Publicamos hoy una nota sobre las campanas de los templos cristianos. Lamentablemente se trata de un viejo recorte cuya procedencia no registramos.
Las campanas
La Iglesia considera las campanas como vasos litúrgicos. Las más grandes las suspende en las torres y campanarios, para esplendor del culto y alegria de los pueblos; las campanillas las reserva para el interior del templo. Dificilmente podía la Iglesia haber encontrado instrumento más apropiado para sensibilizar la fibra religiosa de los pueblos y para regocijo y adorno de sus solemnidades.
El uso de las campanillas es tan antiguo como el mundo, tanto para usos profanos como religiosos, y también como elemento decorativo de personas o edificios, o como amuletos supersticiosos. Igual que otros utensilios del ajuar litúrgico, la Iglesia introdujo las campanas en el templo para el servicio de Dios, santificándolas. Reemplazaron con ventaja a las tabletas, simandras, matracas y otros instrumentos empleados para señalar y convocar a los oficios religiosos, en iglesias y monasterios. San Benito habla en su Regla del «signum» (campana) y del monje encargado de las llamadas comunitarias. Las campanas antiguas de hierro remontan al siglo V y VI. Las primeras de bronce pertenecen al IX, y en el siglo XIII son ya de grandes dimensiones y casi de la forma actual. Van agrandándose de siglo en siglo, hasta llegar a las monumentales conocidas. Piénsese en la de Toledo, del siglo XVIII, con sus 18 toneladas, y en las del Kremlin, de 196. Menos colosales, pero más armoniosos, son los carillones o campanálogos, hoy tan extendidos, y tan perfectos que ejecutan piezas musicales. Las de Lourdes, y muchas más, aclaman a la Virgen. ¿Y quién no conoce hoy por su sonido las campanas del Vaticano? Muchas de nuestras campanas además de sus propios nombres suelen llevar grabados su peso y los de los donantes, o bien jaculatorias o dedicatorias pintorescas. Una de Metz reza así:
Laudo Deum verum, plebem voco, cóngrego clerum,
defúnctos ploro, pestem fugo, festa decóro
Otra dice:
Fúnera plango, fülmina frango, sabbata pango.
Excito lentos, dissipo ventos, paco cruentos.
Como se ve, se describe el papel múltiple de las campanas: alabar a Dios, reunir al pueblo, convocar al clero, plañir a los muertos, alejar las pestes, adornar las fiestas, atajar las tempestades, despertar a los soñolientos, etc. Es decir, que acompañan constantemente a los pueblos.
Antes de dedicar las campanas al culto, la Iglesia ha acostumbrado bendecirlas -"bautizarlas", decíase-, con un rito lleno de poesía y simbolismo: exorcismo, lavatorio, imposición de nombre, padrino, unciones, incienso abundante, sahumerio, y hasta canto o lectura del Evangelio aludiendo a María, la contemplativa. De los textos de esta bendición, se deduce ser la campana: eco de la voz de Dios, voz terrible unas veces, otras dulce y atrayente; símbolo de la vigilancia de la Providencia divina sobre la Iglesia y sobre los hombres, en los acontecimientos tristes, alegres, calamitosos; símbolo también de la contemplación, por cuanto suspendida en los altos campanarios no llega hasta ella el tráfago de las cosas humanas, ni la distraen ni turban las vicisitudes de los tiempos, sino es por asociarse a las manifestaciones religiosas y fiestas solemnes del calendario.
Aludiendo al Año Santo de 1975 (anticipado, para el mundo, a 1974) decía, el 2 de diciembre de 1973, Pablo VI, al pueblo romano: «Como siempre, la campana hace sentir su voz, que resuena entre tierra y cielo; es el diálogo de la fe y de la oración, suspendido en lo alto, sobre nuestra vida terrena, horizontal y profana; un cántico metálico, intérprete de aquel otro vocal, que sube a las alturas para invocar, para aquí abajo, la efusión de las bendiciones de Dios».
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario