miércoles, 10 de diciembre de 2025

En el centenario de la encíclica Quas Primas

Mañana se cumple un siglo de la promulgación de la encíclica Quas Primas, del papa Pío XI, sobre la realeza de Cristo, en la que además se estableció la fiesta de Cristo Rey.

Como homenaje en este centenario, compartimos aquí el capítulo I ("La realeza de Cristo", números 6 a 12), ilustrada con imágenes (todas fotos propias) tomadas en templos argentinos y en un templo paraguayo.


Monasterio San Sava
(Buenos Aires)




Iglesia Cristo Rey
(Asunción)
«Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque Él es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en Él la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad (Ef 3,19) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de Él que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino (Dan 7,13-14); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.


a) En el Antiguo Testamento

Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.

Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob (Núm 24,19); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra (Sal 2). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud (Sal 44). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra (Sal 71).

A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre (Is 9,6-7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra (Jer 23,5). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente (Dan 2,44); y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante Él. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible (Dan 7 13-14). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas (Zac 9,9), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

Iglesia Cristo Rey (Buenos Aires)


b) En el Nuevo Testamento

Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.

En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin (Lc 1,32-33), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey (Mt 25,31-40) y públicamente confirmó que es Rey (Jn 18,37), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28,18). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5), y que Él mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan (Ibíd., 19,16). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas (Heb 1,1), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos (1 Cor 15,25).

Basílica del Espíritu Santo
(Buenos Aires)


c) En la Liturgia

De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.

Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.


d) Fundada en la unión hipostática

Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza (In Luc. 10). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.

Colegio La Salle (Buenos Aires)

e) Y en la redención

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha (1 Pe 1,18-19). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande (1 Cor 6,20); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo  (Ibíd., 6,15).


miércoles, 3 de diciembre de 2025

miércoles, 26 de noviembre de 2025

miércoles, 19 de noviembre de 2025

miércoles, 1 de octubre de 2025

"Neolengua"


La ideología es aquella posición del espíritu humano que ha abandonado la búsqueda de la verdad para reemplazarla por la conquista del poder. 

El enemigo a vencer es la mismísima realidad; de allí que su meta principal sea transformarla de acuerdo a sus dictámenes. Y para ello nada mejor que crear una nueva lengua que vehiculice ese mundo construido por la ficción. 

Fue George Orwell quien inventó el vocablo  “neolengua” cuando describía al Estado totalitario ficticio.  

La neolengua, entonces, aparece cuando es preciso sustituir la finalidad principal del lenguaje (describir la realidad) por el objetivo opuesto (reafirmar el poder sobre ella). 

“Las frases que se expresan en neolengua parecen aserciones, pero su lógica subyacente es la propia de la magia. Conjura el triunfo de las palabras sobre las cosas, la futilidad del argumento racional, y advierte del peligro de la resistencia. Como consecuencia de ello, la neolengua desarrolla su peculiar sintaxis que, a pesar de estar estrechamente vinculada a la del lenguaje ordinario, rehúye celosamente el encuentro con la realidad y la lógica de la discusión racional”   (Roger Scruton).  

La intención de la neolengua es  “proteger a la ideología del malintencionado ataque de lo real”.

La visión totalitaria que transmite la neolengua actual, por ejemplo la propia de la ideología de género, se caracteriza por su intransigencia radical y su rechazo a todo diálogo. No se dialoga, se impone. No se educa, se formatea. Su divisa es perseguir a todos los díscolos que no se sometan a su ideal totalitario. Y resistir equivale a morir, al menos, por ahora, civilmente. 

¿Puede  una democracia convertirse en totalitaria? Es un proceso que ha comenzado en nuestros días. 

miércoles, 3 de septiembre de 2025

San Juan Enrique Newman, Doctor de la Iglesia

Ante la reciente noticia de que San Juan Enrique Newman será declarado Doctor de la Iglesia, nos complace compartir aquí los fragmentos sustanciales de la homilía de Benedicto XVI en la misa de beatificación, celebrada en el Cofton Park de Rednal, Birmingham, el domingo 19 de septiembre de 2010.


Homilía de Su Santidad Benedicto XVI


(...) Éste es el día en que formalmente el Cardenal John Henry Newman ha sido elevado a los altares y declarado beato (...) eesta celebración, en la que alabamos y damos gloria a Dios por las virtudes heroicas de este santo inglés.

Imagen de Juan Enrique Newman desplegada en el rito de canonización
(13/10/2019)


Inglaterra tiene un larga tradición de santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado a derramar la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte de la larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John Newman, esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad.

Escudo del cardenal Newman


El lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, «el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231). El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio... si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2).

