miércoles, 15 de junio de 2022

La única herejía


Una anécdota contada hace más de una década en un importante blog católico da origen a esta entrada.

La historia se desarrolla en la segunda mitad de los años 80 del siglo XX y  tiene como protagonista a un obispo, entonces auxilar de una diócesis del Gran Buenos Aires.

Un joven seminarista de esa diócesis quiso pasarse al seminario de San Rafael, en Mendoza. Por disposición del obispo esa sede, el muchacho debía comunicarle a su propio ordinario la decisión de marcharse. 

Nada más ingresar al obispado el joven, ataviado con sotana,  el obispo montó en cólera, y quiso saber los motivos por los cuales el seminarista había preferido el seminario cuyano al suyo propio. Con el candor propio de su juventud, el muchacho le respondió: “Porque en otros seminarios se enseñan herejías”.  El prelado le respondió con la certeza que le daba su carácter apostólico: “Ya no existen más las herejías”. Sorprendido, y buscando congraciarse con el obispo, el muchacho prometió: “Sin embargo, monseñor, una vez que sea ordenado en San Rafael estoy dispuesto a regresar a esta diócesis”. “Ah no, ‒‒respondió el obispo‒‒, eso jamás. Si no obedecés ahora tampoco vas a obedecer después”.

Es sencilla la exégesis de las palabras episcopales. Resulta claro que para aquel obispo de fines de los 80 (que fue más tarde obispo residencial y arzobispo, y se retiró en 2018) ya no existían ni existen problemas doctrinales dentro de la Iglesia Católica. A lo sumo, habrá diversidad de opiniones, aspectos más acentuados que otros, conveniencias coyunturales de resaltar ciertas facetas de la doctrina, etc., pero no hay herejías. Una solución interesante y similar a la que aplicaron y aplican algunos políticos argentinos: si se niega la realidad, los problemas desaparecen; si no hay herejías, no hay conflictos en la Iglesia.

Sin embargo, no todo es color de rosa, porque ciertamente hay un problema que persiste: la desobediencia. Es decir: en la Iglesia actual no hay inconvenientes  con que se nieguen o se cuestionen los dogmas; no hay problemas con que en seminarios y en universidades católicas se enseñen doctrinas contrarias a la fe. No: el problema es que se desobedezca. He aquí la gran herejía de la Iglesia contemporánea. Y en esto está de acuerdo todo el abanico eclesial. Para irse al cielo hay que obedecer al Fundador, al Párroco, al Asesor Espiritual, al Director Pastoral...  Ellos son caminos seguros de salvación. La desobediencia a ellos resulta la única herejía intolerable y abominable.

Hasta aquí, parafraseada y omitiendo los nombres de los protagonistas, la anécdota.


Pero situaciones parecidas se viven casi a diario en culquier parroquia de Buenos Aires. Un ejemplo real del que fui testigo directo:

Un sacerdote da una charla sobre Liturgia en la que, sosteniendo en sus manos documentos de la Iglesia sobre el tema, afirma que no hay que obedecerlos ("sólo hay que obedecer al Evangelio"); subraya que "esto" (los textos magisteriales que muestra) "no nos va a decir cómo tiene que ser la Liturgia de nuestra parroquia"; se burla de las rúbricas. 

Este mismo sacerdote dejaba cada domingo un papelito de su puño y letra en la sacristía del templo, destinado a los lectores y demás ministros, indicando que en su misa "no hay Segunda Lectura". Es decir, una rúbrica, pero suya propia. ¡Esta sí que debía ser obedecida a rajatabla! No me imagino la ira en la que montaría el cura aquel -de bastante mal carácter, por cierto- si alguna vez algún laico lo desafiase y leyese "de prepo" la lectura bíblica que él mandaba omitir. 

Mismo sacerdote, un tiempo despúes. Un grupo de jóvenes había organizado una representación de la Pasión, para ser presentada en el atrio del templo después de la última misa del Domingo de Ramos. Trabajaron en la preparación de esta representación con gran responsabilidad y entusiasmo, interesando a muchos miembros de la comunidad para que participaran de diversas maneras. Esta representación viviente de distintas escenas de la Pasión, como queda dicho, iba a tener lugar después de la última misa, pero el presbítero ordenó omitir la lectura de la Pasión (que es el Evangelio del día) con el argumento de que la Pasión iba a ser representada en la puerta al finalizar la celebración litúrgica. Una rúbrica de su autoría, esta sí obligatoria.

Años más tarde, el mismo sacerdote hizo varios recortes en las celebraciones de Semana Santa de mi parroquia, escribiendo observaciones en los márgenes de los guiones correspondientes. Las indicaciones (que en general tendían a hacer más vulgares y pedestres los ritos y las palabras) fueron obedecidas por los laicos a cargo, claro, pero ¿se imaginan qué habría pasado si no hubieran sido cumplidas?

 

Sí: La única cosa intolerable de nuestros tiempos de "tolerancia" es desobedecer al cura de tu parroquia, ¡aunque él desobedezca a Dios y a la Iglesia de mil maneras!

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