La ideología es aquella posición del espíritu humano que ha abandonado la búsqueda de la verdad para reemplazarla por la conquista del poder.
El enemigo a vencer es la mismísima realidad; de allí que su meta principal sea transformarla de acuerdo a sus dictámenes. Y para ello nada mejor que crear una nueva lengua que vehiculice ese mundo construido por la ficción.
Fue George Orwell quien inventó el vocablo “neolengua” cuando describía al Estado totalitario ficticio.
La neolengua, entonces, aparece cuando es preciso sustituir la finalidad principal del lenguaje (describir la realidad) por el objetivo opuesto (reafirmar el poder sobre ella).
“Las frases que se expresan en neolengua parecen aserciones, pero su lógica subyacente es la propia de la magia. Conjura el triunfo de las palabras sobre las cosas, la futilidad del argumento racional, y advierte del peligro de la resistencia. Como consecuencia de ello, la neolengua desarrolla su peculiar sintaxis que, a pesar de estar estrechamente vinculada a la del lenguaje ordinario, rehúye celosamente el encuentro con la realidad y la lógica de la discusión racional” (Roger Scruton).
La intención de la neolengua es “proteger a la ideología del malintencionado ataque de lo real”.
La visión totalitaria que transmite la neolengua actual, por ejemplo la propia de la ideología de género, se caracteriza por su intransigencia radical y su rechazo a todo diálogo. No se dialoga, se impone. No se educa, se formatea. Su divisa es perseguir a todos los díscolos que no se sometan a su ideal totalitario. Y resistir equivale a morir, al menos, por ahora, civilmente.
¿Puede una democracia convertirse en totalitaria? Es un proceso que ha comenzado en nuestros días.
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