miércoles, 21 de febrero de 2024

Cátedra de San Pedro

Cuando había dos fiestas de la Cátedra de San Pedro (la del 18 de enero, Cátedra en Roma, y la de Antioquía el 22 de febrero), se leía en los Maitines de la primera, en el Breviario de San Pío V, el siguiente sermón del papa San León Magno. Lo publicó en enero Gregory Dipippo en New Liturgical Movement, en ingles, y aquí lo ofrecemos traducido al español, en la víspera de la actual fiesta. La imagen, con su epígrafe, es de la nota original.


Cuando los Doce Apóstoles, habiendo recibido por el Espíritu Santo el poder de hablar toda lengua, se propusieron enseñar el Evangelio al mundo y se dividieron entre sí las regiones de la tierra, fue elegido el bienaventurado Pedro, jefe del orden apostólico, para la ciudad capital del Imperio Romano, a fin de que la luz de la verdad, que fue revelada para la salvación de las naciones, fuera derramada con mayor fuerza a través de todo el cuerpo del mundo desde su propia cabeza. ¿De qué nación no había entonces hombres en aquella ciudad? ¿O qué no sabrían las naciones, una vez que Roma lo supo? Aquí había que pisotear las opiniones de la filosofía, aquí debían abolirse las vanidades de la sabiduría terrenal, aquí debía suprimirse el culto a los demonios, aquí debía destruirse la impiedad de todo sacrilegio, aquí, donde todo lo que se había establecido por vano error sobre el mundo entero era sostenido y reunido con la mayor diligencia por la superstición.


San Pedro camina sobre el agua (Mateo 14, 22-33) (...) 

El mosaico original fue realizado por Giotto en una pared del patio de la antigua Basílica de San Pedro en 1298, frente a la fachada de la iglesia. Sólo unos pocos fragmentos se salvaron de la destrucción de la antigua basílica; esta copia es una pintura al óleo realizada en 1628 a partir de dibujos del original. En 1675 se montó un nuevo mosaico con el mismo diseño en el pórtico de la nueva basílica, frente a la puerta principal, como recordatorio a los peregrinos que salían de la iglesia para orar por el Santo Padre (Imagen de dominio público de Wikimedia ).


A esta ciudad, pues, bendito apóstol Pedro, no dudaste en venir, y como tu compañero de gloria, el apóstol Pablo, estaba todavía ocupado en la fundación de otras iglesias, entraste en ese bosque de bestias rugientes, ese océano profundo y tormentoso, con más firmeza que cuando lo hiciste sobre el mar. Ya habías enseñado a los que habían creído de entre la circuncisión; ya habías fundado la Iglesia de Antioquía, de donde surgió por primera vez el noble nombre de cristianos; con tu predicación ya habías llevado la ley del Evangelio al Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia; y sin dudar del avance de tu obra, ni inseguro de la duración de tu vida, trajiste el trofeo de la cruz de Cristo a las fortalezas de Roma, donde el honor de tu autoridad y la gloria de tu pasión iban delante de ti por la providencia de Dios.

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