miércoles, 10 de julio de 2024

La Virgen del Carmen en la piedad popular

Monseñor Marco Antonio Órdenes Fernández, Obispo de Iquique entre 2006 y 2012, escribió y publicó en la Red, hace algún tiempo, una nota titulada "La Virgen del Carmen en la piedad popular de Chile". Compartimos hoy los fragmentos más significativos de ese texto, omitiendo aquello que es muy específico del país hermano y conservando sólo aquello que se refiere en forma general a la Virgen María y en particular a su advocación de Nuestra Señora del Carmen, cuya Memoria se celebrará dentro de pocos días.

Ilustramos esta entrada con fotos propias: la nota original carecía de imágenes. Cada fotografía tiene al pie su correspondiente referencia.

El artículo ofrece «un breve recorrido por el significado que tiene esta advocación en la piedad popular de un pueblo creyente, que camina en estos nuevos tiempos, tan necesitado de identidad y acogida».


Imagen de la Virgen del Carmen
en la iglesia de N. S. de Balvanera
(Bs. Aires)


«Los orígenes de la devoción

El origen de la devoción bajo el título del Carmen se encuentra en Israel, en el Monte Carmelo (Karmel: viñas de Dios), ligado a los antiguos eremitas que se vinculaban a la tradición del profeta Elías. La presencia de la Virgen en ese lugar se interpretó a partir del texto bíblico del primer libro de los Reyes, en la “pequeña nube” que traía la lluvia a una tierra seca. (Cfr. I R 18,44 ) Bajo esta figura bíblica estos primeros ermitaños dieron origen a la Orden la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. En el siglo XI fueron llevados a fundar sus monasterios en Europa, extendiéndose por todo ese continente. En el siglo XII San Simón Stock recibió de la Virgen el hábito para vestir en la orden. Fueron grandes santos y reformadores de esta orden Teresa de Avila y Juan de la Cruz.  La devoción a la Virgen del Carmelo, tuvo una particular atracción por las promesas del escapulario en la hora de muerte, pues la Virgen prometió que ella rogaría por la salvación de quien lo llevara siempre. Durante los siglos XVI-XIX su devoción era difundida no sólo por los de la orden carmelita, sino por muchas otras congregaciones, generando un ambiente muy grande de devoción en las “nuevas tierras” de América.  

Imagen de la Virgen del Carmen
en la iglesia Corpus Domini
(Bs. Aires)


María del Carmen en América

El Papa Juan Pablo II dijo: “Decir América, es decir María”  y esta afirmación constituye una verdadera síntesis de lo que auténticamente es América. Este continente se ha gestado en el encuentro de las raíces amerindias con la fe cristiana. Fue en la matriz precolombina donde quedó interpretada la fe expuesta en los modos del catolicismo hispano. La Virgen María desempeñó en la evangelización de América un rol fundamental. Un ejemplo admirable son los sucesos del Tepeyac. No es posible comprender el complejo proceso de evangelización de la cultura azteca, sin la intervención y presencia de María. Su diálogo con el indio santo Juan Diego permitió la acogida del cristianismo, el cual era rechazado por la incoherencia que los mismos indios veían entre el mensaje del evangelio y la actitud de tantos conquistadores. La aparición de Guadalupe en 1531, codificó en la cultura propia el anuncio de la Buena Noticia, del cual ella era discípula testigo y misionera.  La presencia de la Madre del Señor, fue acompañando el arduo camino de la evangelización de América. Ella permitió que el mensaje cristiano fuera acogido, develando la bondad y cercanía de Dios, particularmente con los más desposeídos. Así, las diversas órdenes religiosas fueron extendiendo la devoción mariana, a partir de sus propias advocaciones, muchas de las cuales se hicieron “mestizas” al combinarse con los nombres de los nuevos lugares de devoción, muchos de los cuales se constituyeron en importantes santuarios. 

La devoción a la Virgen María, bajo su advocación del Carmen llegó a América muy tempranamente. Invocar a la Virgen bajo este título fue muy propio de los marinos, de los viajeros, pues la Virgen en la tradición del Carmelo recibía también el nombre medieval de “stella maris” (estrella del mar). Ya en le siglo XVII esta advocación se encontraba muy difundida por diversos lugares de América. 

(...)


El Carmen en la cultura del pueblo

Cultura es el modo de comprender y dar forma a la vida, al grupo social y al entorno.  Desde esta aproximación descubrimos lo esencial que es en el colectivo humano, tanto en sus modos de ser en el presente como en la proyección de su futuro. En el centro de de la cultura de un pueblo está la religión, pues ella modela y articula todas las inquietudes humanas. Lo religioso posee una expresión propia y particular que es fuente para la autocomprensión de un pueblo. América se ha desarrollado en una honda matriz religiosa, donde la fe cristiana fue expresada en las profundas categorías de las diversas culturas de los pueblos amerindios. Así, más que un sincretismo, expresión que muchas veces refleja miradas de escaso conocimiento o desprecio, lo que ocurrió fue un auténtico “mestizaje”, pues las verdades de la fe cristiana y sus expresiones rituales se expresaron en un nueva forma que unió admirablemente lo propio con la novedad del Evangelio, al modo del rostro moreno de Guadalupe y del barroco americano.

