miércoles, 1 de mayo de 2024

"Creo en el Espíritu Santo" (3 de 5)

En este Tiempo Pascual, tiempo por excelencia de la obra del Espíritu, seguimos publicando el primer capítulo del libro "Creo en el Espíritu Santo", del padre José Gallinger svd. Las dos primeras partes fueron publicadas en las sendas entradas anteriores, y faltan todavía dos fragmentos más.

Las fotos son propias, tomadas en distintos templos de Buenos Aires.


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4. Fenomenología y Espíritu Santo

La reflexión sobra la naturaleza del  Espíritu Santo debe moverse dentro de la auto-manifestación intratrinitaria de Dios Creador, Redentor y Santificador. Es detenerse en cómo se manifiesta Dios hoy a través de la Iglesia, Pueblo de Dios integrado en una realidad mundana muy secularizada. Debe tenerse en cuenta tanto la realidad de Dios como la del mundo.

Catedral de Buenos Aires

Para proceder con claridad es necesario distinguir  "función" y "fenomenología". La primera -que es la que siempre más se tuvo en cuenta- se detiene más en el análisis de lo que el Espíritu Santo hace (virtudes, dones, frutos, etc.). La segunda, en cambio, cuestiona lo que el Espíritu Santo es por su naturaleza y por su estructura íntima.

Al enfocar ese segundo aspecto nos encontramos con dos elementos que lo determinan: el dinámico y el personal. Para el dinámico, la Escritura se vale de signos: el viento (Hechos 2,2; Juan 3,8; 20,22), la fuerza, dínamis o energía (1 Cor. 2,4; 12,4ss; Rom 15,13; 1 Tes 1,5, etc.). El Espíritu Santo, a través de esos signos, nos es presentado como una realidad física. También nos presenta la Escritura el aspecto personal-cristológico. Se anuncia su venida (Juan 7,39; 16,7, etc.) y condición para esa venida es la vuelta de Jesús al Padre; y ese Espíritu que vendrá es llamado: Paráclito, Consolador de los discípulos y de la comunidad.

1º El aspecto dinámico encierra, fundamentalmente, cuatro realidades:

a) la trans-subjetividad del Espíritu:

"Donde quiere sopla". No está atado en ningún momento a la existencia del testigo, del kerigmático que lo proclama. Trasciende permanentemente el campo subjetivo de la existencia humana. Está fuera de nosotros, además de operar en nosotros. Por eso, debemos clamar siempre: "¡Ven, oh Espíritu Santo!". Olvidar ese aspecto nos lleva a creer innecesaria la invocación y la súplica porque venga a nosotros. Ya está en nosotros por la gracia; pero siempre de nuevo debe venir más a nosotros, de otra manera, con nuevas funciones.

b) la potencialidad del Espíritu:

Su realidad se marca por su potencialidad de operación. Nosotros somos seres que debemos realizarnos constantemente. El hombre es una "naturaleza histórica", que debe irse haciendo en cada instante. Para ello necesita permanentemente la intervención "de lo alto" para entretejer la trama de su auténtica historia humana, para hacer de ella una historia de salvación.

c) la espontaneidad del Espíritu:

No es un objeto del que el testigo pueda echar mano cuando a él se le ocurra, sino que tiene que abrirse a la acción del Espíritu. En esa realidad se basan los carismas y dones especiales.

d) la universalidad del Espíritu:

El Espíritu, como el viento, llena el cosmos entero. El Reino de Dios abarca todo el cosmos. Es base para el nuevo concepto de catolicidad, que fundamenta el diálogo ecuménico.

Iglesia de Nuestra Señora del Carmen
(Villa Urquiza)

2º El aspecto personal señala la estrecha relación del Espíritu Santo con la persona de Cristo.

Para entenderlo debemos tener en cuenta el camino andado por Jesús desde el Gólgota a través de la Pascua, Ascensión y Pentecostés. Jesús muere. Es el principio del camino, que marca el Gólgota y que señala el fin de su presencia en carne. El final de ese camino es Pentecostés, que señala la reaparición de Jesús como el glorificado, en la figura del Espíritu Santo.

Sin confundir ni unificar ambas personas de la Trinidad hay, con todo, algo así como que el Cristo que se manifestó en carne "llevado por el Espíritu", ahora se manifiesta en la realidad mistérica del Espíritu Santo. Algo así como lo que Jesús insinúa en su parábola de la necesidad que tiene el grano de morir para surgir de nuevo y de destruir el templo material, para que surja "espiritual", ambas alusiones las hace en relación a su muerte, que es el presupuesto para la transformación en una nueva forma de existencia.

Hay un texto de San Pablo que no es claro, pero que va en torno a esa forma misteriosa de estar Cristo, glorificado por su Resurrección, en el Espíritu Santo activo en el tiempo postpentecostal. "El Kyrios es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad" (2 Cor. 3,17). La exégesis no puede menos que reconocer que San Pablo afirma aquí una identificación del Espíritu con el Kyrios. Pero también eluce que el Espíritu sale del Kyrios y opera la libertad. De alguna manera, podemos decir que Jesús "según la carne" se separa de los suyos, pero vuelve a ellos "según Espíritu". La duplicidad de Personas divinas está a salvo por aquello de San Juan (14, 16-18) que señala al Paráclito como enviado desde el Padre por el Hijo. Pero en todo es siempre uno solo y el mismo Dios, Espíritu. 

Iglesia del Santo Cristo

Todo el suceso que va del Gólgota a Pentecostés a través de la Pascua, no se debe ver sino bajo una misma luz. Y, gracias a ese proceso, estamos nosotros siempre en presencia de Dios y Jesucristo en la fuerza y figura del Espíritu Santo. O sea que, permanentemente, estamos ante dos aspectos estructurales del Espíritu Santo: el dinámico y el personal-cristológico. Ambos intervienen en la totalidad del proceso que se extiende desde el Viejo Testamento a través del Nuevo a la comunidad postpentecostal, la Iglesia.

Continuará el próximo miércoles

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