En 2007, el papa Benedicto XVI estableció que «es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia» [1].
Mucho se ha dicho y se seguirá diciendo acerca de la cuestión. Aquí sólo quisiera simplemente focalizar la atención en una de los motivos de la decisión del Papa, que él mismo señala en la Carta que acompaña al Motu Proprio “Summorum Pontifucum”:
«Muchas personas que aceptaban claramente el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y que eran fieles al Papa y a los Obispos, deseaban no obstante reencontrar la forma, querida para ellos, de la sagrada Liturgia. Esto sucedió sobre todo porque en muchos lugares no se celebraba de una manera fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que éste llegó a entenderse como una autorización e incluso como una obligación a la creatividad, la cual llevó a menudo a deformaciones de la Liturgia al límite de lo soportable. Hablo por experiencia porque he vivido también yo aquel periodo con todas sus expectativas y confusiones. Y he visto hasta qué punto han sido profundamente heridas por las deformaciones arbitrarias de la Liturgia personas que estaban totalmente radicadas en la fe de la Iglesia».
Es decir: una de las causas –si no la principal– de la determinación papal ha sido la catarata de «deformaciones» de la Sagrada Liturgia que han tenido que soportar quienes aceptaban «claramente» al Concilio y a la Iglesia.
Yo fui testigo
He hablado en tercera persona, pero en realidad yo he vivido esa misma sensación. He sido testigo de todo tipo de abusos litúrgicos «al límite de lo soportable». Y no me refiero a los años inmediatamente posteriores al Concilio, en los que la particular efervescencia de los cambios en todos los órdenes de la vida eclesial hacía comprensible cierta desorientación. Me refiero a tiempos más recientes.
Yo he estado en celebraciones en que el orden de las partes de la misa
era totalmente alterado según el capricho del celebrante.
Yo he participado de misas que el sacerdote presidía sin ornamento alguno,
ni siquiera una estola sobre su ropa particular.
Yo he visto consagrar pan común de mesa en una panera de plástico,
y he presenciado horrorizado cómo las migas caían por los agujeros de la panera
sin que el celebrante se preocupara de ello en lo más mínimo.
Yo he visto sacerdotes que, en lugar de hacer la homilía,
mandaban repartir papelitos entre los fieles
para que cada uno pusiera en común sus reflexiones con el de al lado.
Yo he visto misas solemnes y llenas de signos para celebrar...
el inicio de la primavera.
Yo he visto cómo algún sacerdote, domingo tras domingo y de un modo sistemático,
mandaba (¡en ocasiones por escrito!) suprimir la segunda lectura.
Yo he visto a diáconos (¡e incluso a laicos!)
proclamando la Plegaria Eucarística.
Yo he participado de una celebración de Domingo de Ramos en que,
después de la procesión inicial, se pasaba inmediatamente a la Presentación de las Ofrendas
alegando que, como ya se había leído el Evangelio -el de la entrada en Jerusalén-
la Liturgia de la Palabra ya había tenido lugar.
Yo he visto cómo un sacerdote, en cada celebración de Domingo de Ramos,
omite sistemática y deliberadamente la lectura de la Pasión.
Yo he asistido a larguísimos debates
para decidir cómo reducir a la mínima duración posible la Vigilia Pascual.
Yo he escuchado a un sacerdote decir, en una conferencia sobre Liturgia:
«A veces creemos que los documentos hay que leerlos para cumplirlos»
pero en realidad «lo único que hay que cumplir es el Evangelio, el resto no» (sic).
He escuchado decir en esa misma charla
que la palabra jerarquía es una «mala palabra» (sic)
que la palabra jerarquía es una «mala palabra» (sic)
y que por lo tanto «esto»
(señalando a un documento de la Iglesia,
concretamente la Vicesimus Quintus Annus de S. S. Juan Pablo II)
concretamente la Vicesimus Quintus Annus de S. S. Juan Pablo II)
«no nos va a decir cómo debe ser la Liturgia de nuestra parroquia».
Yo he escuchado a sacerdotes improvisando no sólo las oraciones presidenciales
sino incluso la misma Plegaria Eucarística,
por supuesto con errores gramaticales y teológicos diversos.
Yo he visto a un sacerdote derramar por accidente el Cáliz con la Sangre de Cristo
y no inmutarse en lo más mínimo, como si nada hubiera pasado.
Yo he escuchado a un sacerdote mandar cantar el “Feliz Cumpleaños”
en una Misa de la Cena del Señor el Jueves Santo.
Yo he visto cómo se invitaba a subir al altar a un laico que cumplía años,
y mientras se entonaba el “Happy Birthday”,
se lo invitaba a soplar las velas del altar…
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