miércoles, 25 de septiembre de 2024

Si todas las religiones son iguales, entonces Dios no existe

La semana pasada anterior nos referimos a las escandalosas palabras del Papa en las que decía que todas las religiones son caminos igualmente válidos para llegar a Dios. Dado que esa afirmación es tan abiertamente contraria a la Escritura y a la Tradición de la Iglesia, en aquella entrada nos ocupamos de aportar sólo un conjunto de textos bíblicos, patrísticos y magisteriales que muestran que esas palabras pontificias son completamente erróneas.  

Pero el asunto da para más, y hoy queremos reflexionar sobre las consecuencias que se seguirían de aceptar la premisa papal:  "Todas las religiones son un camino para llegar a Dios".

La religión hace referencia, por definición, a las relaciones del ser humano con la divinidad, como vemos en el Diccionario de la Real Academia Española:




Desde siempre el hombre tuvo conciencia de la existencia de fuerzas, entes o seres superiores a los que llamó dioses, y tuvo hacia ellos  "sentimientos de veneración y temor". Precisamente por ser superiores,  "los dioses" habitan en un mundo de felicidad, inmortalidad y armonía, al que el hombre aspira. Platón en  el Fedón,  por ejemplo, habla de un ser 

divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca del cual, libre de sus errores, de su ignorancia, de sus temores, de sus amores tiránicos y de todos los demás males anexos a la naturaleza humana [el alma] goza de la felicidad; y, como se dice de los iniciados, pasa verdaderamente con los dioses toda la eternidad. 

Hay, pues, algo o alguien "divino" y el hombre busca llegar a él para gozar de la misma felicidad plena, pura e inmortal. En esa búsqueda radica, precisamente, la religión, pues las creencias, los dogmas, las normas morales, el culto y los sacrificios apuntan a conseguir para el hombre los bienes temporales y eternos que sólo la divinidad puede dispensar.

El hombre tiene clara conciencia de la distancia que lo separa de la divinidad y quiere salvar ese abismo, como lo señala Platón, para vivir "toda la eternidad" junto a ella.

Pero, aquí está el problema: si el que está del otro lado del abismo es efectivamente Dios, entonces es infinito, todopoderoso y trascendente; y por lo tanto, la distancia que separa al hombre de la divinidad es también infinita. El hombre puede recorrer por sí mismo una distancia finita (aun si es larga y extenuante), pero no una distancia metafísica y moralmente infinita como la que lo separa de Dios. 

Entonces, si yo fundo mi propia religión y sostengo que con los dogmas, ritos y normas que yo inventé puedo llegar a Dios con mis propias fuerzas, estoy reconociendo que ese "Dios" que está en el otro extremo del camino (camino que por tanto es finito) no es infinito, todopoderoso y trascendente, es decir, que no es Dios.

Si la distancia que separa al hombre de Dios es accesible  para éste, si es humanamente transitable, si cualquier religión la puede recorrer,  entonces el  "Dios" a que me estoy refiriendo, sencillamente, no es Dios.

Es decir: si todas las religiones son iguales, si todas son "caminos para llegar a Dios", entonces Dios no existe.

Si el Dios al que busco y por el que suspiro es verdaderamente Dios, entonces la única forma de llegar a Él es que Él venga a buscarme. Y eso sólo lo proclama el cristianismo, que sostiene que el Hijo de Dios descendió del cielo, se hizo hombre para salvarnos, y luego volvió al cielo llevando con Él nuestra humanidad. Sólo el Verbo Encarnado, Dios de Dios,  Dios verdadero de Dios verdadero, pudo recorrer esa distancia infinita y unir, como dice el Anuncio Pascual, "el cielo con la tierra y lo divino con lo humano". 


«Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. Es lo que proclama el Prólogo del Evangelio de Juan: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que estaba en el seno del Padre, Él lo ha contado" (1, 18). El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia. En Cristo la religión ya no es un "buscar a Dios a tientas" (cf. Hch 17, 27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela: respuesta en la que el hombre habla a Dios como a su Creador y Padre; respuesta hecha posible por aquel Hombre único que es al mismo tiempo el Verbo consustancial al Padre, en quien Dios habla a cada hombre y cada hombre es capacitado para responder a Dios. Más todavía, en este Hombre responde a Dios la creación entera. Jesucristo es el nuevo comienzo de todo: todo en Él converge, es acogido y restituido al Creador de quien procede. De este modo, Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y, por ello mismo, es su única y definitiva culminación» 

(Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, 6; subrayados nuestros).


No todas las religiones son iguales. Una de ellas, el cristianismo, dice que el Hijo de Dios «propter nos homines, et propter nostram salutem descendit de coelis et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine: et homo factus est. Crucifixus etiam pro nobis»O, como afirma San Pedro en su Primera Carta: «Cristo murió una vez por nuestros pecados –siendo justo, padeció por la injusticia– para llevarnos a Dios» (1 Pe 3, 18).

Sólo por ese camino es posible llegar a Dios. Sólo si Él viene a nosotros a buscarnos y nos lleva consigo, podemos alcanzar su gloria.  La obra redentora de Cristo, único Salvador, es esa «obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados»  a la que se refiere el Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, 7).


Si fuera posible llegar a Dios por otro camino, ese Dios no sería Dios.

Por eso, afirmar que  todas las religiones son iguales es negar la existencia misma de un Dios trascendente. 

Si todas las religiones son iguales, entonces Dios no existe.

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