miércoles, 22 de abril de 2020

«EL NOMBRE DE BUENOS AIRES» (1 de 2)

En el número 55 de la revista Universitas, de la Universidad Católica Argentina (edición que corresponde al mes de junio de 1980), se publicó un artículo titulado como esta entrada, «en adhesión al Año Mariano Nacional y al 4° Centenario de la Ciudad de Buenos Aires».

En este nuevo Año Mariano Nacional, y justamente en el mes de abril en que honramos a Nuestra Señora de los Buenos Aires, publicaremos esa nota en dos entradas consecutivas (esta y la del próximo miércoles), acompañada de imágenes alusivas (todas las fotos son propias, tomadas en la Catedral de Buenos Aires y en la Basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires).


EL NOMBRE DE BUENOS AIRES
en adhesión al Año Mariano Nacional y al 4° Centenario de la Ciudad de Buenos Aires


Imagen en la puerta de la Basílica
de Nuestra Señora de los Buenos Aires
1. El acto de nominar  

Dios al comienzo de los tiempos dio al hombre el poder de imponerles nombres a todos los vivientes (cfr. Gen. 2, 19-20). En el año 1536 de nuestra era cristiana, cuando el muy magnífico señor y Adelantado don Pedro de Mendoza impuso el nombre de Santa María del Buen Aire al puerto fundado por él, no hacía más que prolongar con el gesto el señorío dado por Dios al hombre sobre la creación.  

El granadino, don Pedro, al bautizar dándole un título creaba una ciudad hasta aquel momento inexistente, la distingue de todas las otras, la constituye con realidad propia y singular, así permite que sea conocida y apellidada en el mundo entero, identificando a sus pobladores y arraigándolos a la misma, y la proyecta hacia el futuro con personalidad propia.   

2. El nombre elegido  

Y eligió llamarla con el de la Virgen: “El nombre de la Virgen era María” (Lc. 1, 27). Nombre escogido por Dios desde toda la eternidad para la Virgen, e inspirado por Él mismo a los progenitores para la Niña que el Cielo les dio cual flor de Nazaret, y ha corrido de siglo en siglo apareciendo como “el más vivo reflejo de la sonrisa de la divinidad” (G. Roschini) para con el hombre, nombre que “abarca y simboliza / en la expresión que encierra / cuanto la débil existencia hechiza, / cuanto del sumo cielo a ver alcanza / el mísero mortal desde la tierra” (José Zorrilla). 

Los nombres marianos, a semejanza de los nombres bíblicos teóforos, son expresión de confiada invocación, de agradecimiento y alabanza, de impetración y afecto ilimitado hacia la Reina de cielos y tierra. 
La imposición de estas denominaciones manifiesta la firme creencia del bautizante (don Pedro de Mendoza llevaba en su escudo nobiliario el lema: “Ave María, gratia plena”), la relación directa y personal con la Virgen, su corazón lleno de afectos y la intensidad de los sentimientos para con Ella, la invencible certeza en la protección maternal y lo hace como prenda y augurio de felicidad. 
El hecho épico del bautizo de la nueva ciudad exhala, incuestionablemente, un perfume de fragante piedad, de tierna devoción y de viril afecto hacia la Madre de Dios y de los hombres. 




3. Uso posterior del titulo 

Casi inmediatamente, la costumbre, que tiende a acortar los nombres largos, impuso solamente el título de la advocación: ¡Buenos Aires! Ya la llama así, al parecer, Ulrico Schmidt que había venido con la expedición de Mendoza. Pasó con Santa María de los Buenos Aires lo que ha pasado con tantos lugares como: Rosario, Pilar, Mercedes, Pompeya, Concepción, Milagro, Dolores, Socorro, Candelaria, Victoria, Carmen, La Paz, Asunción, La Piedad, etc., nombres todos de la Virgen Santa. 

No deja de ser muy curioso que, no obstante haber dado el vizcaíno don Juan de Garay a la ciudad el título de la Santísima Trinidad y reservado para el puerto el nombre de la Virgen María el 11 de junio de 1580, haya primado la denominación del puerto sobre la ciudad. 


Imagen en la puerta de la Basílica
de Nuestra Señora de los Buenos Aires
Ello, tal vez, porque las gentes ya estaban acostumbradas al primer nombre, o porque la función principal de la ciudad era la de ser puerto (aún hoy día, se llama porteño el nacido en Buenos Aires por la circunstancia de ser ésta una localidad portuaria), o incluso  –y quizá sea la razón más profunda–, porque Dios en su providencia tenía dispuesto lo que tan bien señala San Luis María Grignion de Montfort que, al no subsistir las razones por las cuales Dios ocultó a la Virgen durante la vida terrena, “Dios quiere revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos”. 

4. Origen de la advocación 

La imagen original de la advocación epónima, Nuestra Señora de los Buenos Aires, se encuentra en Cagliari (Cerdeña) que era posesión española en la época de descubrimiento América, en el convento de la Merced. 

En 1370, una nave que se dirigía de España a Italia debido a una tempestad tuvo que arrojar al mar cantidad de bultos. Uno de ellos no se hundió, sino que flotando delante de la nave y a la que parecía guiar, llegó a la costa de Cagliari; al abrir la caja se encuentran con una hermosa imagen de la Virgen María, de madera, con un Niño Jesús sonriente y rozagante que sostiene un globo representando el mundo en el brazo izquierdo, y en la mano derecha portaba un cirio encendido. Luego, se le colocó –debido a un hecho portentoso– una nave o carabela, cuyo palo mayor es el cirio. Este está encendido porque así lo encontraron cuando abrieron la caja. La hermosa talla de puro estilo griego bizantino probablemente haya tenido como primitiva advocación, según señala don Guillermo Gallardo, la de la Candelaria. 

A esta imagen, según opinión de algunos, se la bautizó con el nombre de Bonaria (Buen aire) porque Fray Carlos Catalán, mercedario, fundador del convento, había profetizado que con la llegada de una imagen de la Virgen se limpiaría la ciudad de malaria (repárese en la palabra) y “buenos aires soplarán en esta tierra”; según otros, se la bautizó con el nombre de Bonaria porque así se llamaba la colina sobre la cual se levanta el convento mercedario. 

Pronto se constituyó en Protectora y Patrona de los navegantes. Su fama pasó a España, por acción de los padres mercedarios y de los mismos navegantes españoles. Famosa fue la Cofradía de Mareantes de Sevilla, que tenía por titular a Santa María de los Buenos Aires, que no desconocía don Pedro de Mendoza, a quien en su testamento llama “Patrona y Abogada de todos sus fechos”. 
Cuadro en la Basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires

Gracias a la meritísima labor de Fray José Márquez, O. de M., se levanta un hermoso templo de estilo gótico italiano en honor de Nuestra Señora de los Buenos Aires, en avenida Gaona y Espinosa, en la ciudad que lleva su nombre, y al cual es un deber peregrinar. 


Estandarte en la Basílica
de Nuestra Señora de los Buenos Aires

Aún en el supuesto de que la denominación de la imagen original le adviniera del lugar, bíblicamente se encuentran serias razones por las cuales muy conveniente es esta advocación de Myriam de Judá: ¡Buenos Aires!, “Bello nombre –dice E. Larreta –, nombre de carabela venturosa. Henchido, soleado el velamen; blanco por sotavento; rubio por barlovento; la Virgen pintada en la lona. Bonanza”. 

5. Sentido teológico del titulo 

¡Buenos Aires!: Porque la Virgen Inmaculada venció al “príncipe que ejerce su potestad sobre este aire, que es el espíritu que al presente domina en los hijos rebeldes” (Ef. 2, 2); porque la Madre del Verbo, asunta a los cielos en cuerpo y alma, se adelantó a la final resurrección y fue “al encuentro del Señor en los aires'“ (1 Tes. 4, 17); porque a medida que vayan pasando los tiempos y en la medida en que nos vayamos acercando al fin de los tiempos, Santa María ha de ir resplandeciendo cada vez más en misericordia, en fuerza y en gracia, defendiendo a los elegidos de los males postreros, uno de los cuales es la plaga en el aire: “El séptimo ángel derramó su copa sobre el aire” (Ap. 16, 17) y una humareda infernal oscurecerá el sol y “el aire” (Ap. 9, 2). 
«Auxilio de los Cristianos»:
vitral en la Basílica
de Nuestra Señora
de los Buenos Aires

La Madre de Jesucristo, en su título de Buenos Aires, lleva la candela ardiendo en la mano para recordarnos a nosotros los hombres, sus hijos, de manera especial en las épocas de confusión y tinieblas, que Ella es Hija de Dios Padre que es “un fuego devorador” (Heb. 12, 29); que es Madre de Dios Hijo, “Lumen de lumine”, que ha de venir “en medio de una llama de fuego” (2 Tes. 1, 8) y que saldrán de “sus ojos como llamas de fuego” (Ap. 1, 14; 2, 18; 19, 12); que es Esposa de Dios Espíritu Santo, que descendió sobre Ella y los Apóstoles en forma de “lenguas de fuego” (Hech. 2, 3); en una palabra, que Ella es Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad y que la devoción a Ella –si es auténtica– termina en la gloria del Dios Uno y Trino, en cuyo honor se fundara la ciudad aledaña al puerto de Santa María del Buen Aire. 

