Te saludamos, María, Madre de Dios,
tesoro digno de ser venerado por todo el orbe,
lámpara inextinguible,
corona de la virginidad,
trono de la recta doctrina,
templo indestructible,
lugar propio de aquel
que no puede ser contenido en lugar alguno,
madre y virgen,
por quien es llamado bendito,
en los santos evangelios,
el que viene en nombre del Señor.
Te saludamos, a ti,
que encerraste en tu seno virginal
a aquel que es inmenso e inabarcable;
a ti, por quien la santa Trinidad es adorada y glorificada;
por quien la cruz preciosa
es celebrada y adorada en todo el orbe;
por quien exulta el cielo;
por quien se alegran los ángeles y arcángeles;
por quien son puestos en fuga los demonios;
por quien el diablo tentador cayó del cielo;
por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo;
por quien toda la creación,
sujeta a la insensatez de la idolatría,
llega al conocimiento de la verdad;
por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo
y el aceite de la alegría;
por quien han sido fundamentadas las Iglesias
en todo el orbe de la tierra;
por quien todos los hombres son llamados a la conversión.
Y ¿qué más diré?
Por ti, el Hijo unigénito de Dios
ha iluminado a los que vivían en tinieblas
y en sombra de muerte;
por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras;
por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles;
por ti, los muertos resucitan;
por ti, reinan los reyes, por la Santísima Trinidad.
San Cirilo de Alejandría
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