Fragmentos del prólogo escrito en 2017 por el Papa Emérito Benedicto XVI al libro "La fuerza del silencio" del Cardenal Roberto Sarah. Los destacados son nuestros. La imagen es una foto propia, que tomamos en septiembre de 2013 en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced de la ciudad de Buenos Aires.
Desde que leí por primera vez las Cartas de San Ignacio de Antioquia en los años 50, un pasaje de su Carta a los Efesios me conmovió particularmente: "Más vale callar y ser que hablar y no ser. Está bien enseñar si aquel que habla hace. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que ha hablado y todo ha sido hecho, y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio" (15, 1f).
¿Qué significa esto de escuchar el silencio de Jesús y conocerle a través
de su silencio? Sabemos por los Evangelios que Jesús, a menudo, pasaba las
noches solo "en la montaña" orando, conversando con su Padre. Sabemos
que su discurso, su palabra, venía del silencio y sólo podía madurar en él. Por
lo que es razonable pensar que su palabra sólo puede ser correctamente
comprendida si nosotros, también, entramos en su silencio, si aprendemos a
escucharla desde su silencio.
Ciertamente, para poder interpretar
las palabras de Jesús se necesita tener un conocimiento histórico que nos
enseñe a comprender el tiempo y el lenguaje de esa época. Pero esto, por sí
solo, no es suficiente si queremos comprender el mensaje del Señor en
profundidad. Cualquiera que lea hoy los comentarios a los Evangelios, cada vez
más densos, al final se queda decepcionado. Aprende muchas cosas que pueden ser
útiles sobre esos días y muchas hipótesis que, en última instancia, no
contribuyen en nada a la comprensión del texto. Al final uno siente que en ese
exceso de palabras falta algo esencial: entrar en el silencio de Jesús, del que
nació su palabra. Si no podemos entrar en este silencio, siempre
escucharemos superficialmente la palabra, sin comprenderla en su totalidad.
(...)
(El cardenal) habla poco sobre sí mismo, pero de vez en cuando podemos alcanzar a ver su vida interior. Cuando responde a la pregunta de Nicolas Diat: "¿Alguna vez le han resultado las palabras demasiado molestas, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?", dice: "En mi oración y en mi vida interior siempre he sentido la necesidad de un silencio más profundo y completo. (...) Los días de soledad, de silencio y de ayuno absoluto han sido un gran apoyo. Una gracia increíble, una lenta purificación y un encuentro personal con Dios. (…) Los días de soledad, silencio y ayuno, con el único alimento de la Palabra de Dios, permiten al hombre cimentar su vida sobre lo esencial". Estas líneas hacen visible el manantial del que vive el cardenal, y que da a su palabra su profundidad interior. Desde esta posición ventajosa él puede ver así los peligros que amenazan continuamente la vida espiritual, incluso de sacerdotes y obispos, y también de la propia Iglesia, en la que no es algo infrecuente que la Palabra sea reemplazada por una verborrea que diluye la grandeza de la Palabra.
(...)
Es verdad que para la liturgia, como para la interpretación de las Sagradas Escrituras, es necesario un conocimiento especializado. Pero también es verdad que la especialización puede, en última instancia, dejar de lado lo esencial en la liturgia, a no ser que esté arraigada en una unión profunda e íntima con la Iglesia orante, que continuamente aprende del Señor mismo qué es la adoración. (...)
Benedicto XVI, Papa Emérito
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