Misa de beatificación, 
celebrada en el Reino Unido por Benedicto XVI


El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso. El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. Más aún, qué mejor meta pueden fijarse los profesores de religión que la famosa llamada del Beato John Henry por unos laicos inteligentes y bien formados: «Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla» (La Posición Actual de los Católicos en Inglaterra, IX, 390). Hoy, cuando el autor de estas palabras ha sido elevado a los altares, pido para que, a través de su intercesión y ejemplo, todos los que trabajan en el campo de la enseñanza y de la catequesis se inspiren con mayor ardor en la visión tan clara que el nos dejó.

Aunque la extensa producción literaria sobre su vida y obras ha prestado comprensiblemente mayor atención al legado intelectual de John Henry Newman, en esta ocasión prefiero concluir con una breve reflexión sobre su vida sacerdotal, como pastor de almas. Su visión del ministerio pastoral bajo el prisma de la calidez y la humanidad está expresado de manera maravillosa en otro de sus famosos sermones: «Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre nosotros (“Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio”, Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3). Él vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastoral por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados. No sorprende que a su muerte, tantos miles de personas se agolparan en las calles mientras su cuerpo era trasladado al lugar de su sepultura, a no más de media milla de aquí. Ciento veinte años después, una gran multitud se ha congregado de nuevo para celebrar el solemne reconocimiento eclesial de la excepcional santidad de este padre de almas tan amado. Qué mejor que expresar nuestra alegría de este momento que dirigiéndonos a nuestro Padre del cielo con sincera gratitud, rezando con las mismas palabras que el Beato John Henry Newman puso en labios del coro celestial de los ángeles:

“Sea alabado el Santísimo en el cielo, sea alabado en el abismo; en todas sus palabras el más maravilloso, el más seguro en todos sus caminos” (El Sueño de Gerontius).

miércoles, 20 de agosto de 2025

Radiomensaje de Su Santidad Pío XII al Primer Congreso Mariano Arquidiocesano de Montevideo (1954)

En el mes del bicentenario de la independencia del Uruguay, nos unimos a la fiesta patria del país hermano reproduciendo el Radiomensaje de Pío XII al Congreso Mariano Arquidiocesano de Montevideo, celebrado en octubre de 1954, Año Mariano Universal decretado con ocasión del centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.


Venerables Hermanos y     amados hijos que, reunidos en la bella y bien emplazada Montevideo, clausuráis vuestro primer Congreso Mariano archidiocesano, organizado para celebrar más dignamente y con mayor fruto este Año Mariano universal, que ya va acercándose a su término, entre imponentes manifestaciones de piedad y de amor a la Madre de Dios.

Es esta la primera vez que, a través de las ondas etéreas, Nos hacemos presentes de nuevo con Nuestra voz, en medio de vosotros, después de aquella inolvidable mañana otoñal —de la que pronto van a cumplirse los cuatro lustros— cuando, a la vuelta de las grandiosas jornadas eucarísticas de Buenos Aires, tuvimos el inmenso placer de vivir unas horas con vosotros, tan breves como preciosas. Entornamos los ojos y aún Nos parece admirar vuestra magnífica ciudad, suavemente recostada en la península graciosa, que parece servirle de escalinata hacia aquel imponente estuario que allí mismo se abre al mar, bajo su intenso cielo azul, con sus espaciosas y elegantes avenidas rebosantes de un gentío entusiasta que aplaude y aclama; ¡la «Muy fiel y reconquistadora Ciudad de Montevideo» que difícilmente podríamos apartar de Nuestra memoria!


Virgen de los Treinta y Tres
(Imagen que se venera en la iglesia
de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya,  Buenos Aires)
(foto propia)


Pero, ¿a quién aplaude, a quién aclama, a quién dirige ella sus himnos y sus lágrimas en estos momentos? Y vemos avanzar sobre todas las cabezas, amable y sonriente, distribuyendo consuelos y gracias, la «Virgen de la Fundación», la que probablemente ha presidido el nacimiento, las horas primeras y los momentos más transcendentales de su azarosa y accidentada vida, la que ahora acaba de recorrer todas vuestras Parroquias, todas vuestras Iglesias, todos vuestros hogares; la que ha oído vuestras promesas de honrarla siempre con el Rosario en familia; y ¡con cuánto consuelo hemos venido a saber, que no se daba abasto a proveer de imágenes suyas para las fachadas de vuestras casas, porque iban mucho más allá vuestros piadosos deseos! Obrando así, os proclamáis hijos legítimos de aquel grande Artigas, tan devoto siempre de la Virgen del Carmen y que tanto se consolaba rezando el Santo Rosario en sus últimos años de vejez y de forzoso retiro; hermanos auténticos de aquellos próceres, que el 14 de junio de 1825 inclinaban sus banderas ante la Virgen del Pintado, o Virgen de los Treinta y Tres, como si quisieran reconocerla capitana de sus futuras empresas. Obrando así, os parecerá que cumplís su glorioso testamento : «Honorem habebis matri tuae omnibus diebus» honra siempre, a tu madre todos los días de tu vida (Tob. 4, 3).

