "Creo en el Espíritu Santo", del padre José Gallinger svd ¹.

Se trata -como el mismo autor señala en el prólogo- de un hilo de reflexiones nacidas de un conjunto de «"pensamientos espirituales" ofrecidos a la Cofradía del Espíritu Santo de la Parroquia de Guadalupe» de la ciudad de Buenos Aires a fines de los años 60 y comienzos de los 70 del siglo pasado. Esos "pensamientos espirituales" terminaron convirtiéndose en  un «"pequeño tratado espiritual en que se medita el Amor de Dios hecho hombre "por obra y gracia del Espíritu Santo" y que sigue entre nosotros como Iglesia, "Sacramento universal de salvación", hecho carne en nuestra pequeñez humana, para mostrar el amor de Dios a los hombres».

Esta foto del índice del libro nos permite tener una idea panorámica del contenido de ese primer capítulo que iremos compartiendo en cinco entradas consecutivas:

Iremos ilustrando las cinco entradas con fotos propias tomadas en templos porteños.

***


I. TEOLOGÍA DEL ESPÍRITU SANTO

1. El Espíritu Santo en el Plan de la Salvación

El plan de Dios sobre nosotros, tal como nos lo hace conocer la Revelación, puede decirse que sigue la estructura del mismo Dios. En el fondo, es el plan trinitario tal como se presenta en el Credo. Se destaca el orden en que aparecen las tres divinas Personas. La obra de Dios sobre nosotros también se agrupa en tres grandes momentos y que se apropian a cada una de las tres Personas divinas. Esos tres momentos son: la creación, la redención y la santificación o comunicación de la vida divina.

La Revelación nos muestra a Dios empeñado en una profunda obra de amor. Se inicia por la creación amorosa, se reconstruye por la redención y se consuma por la comunicación del amor, comunicando la propia vida de Dios. Es la historia del diálogo de amor que Dios lleva con sus creaturas, iniciado por el Padre que llama, el Hijo que es enviado por el Padre para hacer posible este diálogo a pesar del pecado y el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, que consuma este diálogo en la respuesta amorosa del hombre a Dios. El Padre crea, el Hijo trae la Palabra de Dios y el Espíritu Santo interioriza al hombre en la revelación del Hijo.

Basílica del Espíritu Santo

Estos tres momentos en el amoroso darse de Dios a los hombres se expresan a través de diversos ejemplos. Uno podría ser: el Padre es el brazo, el Hijo la mano y el Espíritu Santo el dedo que modela la imagen de Dios en nosotros. Así lo canta el "Veni, Creator Spiritus": "digitus Paternae dexterae", Dedo de la diestra de Dios. 


Basílica del Espíritu Santo

O bien ese otro: el Padre es la raíz, el Hijo el tallo y el Espíritu Santo el fruto. En las epístolas de San Pablo se habla de los frutos del Espíritu Santo. Es el final del movimiento de entrega de Dios a nosotros, es el producto postrero y sabroso del movimiento de la vida de gracia de la que gozamos.

Estas imágenes expresan bien la continuidad de la obra de Dios. Aunque adscribimos a cada una de las tres Personas divinas un estadio, un momento de esta obra, sin embargo, en el fondo es una y la misma continuada en su proceso de terminación. Siempre cuando se trata de una obra hacia afuera de Dios, actúa la propia naturaleza divina, obran las tres divinas Personas; pero es propio distinguir los diversos momentos para expresar las peculiaridades que surgen de las procesiones en Dios de cada una de las Personas divinas.

En este plan de Dios el Espíritu Santo entra en tercer término. Toda terminación del plan salvífico se atribuye a Él. Es Él quien acaba la obra de Cristo. Así comprendemos aquello de Jesús: "Os conviene que Yo me vaya... porque si no me fuere no vendría a vosotros el Espíritu de Verdad". Es como si dijera: Si no me voy, mi obra quedaría sin terminar, quedaría trunca.

Cristo anunció el Evangelio, la Palabra de Dios, y es el Espíritu Santo quien actualiza esta palabra y la conserva viviente en la Iglesia. Cristo instituyó la misión apostólica, pero es el Espíritu Santo quien inspira a la Jerarquía y coopera en el apostolado para hacerle producir sus frutos. Cristo a través de toda su vida idea y proyecta los Sacramentos y los instituye, pero es el Espíritu Santo quien les da su virtud vivificante en nosotros. 

