miércoles, 18 de enero de 2023

El triunfo argentino, Lionel Messi, el "progresismo" y los auténticos valores

Al cumplirse un mes del triunfo argentino en el Mundial de Futbol, es interesante compartir algunos comentarios vinculados con los aspectos que podemos llamar socioculturales y religiosos del campeonato, sus ganadores y sus festejos.


▶En primer lugar, publicamos a continuación un artículo aparecido el 27 de diciembre en el blog  Caminante Wanderer titulado "El triunfo argentino en Qatar, Messi y los progresistas". La imagen es la misma de la nota original.


El triunfo de la selección argentina de fútbol en el mundial de Qatar dejó, además de las alegrías previsibles del caso, algunas interesantes conclusiones de índole sociológica y cultural, que difícilmente serán publicadas por los científicos que se dedican a estos temas pues muestran el modesto impacto que han tenido en la sociedad décadas de políticas agresivas orientadas a desmantelar las estructuras heteropatriarcales de la sociedad argentina nacida, como el resto de las que integran el mundo occidental, al calor de Grecia, Roma y el cristianismo. Para ponerlo en otros términos, la pregunta que puede ayudar a responder las manifestaciones del triunfo argentino es si los sesenta años de militancia del progresismo ilustrado en Occidente —si tomamos como punto de partida la publicación de Historia de la locura de Michel Foucault en 1961— han sido suficientes para derrumbar lo construido a lo largo de dos milenios. Creo que los resultados, al menos en Argentina, han sido más bien limitados y las perspectiva no son halagüeñas. 

El progresismo no se ha quedado callado ante esta situación, pero curiosamente, el que ha hablado ha sido el progresismo internacional; el criollo se ha quedado callado, mascullando su bronca, porque sabe que ante cualquier comentario que hagan, serán devorados por la opinión pública. Esperarán tiempos mejores. Y el globo de ensayo que lanzaron —un personaje secundario de la TV Pública que trató a los jugadores de la Selección de “desclasados”— tuvo que salir ahíto a pedir disculpas. La primera crítica provino de una profesora universitaria de Estados Unidos, Erika Denise Edwards, quien publicó en el Washington Post una nota en la que se preguntaba por qué en la selección argentina no había jugadores de raza negra. No se le ocurrió pensar que se debía a que en nuestro país, la población afrodescendiente es ínfima. Ella, en cambio, sugería que era una cuestión de racismo orientada a alimentar el mito de que Argentina es una nación blanca. Pero no se trata del desvarío aislado de una intelectual que desconoce la realidad argentina; en el fondo se esconde uno de los núcleos centrales del progresismo, aunque en esta ocasión equivocó el acento. Lo dijo muy claro un “intelectual” argentino, Darío Sztajnszrajber, en un programa televisivo: la selección de fútbol no lo representa a él y tampoco representa a la sociedad porque los jugadores no fueron elegidos por nadie. Y aquí está el quid de la cuestión. Si se llevan los principios progresistas hasta sus últimas consecuencias, el equipo nacional de fútbol, en primer término, debería ser elegido por el pueblo ya que los actuales medios de selección de los jugadores —habilidad en el juego, fruto del talento natural y el mérito de largos años de esforzado entrenamiento— no los legitima. Ya conocemos la monserga progre sobre la odiada meritocracia, que no es inclusiva y es discriminatoria con los menos favorecidos. El único modo de legitimación es la voluntad popular que garantice la representación de todas las minorías. Consecuentemente, en lo más profundo del corazón de cualquier progresista que sea consecuente con sus ideas, habita el deseo de que la selección de fútbol esté integrado por blancos y negros, hombres, mujeres y trans, y probablemente también por alguien que sufra algún tipo de discapacidad motriz o mental. El talento para jugar al fútbol y convertir goles es un detalle completamente intrascendente.

