miércoles, 29 de agosto de 2018

Los verdaderos errores litúrgicos


"La escala de Jacob" sostiene firmemente que los problemas de la Sagrada Liturgia no se originan, en principio, en errores litúrgicos, sino en errores antropológicos, eclesiológicos y en definitiva teológicos.

Un ejemplo para ilustrar esto. Un sacerdote celebra misa sin ornamento alguno, ni siquiera una estola; lo hace delante de un grupo de chicos en edad escolar (que seguramente se preguntan por qué el catequista les explicó el significado e importancia de cada ornamento). 


La "misa" es una yuxtaposición de momentos sin orden ni concierto (los mismos chicos se preguntan por qué el catequista dedicó tanto tiempo a explicar las partes de la misa). 

El sacerdote elige qué partes de la misa usará y qué partes omitirá, basado exclusivamente en caprichos personales. 

Para subrayar que la Eucaristía es alimento y Cristo se hace pan, consagra pan de mesa (digamos unos "mignoncitos") en una panera de plástico como las que hay en cualquier fonda: sí, esas paneras con amplios agujeros que dejan caer las migas. 

Para colmo, el sacerdote no pronuncia las palabras de la Consagración actuando in persona Christi, sino que -en el que se supone era el momento de la Consagración-, lee el Evangelio de la institución de la Eucaristía (los chicos ya se encuentran sumidos en una total confusión).

Atención: no se trata de una fantasía ni de una ficción. TODO ESTO LO HE VISTO YO PERSONALMENTE CON MIS PROPIOS OJOS.

Pero no se apresure, querido lector, a enumerar los errores litúrgicos (los "abusos", como se los llama de un modo más que eufemístico). Veamos primero el error antropológico que encierra esta anécdota real.

El sacerdote alega que celebrar con ornamentos o sin ellos no hace al "fondo" de la cuestión, no es lo "esencial". Con el hilo argumental habitual en estos casos, sostiene que la vestimenta o lo exterior no es lo importante. Claro, en cierto sentido ello es irrefutable: el sacerdote consagra realmente, esté vestido como esté vestido. Además esa respuesta es "políticamente correcta", porque cualquiera estaría de acuerdo en que lo importante no es la apariencia sino el interior...

Pero ese no es el problema.

La verdadera cuestión es que la acción litúrgica está hecha -permítaseme la expresión- "a la medida del hombre"; y los hombres somos seres de cuerpo y alma: en nosotros, todo lo "espiritual" se expresa y se manifiesta en lo "corpóreo". Un beso, por ejemplo, no es lo "esencial" del amor; es algo externo, incluso burdamente "corpóreo"... pero nadie en su sano juicio dejaría de dar besos a su hijo basándose en lo profundo de su amor por él...

Los abrazos entre amigos, la bandera, la foto de mi madre, un ramo de flores que le regalo a mi esposa, un dibujo que me hizo mi hijo, son cosas tan "externas" como los ornamentos de la misa. La amistad o el amor no "dependen" de esas exterioridades... Pero... la vida humana es impensable, "invivible", sin esos "signos" materiales. No sé cómo sería la cosa si fuéramos ángeles, pero la verdad es que somos seres humanos...

Muchos sacerdotes creen que somos ángeles... Creen que lo exterior, lo visual, lo sensible, no importan nada. Y ese es el error antropológico básico. Somos hombres. Y somos como somos: cuerpo y alma, materia y forma, barro y soplo divino...

Bellamente lo dice Leopoldo Marechal en "Adán Buenosayres": el hombre es «la enigmática bestia razonante, la difícil combinación de un cuerpo mortal y un alma imperecedera, el monstruo dual cuya torpeza de gestos hace llorar a los ángeles y reír a los demonios (...) un eslabón entre el ángel y la bestia».

En la Liturgia -dice el Concilio- «los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre» (Const. Sacrosanctum Concilium, 7) y por ello la Iglesia siempre se preocupó para que «las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales» (Const. Sacrosanctum Concilium, 122).

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