María, Madre de misericordia
(imagen que se venera en la Basílica del Santísimo Sacramento,
Colonia del Sacramento, Uruguay)
(foto propia)

Volved, sí, volved, hijos amadísimos, los ojos y los corazones a esta Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; volvedlos principalmente en este misterio de su Inmaculada Concepción, de cuya proclamación dogmática estamos conmemorando el centenario, y sentiréis que en vuestro pecho se reafirman las verdades fundamentales de nuestra santa fe; de una fe que luego redundará en la intensificación de vuestra vida cristiana, desde lo más recóndito de vuestra actividad familiar hasta las más públicas manifestaciones de vuestro ser en las esferas profesional y social; de una fe, cuyos deseadísimos frutos han de ser la santidad de la vida matrimonial, el aumento de las vocaciones sacerdotales, la pureza de las costumbres y la implantación de una auténtica justicia cristiana y social, a cuya sombra acogedora todos os sintáis realmente hermanos.

Se precia vuestra nación de sus instituciones; pues bien, en toda sabia organización pública, ha de haber siempre un puesto preferente para el sincero espíritu religioso, porque él, como ninguno, es el que ha de enseñar al ciudadano cuáles son sus deberes fundamentales; el que ha de inspirarle aquella única y sincera fraternidad, que surge tan sólo de la común filiación divina.

Es vuestro país una tierra rica y próspera, de campos ondulados y ubérrimos, regados por incontables venas líquidas que llevan por doquier no sólo la fertilidad, sino también el encanto y la poesía; todo ese progreso material quedaría incluso minado por su misma base y representaría hasta un peligro, si no fuese acompañado de un paralelo y armónico progreso espiritual, que aleje los peligros de la codicia, de la molicie y de toda la destrucción, que suele traer consigo el reino absoluto del materialismo.

Sois, finalmente, un pueblo orgulloso de su historia; pues bien en esa historia, donde las letras han florecido a la sombra de las armas, no se pueden olvidar los nombres del párroco Silverio Antonio Martínez, que lanzó el primer grito de independencia; de Dámaso Antonio Larrañaga, de personalidad enciclopédica; y, ya en nuestros días, del gran católico Juan Zorrilla San Martín, cuyos cantos han conseguido la más dulce expresión de vuestra literatura. Y Nos es grato recordar que las primeras raíces de vuestra literatura hay acaso que ir a encontrarlas en los restos perdidos que, procedentes de las lejanas reducciones jesuíticas del interior, bajaban también en las balsas y en los lanchones a lo largo del Uruguay.

La Virgen Santísima ama especialmente a vuestra patria, hijos queridísimos, come también singularmente la amó aquel insigne Predecesor Nuestro, que tuvo la gloria de proclamar su Concepción Inmaculada; y si habéis comenzado la gran Misión preparatoria del Congreso en la Parroquia de la Medalla Milagrosa, ha sido para recordar que el mismo día 18 de julio de 1830, en que se juraba vuestra Constitución, se aparecía Ella benignamente a su predilecta hija, Santa Catalina Labouré.

Y hoy vosotros, como corona de tantas solemnidades, os queréis consagrar para siempre a su Corazón Inmaculado —canal dulcísimo de todos los bienes— para corresponder a tanto maternal amor y para proclamar en voz alta vuestra fe. Pasa por el mundo una hora obscura y las nieblas no acaban nunca de aclararse; por el contrario, acá y allá, resuenan de cuando en cuando los clarinazos con que los enemigos de Dios celebran una victoria nueva, mientras que los buenos parecen no poco desorientados, faltos acaso de la necesaria unión. Precisamente por eso Nuestra esperanza es cada vez más firme y cada vez más fervorosa Nuestra oración a la Reina de los cielos, como si solamente de su mano esperásemos toda la salvación, Ella que nunca ha dejado de ser la «Auxilium Christianorum». Precisamente por eso Nuestro corazón de padre se alegra y se regocija al contemplar espectáculos como el que vosotros en esto momentos ofrecéis.

Que la bendición de lo alto, de la que quiere ser prenda esta Bendición Nuestra, descienda sobre vosotros: sobre el dignísimo Hermano Nuestro, celosísimo Pastor de vuestras almas, con todos Nuestros demás Hermanos en el Episcopado que le acompañan; sobre los sacerdotes, religiosos y religiosas lo mismo que sobre las Autoridades y sobre todo el amado pueblo uruguayo, especialmente sobre esta archidiócesis de Montevideo; sobre cuantos por medio de la radio oigan Nuestra voz, que quiere ser, como siempre, mensajera de gracia, de amor y de paz.