La llama de la vela nos recuerda que el Hijo que lleva en sus brazos es la “luz del mundo” (Jn. 8, 12) y que quien lo siga de verdad no andará en tinieblas (cfr. ídem). Evoca al cirio pascual que representa a Cristo “resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4, 25) en cuya luz encendieron, nuestros padres y padrinos de bautismo, los cirios que, en nombre nuestro, recibieron y llevaron, para hacer patente que Dios “nos ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Ped. 2,9), haciéndonos por el bautismo “hijos de la luz” (1 Tes. 5, 5), más aún, “luz en el Señor” (Ef. 5, 8). El cirio encendido que empuña María de Buenos Aires nos grita que debemos “revestirnos de las armas de la luz” (Rom. 13, 12). ¿Cuáles? las que nos dieron en el bautismo de Jesucristo “en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt. 3, 11); es la luz de la fe que nos hace permanecer firmes como si viéramos al Invisible (cfr. Heb. 11, 27), de manera especial en los últimos tiempos en que los hombres “apostatarán de la fe” (1 Tim. 4, 1); es el fuego del amor: “He venido a traer fuego a la tierra ¿y qué he de querer sino que arda?” (Lc. 12, 49), particularmente cuando “por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos” (Mt. 24, 12). 

La Santísima Virgen velando por nosotros nos alecciona: “Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna” (1 Jn. 1,5) y clama diciéndonos a todos y cada uno: “reaviva el fuego del don de Dios que está en ti” (2 Tim. 1, 6), da “el fruto de la luz (que) consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef. 5, 9), sé apóstol de mi Hijo: “Brille vuestra luz delante de los hombres” 5, 16). 

«Todas las generaciones me llamarán feliz»:
vitral en la Basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires
(detalle)
Además, la Señora de Buenos Aires sostiene con su brazo una nave que significa la Iglesia militante, bogando a través del mar agitado de los tiempos, como el Arca de Noé (cfr. 2 Ped. 2, 5), de allí que se la llame Madre de la Iglesia; tiene, también, un místico y profundo sentido vocacional: “¡Navega mar adentro!” (Lc. 5, 4), de allí que se la llame Madre de las Vocaciones, ya que no sólo lleva a buen puerto, sino que además, empuja a la más extraordinaria aventura que el hombre pueda realizar... ¡entregarse del todo a Dios!; tiene un sentido apostólico: “Echad la red a la derecha de la barca… y no podían arrastrarla por la muchedumbre de los peces” (Jn 21, 6), de allí que sea Reina de los Apóstoles y Estrella de la evangelización; asimismo, significa la gracia de la perseverancia final  –que le pedimos en cada Ave María “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, por eso la Virgen es “esperanza nuestra” que “tenemos como segura y firme ancla de nuestra alma” (Heb. 6, 19). Al respecto enseña S. S. Juan XXIII: “Quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María, pone en peligro su salvación”. De manera especial, los hombres la buscarán como protectora al fin de los tiempos cuando las naciones estén “aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas” (Lc. 21, 25), cuando sean destruidas “la tercera parte de las naves” (Ap. 8, 9), cuando se cumpla lo profetizado: “Todo piloto y navegante, los marineros y cuantos bregan en el mar.… clamaron... ¡Ay, ay de la ciudad grande, en la cual se enriquecieron todos cuantos tenían navíos en el mar...!” (Ap. 18, 18-19), cuando los hombres no sostengan el buen combate con fe y buena conciencia y “naufraguen en la fe” (cfr. 1 Tim., 1, 19).


Imagen de Nuestra Señora de los Buenos Aires
en la Catedral Metropolitana
Finalmente, aunque se deduce de todo lo dicho, recordemos que la Reina del Plata nos conduce a su Hijo Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de los Señores. Para separar a la Virgen de Jesús o a Jesús de la Virgen, deberíamos serruchar la imagen original, ya que “la Virgen y el Niño... son de un solo trozo de madera” (Fray José Brunet, O. de M.) y, al parecer, de algarrobo. ¡Ambos, indisolublemente unidos, en el alma y corazón de Buenos Aires!


(Continúa el próximo miércoles)

No hay comentarios:

Publicar un comentario