miércoles, 17 de noviembre de 2021

Cristo Rey



«La situación del hombre en el mundo contemporáneo parece distante tanto de las exigencias objetivas del orden moral, como de las exigencias de la justicia o aún más del amor social. No se trata aquí más que de aquello que ha encontrado su expresión en el primer mensaje del Creador, dirigido al hombre en el momento en que le daba la tierra para que la «sometiese». Este primer mensaje quedó confirmado, en el misterio de la Redención, por Cristo Señor. Esto está expresado por el Concilio Vaticano II en los bellísimos capítulos de sus enseñanzas sobre la «realeza» del hombre, es decir, sobre su vocación a participar en el ministerio regio —munus regale— de Cristo mismo. El sentido esencial de esta «realeza» y de este «dominio» del hombre sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia».
San Juan Pablo II


El domingo próximo celebraremos la Solemnidad de Cristo Rey

«La solemnidad de Cristo Rey cierra el año litúrgico con una grandiosa visión de armonía y de paz. Armonía y paz que no se construyen por la planificación y los acuerdos de las superpotencias o los equilibrios del terror de los fuertes, paz y armonía que sólo son posibles cuando son fruto del amor. En el centro del escenario de esta celebración está Cristo, y Cristo crucificado, que como último acto de su reinado terrestre y como el primer gesto de su Reino glorioso ofrece perdón y salvación. En el prefacio proclamaremos que este Reino es un Reino eterno y universal, Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz, reflejando así el espléndido himno de San Pablo a los Colosenses, en donde a partir de la cruz y de la pascua, la realeza de Cristo es cantada en la unidad de la creación y de la redención, en la confesión de fe en Cristo Señor y en Cristo Salvador, en la humanidad y en la divinidad del crucificado, "que quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz".

Jesús es condenado a muerte por decirse rey. Así lo pregonan sus acusadores; y así lo reconoce el propio Jesús ante Pilato. Esa condición de rey está en la inscripción colocada en la cruz. Dicha inscripción contrasta con la situación física del hombre clavado en ella: ¿es ése un rey?, ¿de qué reino? Aquel que se presenta como salvador no es capaz de salvarse él mismo, piensan los jefes. Una vez más le habían entendido mal. Al celebrar la fiesta de Cristo Rey, nosotros corremos también el riesgo de no entender, afirmando por ejemplo que Jesús se presentó como un rey temporal, o al contrario atribuyéndole un reino puramente espiritual sin relación con este mundo. Sin embargo el reinado de Dios que Él proclamó es una realidad global, nada escapa a ella. En él no hay oposición entre lo espiritual y lo temporal, lo religioso y lo histórico, sino entre poder de dominación y poder de servicio. Jesús no es un rey como los de este mundo; no utiliza su poder en beneficio propio. Él nos enseña que todo poder está al servicio de los más pobres y desvalidos.

Servir y no dominar es principio inconmovible del Reino de Dios. Cuando empleamos el poder recibido, cualquiera que sea, para imponer nuestras ideas, mantener nuestros privilegios u obligar a creer o a no creer, traicionamos el mensaje de Jesús. Una actitud de servicio supone sensibilidad para escuchar al otro. Jesús clavado en la cruz entre malhechores, despojado de todo, perdonando, escuchando, devolviendo bien por mal, ejerciendo misericordia, es la síntesis y expresión de la Buena Noticia. Ésta es la manifestación y herencia del Mesías. Sólo el amor, sólo el servicio salva a las personas. Sólo el amor, sólo el servicio hace realidad el reino de Dios.

Las palabras de Jesús en la cruz manifiestan su misericordia y la de Dios [...].  El mensaje de Jesús sobre el amor al enemigo o al perdido se hace aquí acción ejemplar. Las palabras y hechos de Jesús tienen siempre perfecta coherencia. La cruz es quizá el momento en que se nos revela con mayor claridad las actitudes fundamentales para vivir y construir el reino: amor, misericordia, perdón [...].

De manera paradójica, el día que celebramos la fiesta de Cristo Rey, lo hemos contemplado reinando desde una cruz. Un Rey que establece su reino de vida, justicia y paz a base de su propia sangre, como para enseñarnos que al ser humano se le salva derramando por él nuestra propia sangre y no la de otros. Un Jesús clavado en la cruz, despojado, perdonando y ofreciendo vida, es la viva imagen de la desacralización de todo menos del amor y de la vida. No se puede sacralizar ni la patria, ni la nación, ni el estado, ni el derecho, ni la democracia, ni la revolución, ni la legalidad, ni la familia, ni la salud, ni el trabajo, ni la comunidad, ni la Iglesia... Pero tampoco podemos burlarnos de ello. Desacralizarlas en nombre de Cristo no es trivializarlas o quitarles su valor, sino descubrirlas y valorarlas en su justa dimensión, y su justa dimensión es que Cristo y los valores del Reino que Él vino a proclamar sean el centro de todas estas realidades.

La fiesta de Cristo Rey nos invita a culminar el año litúrgico y a abrir el año nuevo a la luz de Cristo,  y de Cristo muerto y resucitado. Nuestra piedad popular, nuestras celebraciones litúrgicas, la fe que proclamamos y la moral que hace posible nuestras relaciones con Dios y con los hermanos siempre deben tener como centro a Cristo Jesús. Cristo es el centro de nuestra historia, centro de los quehaceres cotidianos de los fieles cristianos y centro de todo el cosmos. Esta centralidad de Cristo no se impone de modo imperial sino a través del amor, pues tanto me amó que se entregó por mí, y se entregó en una muerte de cruz, cargando un leño de esclavos, rodeado de insultos y abandonado por los suyos, pero venciendo al odio con el amor.

Para nosotros los cristianos es claro que la realeza de Cristo no sólo tiene una fase temporal y terrena, sino también celestial y eterna. El reinado de Jesús brillará en el cielo con toda su luz, porque [...] "Él es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura... en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud de la divinidad". Nosotros estamos convencidos que Cristo, el Señor, ha de volver para llevar a su plenitud el Reino de Dios y entregarlo al Padre, transformada ya la creación entera en "los cielos y la tierra nueva en los que habite la justicia". Mientras ese día llega nuestra celebración eucarística está marcada por la tensión entre lo que ya es una realidad y lo que aún no se verifica plenamente». 

Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, en la Catedral Metropolitana de esa ciudad, el 25 de noviembre de 2001, Solemnidad de Cristo Rey

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