Basílica del Espíritu Santo


2. Inevitable parcialización 

Tratar del Espíritu Santo no es hablar de un capítulo aislado de la teología, como podría hacerse del "Plan de la Salvación", de la "Resurrección" o de la "Escatología". 

El Espíritu Santo acaba el proceso intratrinitario de la vida en Dios. El Espíritu Santo es la "conditio sine qua non" para ubicar el misterio Trinitario en el campo de la teología. De alguna manera es fundamento y base de la teología. (Tal vez sea una razón por la que "no se lo conoce" y no se sabe qué hacer con el Espíritu Santo, el hecho de no haber insertado la doctrina acerca de Él en el todo de la teología, sino que se la agregó como un capítulo más, como para llenar los huecos que quedaban después de presentar al Padre Creador y al Hijo Redentor. Se habló del Espíritu Santificador, pero sin emsamblarlo con las dos primeras partes del Credo). 

Aunque se pueden presentar como "tres tiempos sucesivos"  -el del Padre, que se revela en la historia con el Pueblo de Dios; el del Hijo, que dice la Palabra definitiva del Padre al anunciar el Reino; el del Espíritu Santo, que prolonga la obra de Cristo en el misterio del nuevo Pueblo de Dios como "Sacramento de Salvación"-, con todo, si se leen bien las Escrituras, es la fuerza de Dios, su Espíritu, el que actúa vivificante en la historia de la Salvación desde el principio y constituye una unidad en el misterio de la Encarnación centrado en Muerte-Resurrección-Ascensión-y-Pentecostés. Todo es un proceso del DIOS presente por su Espíritu, Creador y Salvador. Permanente obrar del Dios presente, con nosotros, en la figura del Espíritu, como manifestación de Dios a Israel; en la manifestación personal en Jesucristo; y en la nueva y actual manifestación del Espíritu Santo en el tiempo postpentecostal. 

Hablar del Espíritu Santo es tener en cuenta toda la plenitud de la realidad trinitaria de Dios en las diversas formas de Revelación divina: del que obra en la creación e historia y del que se manifiesta en el Hijo. Siempre es el mismo presente Dios, Padre-Hijo-Espíritu, en la virtud y forma del Espíritu Santo. 

Pentecostés no es ni principio ni fin de la obra de Dios. Es la prolongada presencia del Creador y Redentor en el Espíritu Santo. De esa manera, teología del Espíritu es la comprensión integral del mensaje bíblico de la teología trinitaria que, superando el olvido o desubicación del Espíritu Santo, lleva a la plenitud del mensaje bíblico de la revelación o manifestación de Dios que obra en el Antiguo y Nuevo Testamento y en la Iglesia. (Pero, al mismo tiempo, esa concepción teológica integral pone al desnudo la mezquindad de una teología que ensayó la interpretación y ubicación de la Revelación dentro de los limitados márgenes del "Dasein" humano). 

De alguna manera siempre resulta parcializado hablar de una teología teocéntrica, cristocéntrica o pneumatocéntrica. Deberíamos librarnos de los "centrismos" unilaterales y parcializados. Teología integral siempre debe ser Trinitaria. 

Pero no es posible evitar del todo las parcialidades porque sólo de esa manera podemos proceder en los estudios especializados. (Tanto más, porque hemos entrado en la problemática especial de una teología existencial). 

Procedemos, progresivamente, de un artículo de la fe al otro:  "Creo en Dios - en Jesucristo - en el Espíritu Santo". Decimos el contenido de cada artículo de fe y analizamos su respectiva verdad, pero no logramos la profunda síntesis que los une y completa en su integración cabal hacia una auténtica teología trinitaria. Cada artículo tiene su dominante en la manifestación. Y para el tercero: "Creo en el Espíritu Santo", la dominante está constantemente en la Eclesiología. De ahí que se diga como a renglón seguido y sin separación: "Creo en el Espíritu Santo. La santa Iglesia católica...". 

Pero, precisamente, esa elaboración de la "función" del tercer artículo en la Iglesia no toca ni disminuye los dos anteriores, sino que los lleva a su mayor expresión y muestra bajo una nueva luz los problemas de la Iglesia visible e invisible, la justificación y la santificación, y la escatología como presente y futuro.

Basílica del Espíritu Santo


Continuará el próximo miércoles


1 Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1970

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