Hace unos meses hicimos referencia a la práctica de improvisar la misa. Hoy, como lo prometimos entonces, volvemos sobre el tema.
Yo he presenciado esto muchas veces, y es probable que también los lectores lo hayan experimentado: al celebrar la misa, el sacerdote (¡a veces el obispo!) va cambiando palabras, inventa expresiones a medida que lee las oraciones, hace "glosas" a cada momento. Una práctica lamentablemente muy extendida.
Pero no es a esa deplorable costumbre a la que nos estamos refiriendo hoy, sino a otra aun peor. Aludimos aquí a las ocasiones en que el sacerdote celebra la misa improvisando. Es decir, sigue en líneas generales la estructura de la misa y dice más o menos de memoria las partes ordinarias, pero inventa todo el resto: la Colecta, la Secreta, la Poscomunión, el Prefacio, la mayor parte de la Plegaria Eucarística...
Incluso hemos visto más de una vez una forma especialmente desfachatada de esta costumbre: el sacerdote celebra con el Misal cerrado. Es decir que no sólo inventa en el momento todo lo que dice, sino que lo hace de un modo burdamente desafiante, ya que es obvio que pretende mostrar explícitamente que no está siguiendo lo que dicta el Misal; ni siquiera pretende fingir que lee el libro (como también hemos visto hacer), sino que directamente ni lo abre, porque no lo usará: su febril imaginación improvisará todo.
Naturalmente, lo primero que viene a la mente frente a esta aberración litúrgica es la solemne advertencia del Concilio Vaticano II (Constitución Sacrosantum Concilium, 22, §3):
Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.
Esta severa admonición debería bastar, sobre todo para aquellos sacerdotes que, digamos así, afirman inspirarse en el "espíritu del Concilio". No está de más subrayar la hipocresía de quienes dicen eso y hacen lo contrario de lo que el Concilio manda.
Pero el flagrante incumplimiento de esta norma conciliar no es el único punto a destacar. Veamos algunos argumentos más por los que la práctica de improvisar la misa es execrable, vergonzosa y digna de profundo rechazo.
1) Rompe la unidad de la Iglesia.
Veamos qué dice la misma Constitución Sacrosantum Concilium (núm. 26):
Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos.
Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan.
Quien improvisa, dado que celebra al margen de lo que quiere la Iglesia, hace de la acción litúrgica una "acción privada". Por así decirlo, "privatiza" la celebración, que ya no es del "pueblo santo" sino de él mismo; ya no es "de la Iglesia", sino de un individuo particular y concreto que ha decidido apartarse de la unidad del Cuerpo de Cristo, no tal vez -suponemos- en la fe, pero sí en su expresión privilegiada, la Liturgia, reemplazando los textos oficiales por los que "aquí y ahora" brotan de su propia inventiva.
Con seriedad lo afirma la Instrucción Redemptionis Sacramentum (núm. 11), que a su vez cita a la Encíclica Ecclesia de Eucharistia y a una pléyade de documentos posconciliares:
El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande «para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal». Quien actúa contra esto, cediendo a sus propias inspiraciones, aunque sea sacerdote, atenta contra la unidad substancial del Rito romano, que se debe cuidar con decisión, y realiza acciones que de ningún modo corresponden con el hambre y la sed del Dios vivo, que el pueblo de nuestros tiempos experimenta, ni a un auténtico celo pastoral, ni sirve a la adecuada renovación litúrgica, sino que más bien defrauda el patrimonio y la herencia de los fieles. Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos.
Repasemos las palabras y conceptos que usa el documento: defraudación, lesión, discordia, deformación, arbitrariedad, incertidumbre, duda, escándalo, violenta repugnancia, aflicción. Todos esos términos, en un solo párrafo, para caracterizar la actitud y la vergonzosa práctica que hoy estamos analizando.
