miércoles, 3 de julio de 2024

"Queremos al amo viejo o a ninguno"


Hay frases de nuestra historia argentina que, desde que las aprendí, allá por Cuarto Grado (¡gloria eterna a a aquellas maestras!), han quedado marcadas en forma indeleble en mi memoria. 

Desde la queja de Cisneros (“Ya que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran”) hasta la inolvidable expresión de abnegación de las Damas Mendocinas al donar sus joyas  (“Los diamantes y las perlas sentarían mal  (…) si por desgracia volviésemos a arrastrar las cadenas de un nuevo vasallaje”), pasando por las palabras póstumas del sargento Cabral (“Muero contento, hemos batido al enemigo”), el consejo eterno de San Martín (“Serás lo que debas ser o si no, no serás nada”) o el desafío de Sarmiento (“Las ideas no se matan”).

Hoy quiero referirme a la frase del título. Un militar británico, preso después de las Invasiones Inglesas, le sugiere a Belgrano las ventajas que les traería a estas provincias romper lazos con la “opresora” España para someterse al gobierno “liberal y generoso” (hoy diríamos progresista) de Gran Bretaña. Belgrano, más lúcido en esto que muchos de sus contemporáneos, responde lapidariamente: “Queremos al amo viejo o a ninguno”.

Las cosas son muy distintas en la actualidad.  Hay otras “opresiones” y otros amos. Pero algo sigue igual: también hoy, como ayer, quienes quieren ser amos ocultan su voluntad opresora y la disfrazan de “generosa liberación”.



Con el Amo Viejo podíamos hacer chistes.  Todos nos reíamos de buena gana y nadie se ofendía por ellos.

El Amo Nuevo, en cambio,  nos quiere convencer de que esos chistes eran intolerantes y reproducían prototipos estereotipados, de manera que nos indica que debemos liberarnos de ellos; y no sólo nos lo indica, sino que nos prohíbe hacer esas bromas, y nos multa o arresta (en nombre de la libertad y la tolerancia) si las hacemos.

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero estamos más tristes.


Con el Amo Viejo estábamos obligados a venerar a las madres; incluso  la palabra “mamá” era sagrada.  

El Amo Nuevo nos quiere convencer de que “mamá” es casi una mala palabra y de que hay que suplantarla por “sujeto gestante”. El Amo Nuevo nos dice también que prescindir de las mamás es un avance, una conquista, una liberación. Las mamás son innecesarias, son superfluas; es más, son un estorbo. 

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero estamos más solos.


Con el Amo Viejo estábamos obligados a cederles el asiento a las damas,  a dejarlas pasar primero, a ejercer con ellas aquellas formas especiales de cortesía que se llamaban “caballerosidad”. 

El Amo Nuevo nos quiere convencer de que esos son gestos caducos de un machismo retrógrado, por lo que ordena, por ahora, que seamos increpados públicamente (y en poco tiempo ordenará que seamos multados) en caso de que se nos ocurra ser amables con una mujer por el solo hecho de serlo. 

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero somos más burdos.


Con el Amo Viejo estábamos obligados a respetar a los maestros y en general a la escuela. 

El Amo Nuevo nos quiere convencer de que ese respeto era alienante y de que  lo liberador es tomar colegios, insultar a los docentes, apelar a la justicia si te pusieron un 1, hacer una sentada si suspendieron a un compañero por escupirle a una maestra... La escuela, reproductora caduca de modelos obsoletos, es nuestra enemiga. 

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero estamos menos educados.


Con el Amo Viejo estábamos obligados a no decir groserías en público, o ante una dama, o en la televisión; estábamos obligados a no exhibir delante de niños aquellas situaciones, palabras o imágenes que pudieran ser perturbadoras para su inocencia. 

El Amo Nuevo grita ¡Censura!  y no sólo permite, sino que fomenta y difunde, a toda hora y por todos los medios, toda clase de exabruptos, procacidades, improperios, ordinarieces e impertinencias. A todo eso, el Amo Nuevo lo llama “libertad de expresión”. 

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero somos más brutos.


Con el Amo Viejo estábamos obligados a  pensar y a decir que “lo primero es la familia”. La fidelidad matrimonial, el respeto por los mayores, el desvelo por las embarazadas y por los niños que ellas llevaban en su vientre, el respeto por el pudor, la reunión alrededor de la misma mesa, eran valores que a todos obligaban. 

El Amo Nuevo nos quiere convencer de que la familia es una organización opresora,  y por eso la ataca de todos los modos posibles, se burla de los valores que encarna, la cuestiona con sorna.  

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero estamos más angustiados. 


Con el Amo Viejo estábamos obligados a afirmar que “el fin no justifica los medios”.   Ningún objetivo o propósito que nos trazáramos, ni siquiera el más noble, podía justificar la adopción de medios malos.  

El Amo Nuevo, con mucha sutileza, nos quiere convencer de que esa máxima de la moral de todos los siglos impide nuestra libertad; por ello nos enseña que para el logro de nuestro fines, cualquier medio es válido. La “liberación” que nos propone el Amo Nuevo no se detiene ante minucias como los derechos de las demás, sin importar si se trata del derecho a transitar, o de la vida de los no nacidos. Da lo mismo. Tu fin justifica tus medios. 

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero somos más malvados.


El Amo Viejo nos hacía pensar más o menos de la misma manera a todos. 

El Amo Nuevo hace lo mismo, sólo que tiene el cinismo de decir que lo hace en nombre de la liberación que generosamente nos concede. No tolera, en nombre de esa libertad, ninguna opinión que se oponga al pensamiento “políticamente correcto”: tiene que gustarnos lo que a él le gusta, tenemos que decir lo que él quiere que digamos. Y si no lo hacemos, nos acusa de discriminación. 

Con el Amo Nuevo parecemos más libres, 
pero somos menos pensantes.



El Amo Viejo nos obligaba a muchas cosas. ¡Eran pesadas sus cadenas!

Pero el Amo Nuevo… ¡ay, el Amo Nuevo!  Nos habla de “apertura”, pero es terriblemente cerrado; nos habla de “tolerancia”, pero es visceralmente intolerante; nos habla de libertad, pero su gobierno apenas se distingue de una dictadura; nos habla de “progreso”, pero nos hace progresivamente cada vez más infelices, más débiles, más tristes, más  susceptibles, más violentos, más brutos, más burdos, más malos.

Queremos al Amo Viejo, o a ninguno.

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