miércoles, 20 de marzo de 2024

Acerca del ministerio del lector

Dos breves notas publicadas varios años atrás por la revista Actualidad Pastoral, ambas referidas al correcto desempeño del ministerio del lector durante la misa.


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La primera ("Lecturas") se refiere a la liturgia anglicana; hemos omitido los párrafos en los que se mencionan indicaciones  que se aplican exclusivamente al culto de esa iglesia.


Lecturas

Deben ser proclamadas -no simplemente leídas- pausada y enfáticamente. Suponen una cuidadosa preparación. Sobre el ministerio del lector transcribimos lo publicado en "Anglicanos" nº 27 - setiembre 1990.

El ministerio del lector

Leer las Sagradas Escrituras en los oficios públicos de la Iglesia es un privilegio y una gran oportunidad que se les ofrece a muchos laicos. Por eso, es imprescindible que se haga de forma tal que el mensaje de las Escrituras pueda ser presentado con dignidad y claridad para que sea asimilado por todos los presentes. En consecuencia, muchas iglesias tienen clases especiales para lectores. A continuación ofrecemos algunas sugerencias:

Lea las lecturas con anterioridad. Normalmente en la Iglesia se sigue un leccionario de modo que se sabe exactamente cuáles son las lecturas que corresponden a determinado día. Lea esas lecturas con suficiente tiempo para que usted se familiarice con ellas y las comprenda. Hay personas que practican frente a un espejo para percatarse de algunos gestos. No es justo llamar a una persona tres minutos antes del culto y pedirle que tenga una lectura. El mensaje de esa lectura es tan importante que necesita ser articulado eficientemente.

Voz y entonación. Cada lectura debe hacerse con voz clara, pronunciando cada palabra y con la debida entonación. Siempre la naturalidad es mejor que la afectación. Lea despacio, pronuncie correctamente y haga los énfasis donde correspondan. Tome nota de los puntos y comas. Haga contacto visual con la congregación regularmente. Mucha de la literatura bíblica es poética y por eso requiere atención especial.

Postura. La persona que va a leer debe estar lista para el momento indicado. No es de buen gusto que el oficiante tenga que llamar al lector o lectora, además de que interrumpe la secuencia litúrgica. No se apoye en el atril o ambón. Permanezca de pie en forma crecta con la cabeza erguida y no se ponga las manos en los bolsillos. Al cruzar frente al altar es costumbre hacer una reverencia discreta. No hace falta mencionar aquí que el lector debe estar bien presentado y hacer la lectura con solemnidad. Este no es el momento de buscar lentes apropiados o desconocer qué fragmento de las Escrituras se debe leer. Si se va a usar micrófono vea que éste esté graduado y no se acerque demasiado. Las ropas indecorosas o extravagantes no tienen lugar en la Iglesia.

Cómo comenzar. (...) [Algunas lecturas] tienen unas líneas introductorias en las que sitúan el pasaje en el contexto adecuado. En este caso, haga una pausa antes de comenzar la lectura propiamente dicha. Las rúbricas (...) señalan claramente cómo se anuncian las lecturas y qué debe decirse al final de las mismas. Antes de decir esto, debe hacer una breve pausa para que la congregación pueda responder al unísono (...).

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La segunda nota ("Saber leer") fue publicada originalmente en la revista Actualidad Litúrgica de México.


Saber leer

"No todos los que leen saben leer. Hay muchos modos de leer, según los estilos de las escrituras. No se han de leer las oraciones de Cicerón como los anales de Tácito, ni el panegirico de Plinio como las comedias de Moreto. Quiero decir que el que lee debe saber distinguir los estilos en que se escribe, para animar con su tono la lectura, y entonces manifestará que entiende lo que lee, y que sabe leer.

Muchos creen que leer bien consiste en leer aprisa, y con tal método hablan mil disparates. Otros piensan (y son los más) que en leyendo conforme a la ortografía con que se escribe, quedan perfectamente. Otros leen así, pero escuchándose, y con tal pausa que molestan a los que los atienden. Otros, por fin, leen todo género de escritos con mucha afectación, pero con cierta monotonía o igualdad de tono que fastidia. Estos son los modos más comunes de leer, y ustedes irán experimentando mi verdad, y verán que no son los buenos lectores tan comunes como parece".

 de El Periquillo Sarmiento, novela de José Joaquín Fernández de Lizardi

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