Y en otro lugar, también citando a Ecclesia de Eucharistia, dice Redemptionis Sacramentum (núm. 18):
Que nunca sea considerada la liturgia como «propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios».
2) Viola el derecho de los fieles.
El mismo texto que acabamos de leer hace referencia a otra cuestión gravísima pero pocas veces mencionada: improvisar la misa es violatorio de los derechos de los fieles laicos
Lo afirma taxativamente el mismo documento (Redemptionis Sacramentum, núm. 12):
Todos los fieles cristianos gozan del derecho de celebrar una liturgia verdadera, y especialmente la celebración de la santa Misa, que sea tal como la Iglesia ha querido y establecido, como está prescrito en los libros litúrgicos y en las otras leyes y normas. Además, el pueblo católico tiene derecho a que se celebre por él, de forma íntegra, el santo sacrificio de la Misa, conforme a toda la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. Finalmente, la comunidad católica tiene derecho a que de tal modo se realice para ella la celebración de la santísima Eucaristía, que aparezca verdaderamente como sacramento de unidad, excluyendo absolutamente todos los defectos y gestos que puedan manifestar divisiones y facciones en la Iglesia.
En el número 18:
Los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la sagrada Liturgia de forma plena y eficaz para que nunca sea considerada la liturgia como «propiedad privada de alguien» (...)
Y en el número 24:
El pueblo cristiano, por su parte, tiene derecho a que el Obispo diocesano vigile para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente en el ministerio de la palabra, en la celebración de los sacramentos y sacramentales, en el culto a Dios y a los santos.
¡Cuántas veces y de cuántas maneras han sido conculcados los derechos de los fieles, aquí mencionados!
Parece increíble que en tiempos en que en todos los ámbitos se habla tanto de derechos, en la Iglesia no se respeten los de los fieles, consagrados en estos documentos así como en el Código de Derecho Canónico (canon 214):
Los fieles tienen derecho a tributar culto a Dios según las normas del propio rito aprobado por los legítimos Pastores de la Iglesia.
(Los subrayados son nuestros)
Es verdad que, dadas las circunstancias, no siempre es fácil hacer valer este derecho. Si el sacerdote que preside la misa de la que estoy participando incurre en estos abusos, ¿qué debo hacer? ¿Increparlo públicamente? ¿Hacerle saber su falta en privado? Pero eso se hace difícil, por ejemplo, si es un cura de mi parroquia, al que deberé seguir viendo después. Entonces: ¿recurrir a una autoridad superior? ¿Cómo? ¿Por qué vía? Y ¿con qué perspectiva real de éxito? O bien: ¿retirarme sin más del templo donde eso está ocurriendo?
La cuestión es compleja, pero en cualquier caso subsiste la inquietud que mencionábamos antes: ¡qué paradoja que en estos tiempos en que tanto se declaman y reclaman los derechos, sea tan difícil hacer respetar los que la Madre Iglesia reconoce a sus fieles!
3) Ubica al sacerdote en un lugar central inapropiado.
Cuentan que, al inicio de su pontificado, el papa Benedicto XVI pidió que en las misas en la Basílica de San Pedro se pusiera sobre el altar un crucifijo de gran tamaño. El personal de la televisión le hizo saber que ello representaría un problema para las cámaras, porque sería difícil enfocar al Papa de tal manera que pudiera ser bien visto en las transmisiones. El Papa respondió que eso no tenía importancia, ya que él no era el centro, sino Jesucristo.