Imagen de la Virgen del Carmen
en la iglesia de 
San Francisco Javier
(Bs. Aires)

La devoción mariana, grabada a fuego en el corazón del indígena y del mestizo, fue recogiendo los mejores elementos de la cultura para expresar su asombro, reverencia ante lo sagrado; y allí, a la Madre del Señor. El arte, como expresión de la armonía de lo humano y lo trascendente, permitió manifestar este amor incondicional a la Señora del cielo.

Fue la danza y la música de los indígenas una de las primeras formas de manifestación de la fe y amor a María. Se fueron sumando las vestimentas, la pintura, esculturas religiosas, arquitectura de templos, etc. 

En las expresiones más populares del pueblo están las canteras que originan tantos modos de la expresión de amor y devoción a la Virgen. Y esto tiene su origen en la cercanía que ella tiene con el mismo pueblo. Está entre ellos, dialoga en el contacto diario de la vida marcada por los gozos y sufrimientos. Ella comprende porque es madre, y como tal, custodia de la vida e incondicional en el amor a los hijos. En esta simple lógica se inscriben las razones de por qué ella nos vincula a Dios. Es “puerta del cielo siempre abierta” porque expresa lo que Dios mismo es. Con lo que somos y hacemos nos volvemos para también nosotros responder con cercanía a ella. Así se comprende el profundo sentido que tiene danzar, cantar, peregrinar, las ofrendas; incluso los sacrificios físicos Ella expresa la bondad de Dios, haciéndola “palpable”; y en definitiva nuestra relación es una respuesta de amor, pues “amor con amor se paga”. El tratarla con diminutivos: “patroncita, carmelita, virgencita, chinita”, el asignarle títulos “madre, señora, reina, abogada”; y vestir sus imágenes con los mejores trajes, flores, coronas, etc. son expresión de ese tan particular lugar que ella ocupa en el corazón de un pueblo creyente.

(...) 

Placa en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen
(Chivilcoy, prov. de Bs. Aires)

La Carmelita discípula, testigo y misionera del Señor

La Madre del Señor se nos muestra en la Sagrada Escritura en un prototipo de vida para el creyente. María es “tipo” de la Iglesia que permite “acuñar” a los nuevos discípulos en cercanía al Maestro. El modelo discipular de María implica la acogida de la Palabra del Señor, su meditación en el corazón y la colocación en práctica. Así, sus palabras “hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2, 5) constituyen un consejo que refleja el corazón de la Virgen. Su “modo de ser” describe el modo discipular: en Caná, en Nazaret, Belén y en el calvario, ella tiene una forma de actuar que refleja su total confianza en Dios. El Magnificat es reflejo de su total entrega y docilidad a la obra del Señor. Esto ha quedado expresado en los hábitos de su vestimenta carmelitana como el reflejo del modo espiritual de María. La imagen de la Virgen vestida de café (marrón) y blanco, nos muestran la condición de la existencia humana: un barro primordial creado por Dios, alentado por su espíritu. Es la condición de “sierva” donde María recuerda la identidad de la persona. Somos hijos obedientes de la voz del Padre, y a la vez “siervos de la Gracia” que se obra en nosotros y a través nuestro. La vida debe ser vivida en la humildad de la verdad del hombre: no es dios de sí mismo, el otro es hermano en la misma condición fundamental; y forma parte de una creación que es obra del Creador, donde el ser humano es señor y vicario del Creador, pero nunca su dueño absoluto. Es también el hábito del peregrino. Ella es discípula que avanza tras las huellas de su Hijo, el cual es su Maestro y Señor. En su propia vida, acogiendo y guardando la Palabra ha sido peregrina de la fe. Por ello que el manto blanco que cae sobre el hábito marrón es signo de esta fe. La peregrinación se realiza como creyente que da sentido final a todo. La escucha del Señor y la permanencia en su Palabra, la constituye en auténtica “madre y hermana” de Jesús porque cumple la voluntad del Señor. Ella ya ha recibido la corona del triunfo: está coronada con la total victoria de Cristo.  Esto queda representado en su corona gloriosa, pues aquí, en el “valle de lágrimas” al mismo modo de su Hijo, tuvo que recibir la corona del sufrimiento en la adversidad y el dolor. Ella es la totalmente redimida en Cristo, la “llena de Gracia” donde se cumplen todas las esperanzas de la Iglesia, que ven en María el modo de su futuro absoluto. 

La entrega del escapulario que se evidencia en su imagen; y en la permanente compañía de su Hijo, es la invitación de la “Maestra espiritual” a los hijos para recorrer el mismo camino. Es misionera del Anuncio de la salvación, dando testimonio de las “grandes maravillas que obra el Señor en sus criaturas”.

  (...) 

Ella está unida a nuestra historia, y sigue siendo causa de la alegría de un pueblo que con fe sencilla la aclama. (...) Está en la procesión de los campesinos, y su memoria se guarda en junto a las tumbas de los héroes, y en los templos de la ciudad que avanza entre progresos y desprogresos. (...) [Está] como la madre que acompaña noche y día, bendiciendo a esta nuestra querida Patria. María, la madre del Señor, se nos hizo carmelita (...), para hacernos a nosotros discípulos y misioneros del Señor Jesús».


Iglesia de Nuestra Señora del Carmen
(Bs. Aires)

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