miércoles, 24 de abril de 2024

"Creo en el Espíritu Santo" (2 de 5)

Continuamos publicando el Capítulo I del libro ""Creo en el Espíritu Santo", del padre José Gallinger svd ¹. Añadimos fotos propias de imágens del Espíritu Santo en templos porteños.


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3. Espíritu de Jesucristo

Jesucristo es quien nos ha ganado el don del Espíritu Santo, por su muerte y su resurrección. Pentecostés es el fruto de la Pascua. La obra del Espíritu Santo, alma de la Iglesia, se puede decir que ha comenzado en un momento determinado: al ser abierto el costado de Cristo en la cruz. Cuando el oficial traspasó su pecho y abrió su corazón, salió sangre y agua.


Iglesia de Santa Isabel de Hungría


Hay que recordar un pasaje del Evangelio según San Juan: El último día de la fiesta, el gran día, Jesús,  en pie, clamaba: Si alguien tiene sed que venga a mí y beba quien cree en mí, según las palabras de la Escritura: manarán de sus entrañas (del Mesías) ríos de agua viva. Decía esto del Espiritu que debían recibir los que creyeran en Él (Juan 7, 37-39).

Hay una directa conexión entre este surgir del agua viva del costado de Cristo y lo que San Juan repetidas veces llama en su Evangelio, la gloria de Cristo o también "su hora". "Aún no ha llegado mi hora", le dice a su Madre en Caná de Galilea. Al final de su vida: "Es llegada mi hora... Padre, glorifica a tu Hijo".

La hora de Cristo y la de su Pasión, Muerte y Resurrección, es la hora de consumar su gran obra de la Redención. Aunque parezca la hora de su fracaso, es en realidad la hora de su triunfo definitivo, por eso también es la hora de su glorificación.

Pero, con su glorificación -en cierto sentido- terminaba su obra entre nosotros. En su glorificación entra su gloriosa ascensión a los cielos... El así lo dice  los Apóstoles y éstos se vuelven tristes porque no quieren estar sin Jesús. Pero Este los consuela: "Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me fuere no vendría a vosotros el Espíritu de Verdad".

Hav, pues, una interrelación entre la Pascua v Pentecostés. Este es el fruto de aquella. En la historia de la Iglesia siempre de nuevo se vuelve sobre esta idea. Pentecostés no es el recuerdo de una fecha, es la celebración de un misterio. Es el misterio de Cristo prolongado en la Iglesia. Y así como el Espirita Santo lo conducía a Cristo en su vida -muchas veces leemos estas expresiones en los Evangelios- así el Espíritu Santo es el alma del Cristo Mistico, la Iglesia.

En el Credo enunciamos nuestra fe en el Espíritu Santo en una inmediata relación con la Iglesia. "Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica". Es casi como si dijéramos: "Creo en el Espíritu Santo en la Iglesia Católica".

Por eso, el Concilio Vaticano II, queriendo hacer frente al ateísmo del mundo de hoy, nada encontró mejor que profundizar la doctrina acerca del misterio de la Iglesia. El hombre de hoy día no quiere razonamientos abstractos. Le gustan las verdades encarnadas. Pues, esa es la gran realidad: Dios está como encarnado en la Iglesia. Es el Espíritu de Cristo quien sigue dinámico en ella. Cada cristiano por esta obra del Espíritu de Cristo tiene que ser como el rostro de Dios en la tierra para los hombres que no lo ven en espíritu.

Por obra del Espíritu Santo, Dios se encarnó y por obra de Este mismo divino Espíritu sigue encarnado en la pobre carne humana. Por eso a Dios se lo encuentra y a Dios se lo ha de amar en la carne de los hombres. Sólo así se entiende aquello que dice San Juan: "Quien dice amar a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso", como si dijera: si Dios está en tu prójimo ¿cómo vas a encontrarlo fuera de él?

El Espíritu de Cristo debe ser el Espíritu de todos nosotros, para hacernos cada día más Cristos, para que cada día sea un poco más realidad, por la obra del Espíritu Santo con su gracia, que quien nos mire vea realmente en nosotros a Jesús y al Padre...

Continuará el próximo miércoles


¹ Ed. Guadalupe, Buenos Aires,  1970

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