No podemos dar fe de la exactitud material de la anécdota, pero sí que responde al pensamiento del sabio Pontífice, quien ya antes de serlo había escrito luminosas palabras sobre el particular:
En una aplicación exagerada y malentendida de la 'celebración de cara al pueblo', de hecho, se han quitado como norma general – incluso en la Basílica de San Pedro en Roma – las cruces del centro de los altares, para no obstaculizar la vista entre el celebrante y el pueblo. Pero la Cruz sobre el altar no es impedimento a la visión, sino más bien un punto de referencia común. Es una 'iconostasis' que permanece abierta, que no impide el recíproco ponerse en comunión, sino que hace de mediadora y que sin embargo significa para todos esa imagen que concentra y unifica nuestras miradas. Osaría incluso proponer la tesis de que la Cruz sobre el altar no es obstáculo, sino condición preliminar para la celebración versus populum
Está claro que el sentido de la anécdota y de la reflexión es que el sacerdote celebrante (aunque se trate del Papa) no es, no debe ser, el centro de la celebración.
Lamentablemente, muchas misas se han transformado en shows en los que el sacerdote no es más que el presentador del espectáculo, que se la pasa interviniendo con ocasión o sin ella, contando chistes y pidiendo aplausos. Esta deformación de su rol llega al paroxismo en el caso que estamos analizando: cuando improvisa los textos que debe pronunciar. Resigna entonces su papel fundamental sacerdotal -que dice relación a un rito mandado por la Iglesia para renovar el sacrificio de Cristo- para asumir uno similar al de aquellos artistas de stand-up que interactúan con el público sin un libreto previo y basan toda la gracia de su show en las ocurrencias del momento, fruto de la "espontaneidad" de la situación.
4) Priva a los fieles de la riqueza doctrinal y espiritual del Misal.
El Misal Romano es un maravilloso compendio de 2000 años de sabiduría cristiana. En él resuena la espiritualidad de la Iglesia primitiva, la sapiencia de San León Magno y el Sacramentario Veronense, la loable belleza del Sacramentario Gelasiano, la profundidad teológica de Santo Tomás de Aquino, la herencia de los misales medievales, renacentistas y modernos, los textos propios de las más venerables órdenes religiosas, las tradiciones eucológicas occidentales no romanas (como la hispano mozárabe o la ambrosiana), la efusión de piedad de las liturgias orientales, los pensamientos y plegarias de decenas de santos y santas, el Magisterio de la Iglesia transformado en oración...
Yo, por ejemplo, el Segundo Domingo Durante el Año, espero siempre con ardor las palabras de la Oración sobre las Ofrendas: cada vez que celebramos el memorial del sacrificio de tu Hijo se realiza la obra de nuestra redención.
El Viernes Santo, ¡qué hermoso es escuchar las profundas Súplicas Solemnes y Universales del Misal Romano, a los pies de la Cruz (y no los vulgares y pedestres sucedáneos que alguna vez tuve ocasión de padecer)!
¡Qué maravilla es escuchar cada año los acordes solemnes del Exultet!
¡Con qué piedad aguardo, cada 8 de mayo, las palabras del Prefacio sobre la Patrona de nuestra Patria!: Una humilde imagen de su limpia y pura Concepción se quedó milagrosamente junto al río Luján, como signo de maternal protección sobre tu pueblo que peregrina en Argentina
El día de Corpus, quiero escuchar al sacerdote rezar sobre las ofrendas: concede bondadosamente a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, sacramentalmente significados en las ofrendas que te presentamos, con toda la profundidad que estas palabras encierran. Y quiero escuchar los maravillosos himnos compuestos hace casi 900 años por el Aquinate.
Y qué maravilloso es oír, el día de Navidad, en la Oración Colecta: Dios nuestro, que admirablemente creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable, la restauraste...
¿Qué le puede hacer pensar, al sacerdote que celebra improvisando, que lo que a él se le ocurra en el momento va a ser más sabio, más profundo, más santificador, que los textos venerables del Misal?
¿Por qué curiosa variante de la soberbia el sacerdote cree que sus palabras espontáneas inventadas en el momento -palabras y giros que por cierto expresan una piedad y unos acentos totalmente personales- merecen reemplazar a los textos pluriseculares del Misal Romano (sin contar que, para más inri, generalmente las palabras improvisadas están mal enlazadas desde el punto de vista gramatical...)?
¿A quién se le puede ocurrir que la última invención del momento, lo que al sacerdote se le viene en mente aleatoriamente al vuelo de su improvisación, tiene más méritos que la sabiduría condensada de siglos?
¿Con qué derecho el sacerdote priva a los fieles de la riqueza extraordinaria de los textos del Misal? No olvidemos que uno de los criterios de la renovación litúrgica del siglo pasado fue, justamente, que esa profusión de verdad, de bien y de belleza llegara más plenamente a los fieles, como lo afirma expresamente Pablo VI en la Constitución Missale Romanum:
Después del Concilio de Trento, el estudio de los «antiguos códices de la Biblioteca Vaticana y de otros, reunidos de distintas procedencias» -como asegura la Constitución Apostólica Quo primum, de Nuestro Predecesor San Pío V- sirvió no poco para la revisión del Misal Romano. Pero, desde entonces, han sido descubiertas y publicadas antiquísimas fuentes litúrgicas; y, además, los textos litúrgicos de la Iglesia Oriental han sido conocidos e investigados más profundamente. Todo esto ha determinado que aumentara cada día el número de los que deseaban que estas riquezas doctrinales y espirituales no permanecieran en la oscuridad de las bibliotecas, sino que, por el contrario, se sacaran a la luz para iluminar y nutrir la inteligencia y el ánimo de los cristianos.
¡Pobres los católicos que, en vez de eso, se ven obligados por la tiranía de un sacerdote a "nutrir su inteligencia y su ánimo" con las palabras que a él se le ocurren en el momento!
5) No contribuye a la educación litúrgica del Pueblo de Dios.
Hace unos años, una nueva catequista comenzó a trabajar en un colegio que conozco. Poco después del inicio de clases, con motivo de la Semana Santa, cada curso por separado tenía su misa, y la catequista se sorprendió mucho al advertir que los alumnos de Tercer Año de la Secundaria no sabían responder a los saludos y aclamaciones, y en general no eran capaces de seguir la misa. «¡Claro! -le dije cuando me lo comentó- Estos chicos jamás han asistido a dos misas iguales desde que comenzaron la escuela».
La anécdota es rigurosamente cierta, y también lo es lo que le señalé a la catequista en mi comentario. Si cada sacerdote -como ocurre- añade, quita y cambia a su arbitrio las partes de la misa, es imposible que un niño o un joven se habitúe a la estructura de la celebración, y que aprenda a participar de una manera "plena, consciente y activa " de la Eucaristía.
Aquí encontramos otra contradicción. El lector habrá advertido que en el párrafo anterior se parafrasearon fragmentos de la Sacrosanctum Concilium. La participación activa y fructuosa fue uno de los objetivos de la renovación litúrgica; la improvisación de la misa y los agregados, modificaciones y quitas arbitrarias atentan contra ese propósito.
Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo.
¡"Con el ejemplo"! Triste espectáculo el de quienes, debiendo ser los primeros en obedecer a la Iglesia, Madre y Maestra, dan público y alevoso testimonio de desobediencia (pero, por supuesto, la exigen de los laicos). ¡Qué deplorable ejemplo dan esos pastores, aunque sus homilías sean brillantes!
De Aristóteles para acá, todos sabemos cómo se forman los hábitos. Los cambios caprichosos de la misa, la creatividad indebida y arbitraria del sacerdote, sus improvisaciones, no contribuyen a la educación del pueblo fiel, y dan como resultado lo contrario de lo que pedía el Concilio (Sacrosanctum Concilium, núm. 18):
La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada.
Una vez más, una flagrante contradicción entre la práctica de quienes se glorían de llamarse "posconciliares" y lo que el Concilio Vaticano II exigía. La improvisación de la misa, dado que hace del sacerdote el animador de un espectáculo cuyo libreto sólo él conoce, forzosamente transforma a los fieles en "extraños y mudos espectadores".
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