miércoles, 29 de junio de 2022

San Pedro y San Pablo

Imágenes de San Pedro y San Pablo
que se veneran en la iglesia de Nuestra Señora del Socorro
(San Pedro, Buenos Aires)
(Fotos propias, febrero de 2022)


Para celebrar la solemnidad de San Pedro y San Pablo, transcribimos fragmentos de la "Historia de la Liturgia" de Mario Righetti ¹. Además del grabado que ilustraba el capítulo (el medallón de bronce del siglo II), añadimos algunas otras imágenes.


La Iglesia romana no separa jamás a los dos grandes apóstoles de Roma, San Pedro y San Pablo. Cuando celebra al Príncipe de los Apóstoles, recuerda al Doctor de las Gentes, y festejando a San Pablo, menciona a San Pedro.

Los recuerdos y documentos más antiguos de la Urbe asocian a los dos apóstoles en los mismísimos honores litúrgicos por la idea, no sólo romana, sino común a todos los Santos Padres, de que los dos fundadores de la Iglesia de Roma no deben separarse jamás. 

De quorum meritis atque virtutibus —decía San León Magno en una homilía predicada en San Pedro en este día nihil diversum, nihil debemus sentire discretum; quia illos et electio pares, et labor similes, et finis fecit aequales 

La medalla de bronce conservada en el museo cristiano del Vaticano, obra, si auténtica, del siglo II, nos los hace ver en dos realísticas y características cabezas, una enfrente de la otra. 

(Ilustración original de la obra)


Medallón de bronce del siglo II

Un grabado de las catacumbas muestra al Señor, que entrega la ley a San Pedro, mientras San Pablo asiste al solemne acto. 

El ciclo de los mosaicos que adornaba la vetusta basílica de San Pedro representaba a los dos apóstoles refutando a Simón Mago delante de Nerón y se concluía con las escenas de la crucifixión de San Pedro y de la degollación de San Pablo. 

Sobre el arco triunfal de Santa María la Mayor, Sixto III representó en el centro la etimasia de la cruz, es decir, el trono celeste preparado y adornado para la parusía final de Jesús, pero a los dos lados puso a San Pedro y San Pablo con sus insignias, como los grandes asesores en el juicio divino.

Arco Triunfal de Santa María la Mayor

Roma tuvo razón al unir tan estrechamente a los dos máximos apóstoles, también porque en la exaltación de sus personas solemnizaba su fiesta particular, su nacimiento cristiano, el triunfo de la cruz sobre los falsos y mentirosos dioses. 

(...)

Jesucristo flanqueado por San Pedro y San Pablo
(Fresco de las Catacumbas de los Stos. Marcelino y Pedro, Roma, siglo IV)

El primer testimonio seguro de que en Roma los dos santos apóstoles tuviesen el 29 de junio su conmemoración, nos es dado a conocer a mitad del siglo III por la Depositio martyrum filocaliana: III Kalendas Iulii, Petri in Catacumbas et Pauli Ostiense, Tusco et Basso Coss (= año 258).

En el siglo siguiente, el Martirologio jeronimiano nota por el contrario: Romae, via Aurelia, natale, Sanctorum Apostolorum Petri et Pauli, Petri in Vaticano, Pauli in via Ostiensi, utriusque in Catacumbas, passi sub Nerone, Basso et Tusco consulibus.

La fiesta del 29 de junio comprendía, por tanto, tres ² distintas estaciones litúrgicas: en San Pedro, sobre la vía Aurelia; ad Catacumbas, sobre la vía Apia; en San Pablo, sobre la vía Ostiense. (...) 

La primera estación tenía lugar en la majestuosa basílica que Constantino había erigido en el 326 sobre el sepulcro de San Pedro, a los pies del monte Vaticano, poco distante del lugar de su martirio. El magnífico edificio representaba el mosaico del arco triunfal la figura de Constantino, que ofrece al Salvador y al Príncipe de los Apóstoles el modelo de la basílica recientemente erigida. Debajo, una inscripción con letras de oro dirigía a Cristo estas enfáticas palabras:

Quod, duce Te, mundus surrexit in astra triumphans,

Hanc Constantinus victor Tibi condidit aulam




Era notablemente más amplia que las otras basílicas erigidas por el gran emperador sobre las tumbas de los mártires en Roma. En su gigantesca impostación superaba con mucho los santuarios más modestos de San Lorenzo, de Santa Inés y también de San Pablo. Además de la basílica lateranense, sólo la de San Pedro tenía cinco naves. Estas estaban separadas la una de la otra por dos soberbias filas de columnas en el centro y por dos laterales. Saliendo del excelso edificio, se entraba en una amplia corte, el atrio o cuadripórtico, más tarde llamado paradisus, en medio del cual surgía, como cantharus, aquella colosal piña de bronce que ahora surge en el patio vaticano, llamado precisamente de la Piña. Un largo graderío conducía fuera de aquel atrio lleno de vida, hacia la plaza abierta delante de la basílica. Rufino († 410), que en la segunda mitad del siglo IV pudo contemplar el grandioso edificio en su original esplendor, lo llama splendidissimum monumentum.

Patio de la Piña

La basílica vaticana, no tanto por su grandiosidad y riqueza cuanto por la presencia de los sagrados despojos de San Pedro, fué meta incesante de muchedumbres de peregrinos  gozó siempre de un prestigio único, religioso y litúrgico, entre todas las  iglesias de Roma, como una especie de catedral del papa.

La primitiva basílica de San Pedro

Es allá precisamente, en torno a la tumba del primer fundador de la Iglesia romana, donde vemos regularmente a sus sucesores; es allá donde, en las circunstancias más solemnes de la liturgia, se reúne, como hemos dicho ya, la estación eucarística para la Teofanía, para la Ascensión, para Pentecostés, para todas las grandes pannuchias que siguen al sábado de las cuatro témporas. El papa, los presbíteros y los diáconos romanos no son consagrados más que en San Pedro; el nuevo pontífice es allí donde comienza su pontificado y allí lo termina también con su sepultura. Es allá, en el baptisterio damasiano, donde el papa regularmente bautiza y donde, en el acto solemne de unir los nuevos corderos al rebaño cristiano por medio de la confirmación, se sienta majestuosamente sobre la misma cátedra de madera que la tradición venera como aquella en la que se sentaba San Pedro, la sella gestatoria confessionis apostolicae, como la llama Ennodio de Pavía.

He aquí por qué en la basílica vaticana en la fiesta de San Pedro peregrinaba todo el pueblo de Roma, y con él, espiritualmente, todo el pueblo cristiano, como al centro de la unidad de la fe y a la casa del Padre común. Los versos ambrosianos antes citados dicen cuán grande era la afluencia de los fieles en aquel día, no sólo de Roma, sino también de los países vecinos y lejanos. Los sepulcros de los apóstoles, pero especialmente el de San Pedro, ejercían una fascinación profunda sobre los corazones cristianos. San Paulino de Nola († 431), escribiendo a su amigo San Agustín, le dice que cada año solía ir a Roma para la fiesta de los apóstoles, y que allí se encontraba una verdadera muchedumbre: tantae enim illic turbae erant. 

Giotto: Tríptico Stephaneschi (siglo XIV)


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¹ Mario Righetti: Historia de la Liturgia (BAC, Madrid, 1955) Tomo I

² El texto original dice "dos". Parece tratarse de una errata

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