miércoles, 23 de noviembre de 2022

“A los Ilustres Asesinos de Nuestra Santa Liturgia”

Recientemente, algunos sitios católicos (ver, por ejemplo, aquí y aquí) han publicado de nuevo la carta abierta escrita en 1969 -en los primeros años de la revolución litúrgica- por el compositor, musicólogo, organista y ensayista Monseñor Domenico Celada, dirigida a los "asesinos de nuestra Santa Liturgia". Es un documento que profetizó lo que sucedería en la Iglesia; todavía hoy es de gran actualidad dada la degradación litúrgica que se ha perpetrado y se sigue perpetrando dramáticamente en nuestro tiempo de profunda crisis en la Iglesia Católica.  La carta es clarividente y profética. Desenmascaró (y desenmascara) el espíritu que animó (y anima) a los saboteadores de la tradición. 

Celada,  que enseñó música e historia del canto gregoriano en la Universidad Lateranense, debió sufrir por su opinión y su franqueza: fue destituido de todos sus cargos. Después de poco más de un año, enfermó y murió joven y en la pobreza.

Hemos adaptado en lo que precede las introducciones publicadas en los dos sitios mencionados, y hemos traducido la carta del inglés (teniendo a la vista también la versión en italiano). La ofrecemos a continuación, con una aclaración: no somos traductores profesionales y nos hemos ayudado con traductores on-line.


“A los Ilustres Asesinos 
de Nuestra Santa Liturgia”

por monseñor Domingo Celada

 

Hace tiempo que quería escribiros a vosotros, ilustres asesinos de nuestra santa Liturgia. No porque espero que mis palabras tengan algún efecto sobre vosotros, que habéis caído demasiado tiempo en las garras de Satanás y os habéis convertido en sus más obedientes servidores, sino para que todos aquellos que sufren por los innumerables crímenes cometidos por vosotros puedan volver a encontrar su voz.

No os engañéis, señores. Las heridas atroces que habéis abierto en el cuerpo de la Iglesia claman venganza ante Dios, justo Vengador.

Vuestro plan para subvertir la Iglesia, a través de la liturgia, es muy antiguo. Muchos de vuestros antecesores, mucho más inteligentes que vosotros, intentaron llevarlo a cabo, y el Padre de las Tinieblas ya los ha acogido en su reino. Y recuerdo vuestra ira, vuestra mueca burlona, ​​cuando, hace unos quince años, deseasteis la muerte de ese gran Pontífice, el siervo de Dios Eugenio Pacelli, porque había adivinado vuestros designios y se  les había opuesto con la autoridad del Triregno. Después de aquella célebre conferencia sobre la “liturgia pastoral”, sobre la que habían caído como una espada las clarísimas palabras del Papa Pío XII, dejasteis la mística Asís echando espumarajos de ira y de veneno.

Ahora habéis tenido éxito; por ahora, al menos. Habéis creado vuestra “obra maestra”: la Nueva Liturgia.

Que no es obra de Dios se demuestra en primer lugar (dejando de lado las implicaciones dogmáticas) por un hecho muy simple: es terriblemente fea. Es un culto a la ambigüedad y al equívoco; no pocas veces un culto a la indecencia. Esto es suficiente para comprender que vuestra “obra maestra” no proviene de Dios, la fuente de toda belleza, sino del antiguo destructor de las obras de Dios.

Iglesia del Salvador 
(Bs. Aires)

(foto propia)
Sí, habéis privado a los fieles católicos de las emociones más puras, derivadas de las cosas sublimes que han sustanciado la liturgia durante milenios: la belleza de las palabras, de los gestos, de la música. ¿Qué nos habéis dado a cambio? Un batiburrillo de fealdades, de “traducciones” grotescas (como es sabido, ahí abajo vuestro padre no tiene sentido del humor), de emociones gástricas que despiertan los maullidos de las guitarras eléctricas, de gestos y actitudes cuando menos equívocas.

Pero, como si eso no fuera suficiente, hay otra señal que muestra que vuestra “obra maestra” no viene de Dios. Son los instrumentos que habéis tenido que utilizar para realizarlo: el fraude y la mentira. Habéis conseguido hacer creer que un Concilio había decretado la desaparición de la lengua latina, el archivo del patrimonio de la música sacra, la abolición del sagrario, el derrocamiento de los altares, la prohibición de doblar la rodilla ante Nuestro Señor presente en la Eucaristía, y todos vuestros otros pasos progresistas, que son parte (dirían los abogados) de un “único designio criminal”.

Sabíais muy bien que la “lex orandi” es también la “lex credendi”, y que, por tanto, cambiando la una, cambiarías la otra.

Sabíais que apuntando vuestras lanzas envenenadas al lenguaje vivo de la Iglesia, mataríais prácticamente la unidad de la fe.

Sabíais que, decretando la muerte del canto gregoriano y de la polifonía sagrada, podías introducir a tu antojo todas las indecencias pseudomusicales que profanan el culto divino y ensombrecen equívocamente las celebraciones litúrgicas.

Sabíais que destruyendo tabernáculos, reemplazando altares por “mesas para la comida eucarística”, negando a los fieles la oportunidad de doblar sus rodillas ante el Hijo de Dios, en poco tiempo extinguiríais la fe en la Presencia Real.

Habéis trabajado atentamente. Os enfurecíais contra un monumento en el  que el cielo y la tierra habían puesto sus manos, porque sabíais que con él estabais destruyendo la Iglesia. Llegasteis a quitar la Santa Misa tradicional, arrancando incluso el corazón de la liturgia católica, esa misma Santa Misa para la que fuimos ordenados sacerdotes, y que nadie en el mundo podrá jamás prohibirnos, porque nadie puede pisotear un derecho natural.

Lo sé: ahora podráis reiros de lo que voy a decir. Adelante, reíd de eso. Habéis ido tan lejos como para quitar de las Letanías de los Santos la invocación “a flagello terraemotus, libera nos, Domine” [del azote de los terremotos, líbranos, Señor], y nunca antes la tierra tembló en tantas latitudes. Habéis quitado la invocación a spiritu fornicationis, libera nos Domine” [del espíritu de fornicación, líbranos, Señor], y nunca hemos estado tan cubiertos como ahora por el lodo de la inmoralidad y la pornografía en sus formas más repelentes y degradantes. Habéis abolido la invocación “ut inimicos sanctae Ecclesiae humiliare digneris” [para que te dignes humillar a los enemigos de la Santa Iglesia], y nunca antes los enemigos de la Iglesia han prosperado tanto en todas las instituciones eclesiásticas, en todos los niveles.

Reíd, reíd... Vuestra risa es bulliciosa y sin alegría. Ciertamente ninguno de vosotros conoce, como nosotros, las lágrimas de alegría y tristeza. Ni siquiera sois capaces de llorar. Vuestros ojos bovinos, como bolas de cristal o de metal, miran las cosas sin verlas. Sois como las vacas que miran pasar los trenes. Antes que a vosotros, prefiero al ladrón que arrebata la cadena de oro al niño, prefiero al asaltante, prefiero al ladrón con armas en el puño, prefiero incluso al bruto y al violador de tumbas. Son gente mucho menos sucia que vosotros, que le habéis robado al pueblo de Dios todos sus tesoros.

Mientras esperamos a vuestro padre allá abajo para recibiros en su reino, “donde hay llanto y crujir de dientes”, quiero que conozcáis nuestra certeza inquebrantable de que esos tesoros nos serán devueltos, y será una restitutio in integrum. Habéis olvidado que Satanás es el eterno perdedor.

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