El joven discípulo se apuró en responder: -¡Que se hunda!
Pero el maestro replicó:
un confeso representante de una nueva iglesia que escasamente puede identificarse con la verdadera iglesia romana y con la fe que ésta profesa.
Su inocultada militancia política es el menor de los problemas que se vislumbran en el horizonte de la Iglesia en Buenos Aires y en todo el país. Lo que se puede predecir fácilmente, a partir de sus antecedentes, es que asistiremos a la destrucción sistemática de cualquier resto de fe católica auténtica que aún pueda subsistir en la Ciudad (con lo que ello naturalmente implica para el resto del país) y la progresiva y veloz transformación de la Iglesia católica en una especie de ONG enfocada en los pobres, pero ni siquiera para sacarlos de la pobreza, sino para asumir las formas y el fondo del "pobrismo" de tipo "villero" en todas las áreas de la fe: teología, liturgia, magisterio... Y esto, durante los próximos 20 años...
El segundo hecho, muchísimo más grave por sus dimensiones universales, es el nombramiento del Arzobispo de La Plata como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. El cargo que honraron los cardenales Merry del Val, Ottaviani, Ratzinger y Müller, por no nombrar sino un puñado de los más recientes, será ejercido por un personaje de dudosísima ortodoxia, cuyo único mérito para ocupar ese lugar parece ser la simpatía personal del actual pontífice, del cual fue siempre fiel ladero y ghost writer. Son lamentablemente innumerables las sandeces teológicas proferidas por el nuevo Prefecto de la Doctrina de la Fe, un obispo mediocre cuya obra más célebre se refiere al "arte de besar" y que, igual que su mentor, sostiene que en el pasado (antes de Francisco I, se entiende) las cosas en la Iglesia se hacían mal, pero ahora las cosas empiezan a hacerse bien (desde Francisco I, y gracias a él, se entiende).
Como venga. Así como es. Me guste o no. (...) Cada hermano y cada hermana vale más que nada en esta tierra.
Ustedes saben que durante muchos siglos la Iglesia fue en otra dirección. Sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a la gente, para ponerle rótulos: "Este es así, este es asá; este puede comulgar, este no puede comulgar; a este se lo puede perdonar, a este no". ¡Terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia! Gracias a Dios, el papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas
De la homilía de monseñor Víctor Fernández en la Catedral de La Plata, 5 de marzo de 2023
Esta barbaridad proferida desde la cátedra episcopal platense, y que ponemos sólo a modo de ejemplo, se compagina muy bien con las increíbles palabras del papa en la carta enviada a monseñor Fernández con motivo de su designación en el Santo Oficio:
El Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente
Papa Francisco I
Estas dos terribles y vergonzosas designaciones pontificias, como muchas otras a lo largo del mundo (piénsese por ejemplo en el Arzobispo de Lima o en el cardenal de San Diego) parecen haber sido hechas sólo a partir de las simpatías y los rencores del pontífice. Sobre todo de sus proverbiales e inextinguibles rencores.
Si a estos nombramientos, mediocridades y vulgaridades papales les sumamos el sinuoso e impredecible "camino sinodal" en el marco del cansador "sínodo sobre la sinodalidad", las estupideces litúrgicas que agobian a los creyentes en todo el mundo, la pusilanimidad de muchos obispos, las tonterías teologicas que aparecen aquí y allá con vestiduras de "modernidad", el craso horizontalismo de las homilías, y la tolerancia -cuando no colaboración- de la jerarquía con cualquier ridiculez del campo de la ideología de género o del sexto mandamiento, es legítimo preguntarnos: ¿Está a la deriva la Nave de Pedro? ¿Se hunde su Barca?
No. La Nave de la Iglesia no se hunde. No está haciendo agua. Lo que le está pasando es algo aun peor.
La Barca no está haciendo agua. La Barca se está haciendo agua.
Un magisterio líquido, inconsistente, conformista, pobre y chato viene haciéndole perder a la Nave toda su función y su sentido. Un barco está hecho para navegar sobre el agua, para surcar incluso los mares procelosos en medio de tormentas y vientos huracanados. Puede llenarse de agua, puede incluso hundirse, pero aun en este caso podrá decirse que cumplió su misión hasta el final; sus astillas pueden ser todavía tabla de salvación para algunos náufragos. Pero si el barco se transforma en agua... se "liquida" (en un obvio doble sentido: se hace fluido y se autodestruye), porque un barco líquido no puede cumplir la función para la que fue concebido.
Asistimos hoy -lo vemos en los nombramientos que comentamos, pero también en muchos otros signos, desde la parroquia más humilde hasta Roma- a una "liquidación" de la fe católica, a un acelerado proceso de "licuefacción" de la Barca de la Iglesia, que así, transformada en líquido, no sirve para su función. Una barca debe ser firme y sólida para poder surcar las aguas; una barca de agua no sirve para nada. Una barca líquida es como la sal sosa: «Ya no servirá para nada, sino para ser arrojada a la calle y pisoteada por la gente» (Mt 5, 13-14).
Un arzobispo militante, pobrista, mediocre; un prefecto heterodoxo, vulgar. Ambos creen en la "nueva" Iglesia fundada por Francisco I, que no es la de Cristo, fundada sobre una roca («columna y fudamento de la verdad», dice San Pablo), sino que es una iglesia líquida, inconsistente, fluida, voluble... incapaz de dar firmeza y sostén a los navegantes. La "nueva" iglesia se hace agua... pero ni siquiera para bautizar o purificar. A lo sumo, para bendecir cualquier cosa que se le ponga delante... incluso el mal, incluso el pecado.
Cerremos esta reflexión con estas palabras tomadas del "diario" de Mircea Eliade:
El templo griego se llama naos —barca—.
Meditar sobre esta imagen: El Templo, es decir, la sacralidad expresada en un volumen, está concebido como un navío. Gracias a él es posible viajar (evidentemente, hacia el Cielo y en el Cielo), atravesar las aguas (no-ser, tinieblas, caos, etc).
La idea de que la travesía perfecta sólo puede hacerse en un «navío», es decir, en una «forma cerrada» que protege de la degradación, de la dispersión, de la disolución (disolución en las Aguas).
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