Otra andanada de críticas vino de Europa, especialmente de Francia —comprensible por su derrota—, pero también de Alemania y España. Los jugadores fueron tratados de obscenos, homófobos y vulgares. Y tienen razón: el gesto que hizo el arquero Emiliano Martínez luego de recibir su premio frente a las cámaras de TV de todo el mundo, fue claramente obsceno; los cánticos que los jugadores entonaron en el vestuario contra los periodistas fueron homófobos, y allí mismo pudieron apreciarse escenas de indudable vulgaridad. Las conductas de las que acusan a los jugadores son reales y también son reprobables; no tienen justificativo alguno. Sin embargo, hay también que decir que son previsibles. La vulgaridad, en todas sus variantes, acompaña al género humano desde hace milenios. Es cuestión de ver, y divertirse, con la epigrafía, o grafiti, que adornaban paredes de casa particulares o sitios públicos de las antiguas urbes del imperio romano; o las cantares de los goliardos medievales, y tantos ejemplos más. Un ambiente puramente masculino, en las circunstancias de un triunfo por la copa del mundo, muy previsiblemente genera conductas chabacanas como las que se vieron. Son propias de las "estructuras heteropatriarcales". Pero lo que molesta a los progresistas europeos, no es la falta a las normas básicas de la decencia, la buena educación y la virtud de la castidad, sino la incorrección política de las groserías. El problema no es que los jugadores sean más o menos soeces —los franceses o españoles no son muy bien hablados o muy castos que digamos— sino el tipo de groserías, que son aquellas vedadas por las usinas del buen pensar y hablar progre.

Particularmente patética fue la conducta de Bruno Le Maire, ministro de economía de Francia, que comenzó llorisquear por los “insultos racistas” que había recibido de los hinchas argentinos. Lo curioso es que si se leen los mensaje que recibió en sus redes sociales, se descubre que no eran racistas; eran realistas. Allí le dicen que la gran mayoría de los jugadores franceses son inmigrantes africanos con pasaporte francés, lo cual es real. El problema del progresismo es que así como se ha propuesto borrar los límites entre varón y mujer y negar la existencia de dos sexos, quiere borrar también la existencia de las razas, que son, para ellos, una mala jugada de la naturaleza. Con un acto volitivo humano —la emisión de un pasaporte— se eliminan, según el ministro galo, las razas y nacionalidades. El africano deja de serlo y sus rasgos y el color de su piel se esfuman. Los argentinos que comentaron los mensajes del desconsolado monsieur Le Maire, lo hicieron desde el más básico sentido común que dice que Francia es un país de raza blanca mientras que, curiosamente, su selección de fútbol está integrada mayoritariamente por jugadores de raza negra. Y eso no es racismo. Es reconocimiento de la evidencia de la realidad.

Sin embargo, la frustración más grande que ha sufrido el progresismo ilustrado argentino es la exaltación de la figura de Lionel Messi que se ha convertido en un líder indiscutible y paradigma de millones de argentinos. Y no solamente porque su figura ha eclipsado a la de Maradona, personaje orillero y decadente, sino porque habitan en él los demonios más odiados por el progresismo. Messi es hombre, blanco, heterosexual, patriarcal y cristiano. Es lógica entonces la rabia de los progres: el desideratum de la sociedad argentina está con la misma mujer desde los dieciséis años, publica continuamente fotos con ella y sus hijos, luce un enorme tatuaje de Jesucristo en su brazo y habla frecuentemente de Dios. Estas tipo de conductas de un líder como Messi adquieren, quiérase o no, carácter paradigmático, y son mucho más efectivas que el bombardeo a la que la elite progresista somete a la población a través de la educación y los medios de comunicación. Como diría algún criollo, Messi ha venido a escupirles el asado.


El hecho de que décadas de bombardeo de consignas progresistas no hayan sido suficientes para que un grupo de jugadores argentinos que viven en Europa y que son conscientes de que sus palabras y gestos son vistos y comentados en todo el mundo, hayan igualmente protagonizado conductas “obscenas, vulgares y homófobas”, y las mismas haya sido festejadas por millones de personas, es un signo muy claro de que el impacto del progresismo es escaso y que, en todo caso caso, se da en pequeñas elites ilustradas. Y, además, augura que el restos de sus desvaríos nunca tendrán penetración social: los niños nunca serán niñes; lxs trabajadorxs seguirá siendo una expresión ridícula y los humanos seguirán dividiéndose en varones y mujeres. 


▶En el mismo sentido, el sitio Que No Te La Cuenten -que también levantó la nota de Wanderer- publica en YouTube un extracto de una entrevista, que titulan Los progres perdieron el mundial.




▶ El 31 de diciembre, Infobae publicó una nota titulada "La Selección ganó también la batalla cultural: funcionarios y ultrafeministas fuera de juego", firmada por Claudia Peiró.

La bajada del título era explícita: 

El ejemplo de un equipo unido y solidario, la fe, el amor a la familia, los hijos, la humildad, la gratitud y otros valores transmitidos con naturalidad, además de la negativa a ser objeto de uso político-partidario, dejan un tendal de descalificados.

