miércoles, 16 de noviembre de 2022

John Moody, "converso por la Liturgia"

John Moody nació en los Estados Unidos en 1868. Wikipedia nos informa que "fue un analista financiero estadounidense, empresario e inversor. Moody fue un pionero en la clasificación de bonos y es conocido por haber fundado Moody's, una agencia de calificación de riesgos que realiza investigación financiera y análisis de entidades comerciales y gubernamentales a nivel global".

Pero lo que no dice la enciclopedia  es que Moody, criado en la iglesia episcopal, se convirtió al catolicismo a los 50 años después de una prolongada búsqueda en sistemas filosóficos y religiosos. De ese itinerario hacia la única verdadera Iglesia de Cristo da cuenta Moody en su libro Mi largo camino a casa. 

En su obra "Conversos por la Liturgia" (disponible en Amazon), Vicente Feliú recopila testimonios de ocho personas -entre ellos John Moody- que, pese a ser muy distintas, tienen un rasgo en común: "en todos los casos -dice en el prólogo- la liturgia representó el elemento decisivo o indispensable para descubrir la verdad de la fe".

Trnscribimos a continuación un breve fragmento del libro, en el que el mismo Moody relata parte del proceso de su conversión. Los remarcados son nuestros.


Catedral de San Esteban (Viena)



El año 1927 me detuve en Viena con un amigo, a causa de ciertos negocios. Visitamos a los banqueros y ocupamos la mayor parte del tiempo en nuestros asuntos. Un día visitamos a un banquero que, por motivos imprevistos, no pudo recibirnos a la hora convenida. Como teníamos que esperar una hora, propuse que fuéramos a ver la cercana catedral de San Esteban. Fue el 15 de agosto. Precisamente se estaba cantando una misa solemne. En América no había entrado yo todavía en una iglesia católica. Ahora asistía por vez primera a una misa. Una inmensa multitud llenaba la catedral y, como nos encontrábamos en el centro, fuimos empujados hasta cerca del presbiterio. Comprendí que se trataba de una misa extraordinaria, y todo me pareció muy hermoso. De pronto oímos sonar una campana, y todos cayeron de rodillas. No pudimos movernos; tan apretados estábamos. Miré a mi amigo y le dije: «Será mejor que también nosotros nos arrodillemos». Lo hicimos y permanecimos arrodillados mientras la multitud estuvo de rodillas. Yo quedé muy conmovido; tanto, que me resolví a asistir también a vísperas, por la tarde. Los tres días siguientes, volví a asistir a misa en la catedral. Antes de abandonar Viena. me dije: «El catolicismo tiene en sí algo que es realidad. Necesito averiguar qué es». 

Después de mi vuelta a Nueva York, hablé sobre esto con mi esposa. Ella me dijo: «Antes de que te des cuenta, te echará la mano encima algún cura y te convertirá». «No, no, contesté yo: si hubiera de dar un paso semejante, habría de ser espontáneamente». Tan pronto como se me presentó la ocasión, procuré hacerme con literatura católica, y —bien se me puede creer esto— pasó mucho tiempo antes de que pudiera encontrarla. Hay personas en mi situación que andan buscando libros católicos y no los encuentran. Por fin, cayó en mis manos el libro de Fulton Sheen: Dios y la Razón. En este libro encontré, en primer lugar, un análisis de la filosofía moderna, y esto era precisamente lo que me convenía. Luego encontré en él una exposición de la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Hasta entonces, Santo Tomás no había sido para mí más que un nombre; más aún, dudo que hubiera oído jamás este nombre. La exposición de la filosofía del Aquinate me subyugó. Pronto comencé a reunir una biblioteca de filosofía escolástica (...). Cuando quise darme cuenta, me encontré estudiando a San Agustín y abismado en la Teología. Hacia el año 1931 tenía ya unas seis estanterías llenas de literatura católica. Por entonces sabía ya que iba a hacerme católico, pero quería tomar las cosas con calma. Aún visité a tres cultos predicadores protestantes y les rogué que me rebatieran mis objeciones. Después que los hube puesto en aprieto, acabaron por decirme : «Usted pertenece a la iglesia católica. Haga por entrar en ella lo más pronto posible». No obstante, yo titubeaba. Volví a enfrascarme en la lectura de Santayana y de los otros filósofos modernos. Más aún, empleé un año entero en recorrer a la inversa el camino de mi vida, para ver si había cometido alguna omisión o error. Pasado este año, llegué a la conclusión de que sólo la Iglesia católica era el lugar apropiado para mí.

Visité a un sacerdote en un distrito rural, al norte del Estado de Nueva York, y, una semana después, fui recibido en la Iglesia. El cardenal Hayes me administró la Sagrada Confirmación, y recibí el nombre de Tomás. Si alguien me preguntara cómo había venido a parar a la Iglesia católica, le contestaría: «Por medio de Santo Tomás». 

Y ahora, todavía una cosa Hace sólo nueve meses que soy católico; pero puedo decir, en verdad, que durante estos nueve meses he disfrutado de una paz como nunca la había conocido. Estoy completamente convencido, y lo estaré siempre, de que la Iglesia católica es la única que da la respuesta a nuestra vida. Digo esto como hombre que durante cuarenta años probó toda clase de sistemas religiosos y filosóficos; y repito que sólo en la Iglesia católica se recibe una respuesta determinada ante la vida.

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