miércoles, 15 de mayo de 2024

"Creo en el Espíritu Santo" (5 de 5)

Casi a las puertas de la Solemnidad de Pentecostés, nos complace compartir la última parte del primer capítulo del libro "Creo en el Espíritu Santo" del padre José Gallinger svd, publicado en 1970 por Editorial Guadalupe.



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6. El Espíritu Santo en la vida cristiana 

Llamamos vida cristiana, la que está fundamentada en el Misterio de Cristo. En realidad es la vida de gracia. Esta es la vida eterna ya comenzada en esta tierra. Sólo le falta la visión beatífica para ser completa. La vida de la gracia es la semilla de la beatitud eterna del cielo. Pero, como todavía está en desarrollo, nunca alcanza el amor completo y lleva en sí la triste posibilidad de que se puede volver a perder. 

Cristiano es todo aquél que ha sido bautizado. Pero vive realmente la vida de Cristo, quien está unido a Él por la gracia. Dios está en todas partes porque en todas partes obra. El que hace algo, necesariamente, tiene que estar allí donde trabaja. Como todo el mundo permanece en su ser porque Dios lo está como creando continuamente de nuevo, tenemos que Dios está en todas partes. 

Pero, no es lo mismo que Dios esté en la naturaleza entera como cuando está con el hombre que cuenta con la posibilidad de conocerlo y amarlo. Tampoco  es lo mismo que esté Dios en quien tiene la posibilidad, y en quien realmente lo conoce por la fe y lo abraza por su amor. 

Esta última forma de estar Dios en el alma del hombre, es la presencia por la gracia santificante. Es la presencia por participación en la misma vida divina. Y esta vida, cuando informa toda la vida de un hombre así que procede conforme a la fe y como expresión de su amor a Dios, es la realidad de la vida cristiana. Es la propia vida de Dios, participada a los hombres por medio de Jesucristo. Esta vida sobrenatural establece una íntima relación entre Dios y el hombre. "Al que me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él". Es la peculiar inhabitación de Dios en el alma del hombre, que hace exclamar a San Pablo: "¿No sabéis acaso de que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?". En otra oportunidad el mismo Apóstol dice cómo llega esta vida de Dios y esa presencia divina a nosotros: "La gracia de Dios ha sido difundida en nuestra alma por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". 

Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación

Por eso los teólogos, si bien el obrar amoroso de Dios en el alma que está en gracia es obra de toda la Santísima Trinidad, si bien es cierto que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son inseparables, con todo adscriben a este último la acción de la especial presencia amorosa de Dios en el alma que está en gracia. Por eso podemos afirmar que la vida cristiana es obra del Espíritu Santo. Eso también lo insinúa Cristo cuando dice: "Os conviene que me vaya, por que yéndome vendrá a vosotros el Espíritu Paráclito". Cristo inició la vida, pero quien la continúa con y en nosotros es el Espíritu Santo.

El sentido y espíritu de Pentecostés es prestarse a la obra del Espíritu Santo para que Él pueda seguir mostrando el rostro de Dios a través de nuestra pequeñez. Es un misterio inefable, pero es así. Dios corre el riesgo de no ser descubierto si nosotros, resistiendo a la acción de su Espíritu, no mostramos su rostro a los hombres para que lo vean, crean en Él y se salven. 

Hablar del Espíritu de Pentecostés es hablar de nuestra vocación a la Iglesia y al mismo tiempo de nuestra misión como miembros de la misma para colaborar en la salvación de todos nuestros hermanos, los hombres. 

¡Cuánta responsabilidad la nuestra! Pero no nos desanimemos, que para ello nos fue dado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Para esto está Él activo y operante en nosotros. Debemos ser como plastilina maleable en sus manos.

Su acción la realiza el Espíritu Santo en nosotros especialmente por medio de la vida de las virtudes y de los dones. Por las primeras nos ayuda a que nos actuemos nosotros mismos; da fuerzas sobrenaturales a nuestras facultades; por medio de los dones es Él mismo quien nos impulsa por la fuerza de su soplo divino. En un símil, serían las virtudes como navegar con el esfuerzo de los remos, y los dones, como abrir las velas y dejarse llevar el soplo del viento.

Iglesia de la Sagrada Familia

Debemos pedirle todos los días al Espíritu Santo sus virtudes y sus dones, si queremos progresar en la auténtica vida cristiana. Cristo debe manifestarse a través nuestro al mundo; pero sólo se forma su imagen en nosotros "por obra y gracia del Espíritu Santo".

José Gallinger svd

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