La nota señala 

una sucesión de gestos de amplitud y unidad que demuestra que por parte de los jugadores y directivos no hubo un rechazo a la política o a lo institucional, sino a una idea de facción. Idea ratificada por Cristina Fernández de Kirchner cuando unos días después fue a inaugurar el polideportivo Diego Armando Maradona en Avellaneda. No es que el astro fallecido en 2020 no merezca homenajes; es la indisimulada intención de polarizar. Ya en su felicitación al capitán de la Selección, CFK envió “un saludo especial después de su maradoniano ‘andá pa’allá bobo’”. El kirchnerismo idolatra a Diego solo porque lo considera propio; del mismo modo que lo denostaría -si pudiera- en caso de sentir lo contrario. Como de hecho algunos intentaron hacer con el equipo Campeón del Mundo por no ir a la Rosada: “desclasados” fue una de las acusaciones que les lanzaron unos revolucionarios de café o, mejor dicho, de set de televisión (oficial).

Además del valor de la unidad y de la solidaridad demostrada por los jugadores, que contrasta tristemente con la actuación de la dirigencia política, la nota señala otros aspectos interesantes que pudieron observarse:

La agencia de noticias que debería ser estatal pero en realidad es oficial pretendió usar a la Selección para confirmar su teoría de “nuevas masculinidades”: el feminismo habría abierto “un camino para que ellos puedan llorar y emocionarse”, decían en un artículo que destacaba los abrazos entre jugadores, el psicoanalista que consultó el Dibu Martínez y la caricia de un jugador en la cabeza de un niño… La manía fundacional no descansa. ¿Nunca vieron a varones llorar antes del MeToo? ¿A jugadores abrazarse en la cancha? ¿A hombres ser cariñosos con sus hijos o con otros niños? ¿En qué planeta viven? Ahora resulta que la ternura masculina se la debemos al feminismo... Vayan pa’ allá...

Esta administración, que no gobernó pero todo lo hizo con deformación de género, quiso llevar agua para su pobre molino.

Pero, a medida que pasaron las horas, Scaloni y Messi persignándose, el gesto procaz y poco deconstruido del Dibu al recibir su premio y, sobre todo, increíblemente, las fotos de los jugadores con sus esposas e hijos empezaron a poner nerviosas a las promotoras de la guerra de sexos y cultoras del anti-natalismo, que ven en el embarazo una enfermedad y celebran la cifra de abortos (aunque van por más).

Como escribió @oconalf en Twitter: “Ahora el problema no es la falta de afrodescendientes, sino la heteronormatividad de la selección nacional de fútbol. Se pasan”.

La nota la dio una exponente de este ultrafeminismo, desesperada porque la Selección no encaja en la ideología que quieren imponer: “Se intenta sellar el fin de la fiesta mundialista con la apología de la familia tradicional. Las fotos de los jugadores con sus familias, repetidas al infinito, se sitúan como el epílogo de otra cosa que había desbordado, más lúdica, inclasificable, más multitudinaria”.

Faltó que denuncien “violencia simbólica”.

La familia es la criptonita para el súper-feminismo.



Y además de todo esto, la periodista subraya el valor de la fe cristiana manifestada  por el entrenador y los jugadores

Ni hablar de la fe que los hace huir como vampiros ante la cruz, así de ajenos están al sentir popular. Todo el mundo se conmovió al ver a Lionel Scaloni estallar en llanto después de tanta emoción contenida a lo largo del torneo, antes del abrazo contenedor de Leandro Paredes. Pero la mayoría eligió pasar por alto el gesto inmediatamente anterior cuando besó el terreno y se persignó.

Y más adelante:

Los políticos de hoy creen que hablar de Dios es demodé. No es cool.

Es otra lección que les da Messi: con humildad, no se cansa nunca de decir que el don lo recibió, que nació con él: “Dios me hizo así”.

Ya cuando ganó la Copa América, embargado por la emoción, decía: “Sabía que Dios me iba a regalar esto”. Los gestos de Messi y Scaloni y Tapia cumpliendo su promesa, entre otros, operaron como un poderoso antídoto contra el relativismo.


El párrafo final de la nota es una buena síntesis de todo lo que venimos diciendo:

La Selección ganó la batalla cultural. Los agradecimientos a Dios y a sus familias, la humildad, el amor a la Argentina. Sencillo, elemental, profundo. Ese amor y esos valores merecen ser expresados.



El 31 de diciembre, Lionel Messi publicó en las redes sociales esta foto junto con el texto del que publicamos un fragmento




Y para mayor furia de los "progresistas", el 4 de enero la Copa del Mundo fue llevada por el presidente de la AFA al Santuario Nacional de Luján:












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